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Published by snullbug20, 2019-03-23 19:49:33

Al Oeste Del Eden - Harry Harrison

Kerrick fue el último en seguir al grupo. Miró una


vez más al muro de la jungla, tan cercano y sin


embargo tan infinitamente distante, luego tiró de la


traílla inviolablemente unida al collar que rodeaba



su cuello, e Inlènu*<


avanzó obediente tras él.





















CAPITULO 20








Vaintè permaneció a solas en su estancia llorando la


muerte de la leal Alakensi. Eso fue lo que dijo


Kerrick a las yilanè que aguardaban ansiosamente


cuando salió. No quería ver a nadie. Todas


expresaron su pesar mientras se marchaban. Era un



mentiroso excelente. Vaintè se


maravilló de su talento cuando miró fuera y escuchó


a través de la pequeña abertura entre las hojas, y


supo que aquélla era realmente el arma que siempre


había deseado. Ahora debía permanecer fuera de la


vista de las otras porque la victoria y la alegría






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estaban en cada músculo de su cuerpo cuando se


movía. Pero nadie la vio moverse porque no


apareció en público hasta mucho después de que el


uruketo se hubiera marchado. Por entonces ya no se



lamentó de la muerte de Alakensi, porque aquél no


era el estilo yilanè. Alakensi había sido, ya no era. Su


cadáver ya no era ella de modo que había sido


entregada a las más bajas fargi cuya ocupación era


aquélla. Vaintè se sentía triunfante. Las vidas de


aquellas que aún vivían


proseguiría... harían mas que proseguir, florecerían,



como iban a descubrir muy pronto.





Vaintè emitió las órdenes, y aquellas que dirigían la


ciudad acudieron a asistirla. Kerrick permaneció a


un lado y observó, porque tenía la sensación de que


había algo importante en el aire, podía detectarlo


viendo tan


solo la actitud del cuerpo de Vaintè. Dio la


bienvenida a cada una por su nombre cuando



llegaron, cosa que nunca antes había hecho.





‐Vanalpè, tú que has hecho crecer esta ciudad de una


semilla, estás aquí. Stallan, que nos defiendes de los


peligros de este mundo, estás aquí. Zhekak, cuya










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ciencia nos sirve a todos, Akasest, que nos


proporcionas la comida, estáis aquí.





Las fue nombrando a todas de este modo, hasta que



estuvieron todas reunidas, el pequeño e importante


grupo que eran las líderes de Alpèasak. Escucharon


en inmóvil silencio cuando Vaintè se dirigió a todas


ellas.





‐Algunas de vosotras habéis estado en esta ciudad


desde el primer desembarco el primer día, antes de



que la ciudad existiera, mientras que algunas otras


llegaron más tarde, como yo. Pero ahora todas


trabajáis intensamente para traer el honor y el


desarrollo a Alpèasak.


Sabéis de la vergüenza que encontré el mismo día


que llegué a esta ciudad, los asesinatos de los


machos y las crías. Hemos purgado ese crimen, los


ustuzou que lo cometieron están muertos, y eso no


volverá a ocurrir nunca. Nuestras playas del



nacimiento son seguras, están guardadas, son


cálidas..., y están vacías.





Mientras pronunciaba clara y distintamente sus


palabras, una oleada de movimiento recorrió a las










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oyentes, como si algún viento invisible hubiera


pasado sobre ellas.


Sólo Kerrick permaneció inmóvil, tan atentamente


silencioso como ellas, aguardando las siguientes



palabras de Vaintè.





‐Sí, tenéis razón. Ha llegado el momento. Las


doradas arenas deben llenarse con gordos y torpes


machos.


Ahora es el momento. Debemos empezar.






Nunca había visto Kerrick tanta excitación en todos


sus días en Alpèasak. Hubo muchas voces y muchas


risas mientras caminaban, más rápido de lo que


solían hacerlo, y las siguió muy desconcertado


mientras cruzaban la


ciudad hacía la entrada del hanale, el área sellada


donde vivían los machos. La guardiana, Ikemend, se


apartó a un lado ante su llegada, con expresivos


movimientos de gran bienvenida mientras cruzaban



la entrada. Kerrick


siguió tras ellas, pero fue detenido bruscamente por


el collar de hierro en torno a su cuello. Inlènu*<


permaneció de pie, tan silenciosa e inmóvil como


una roca, cuando tiró de la traílla que los unía. A su


espalda hubo un ruido






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sordo cuando la puerta fue cerrada y asegurada por


dentro.





‐¿Qué es esto, qué está sucediendo? Habla, te lo



ordeno ‐dijo, terriblemente irritado.





Inlènu*< volvió unos redondos y vacíos ojos hacía él.





‐No nosotras ‐dijo, luego lo repitio. No nosotras.


‐No consiguió obligarle a decir nada más. Pensó en


aquel extraño suceso durante algún tiempo, pero al



cabo de poco olvidó el incidente, lo apartó a un lado


como simplemente otro hecho inexplicable en


aquella ciudad de


muchos secretos.





Poco a poco su exploración de Alpèasak prosiguió,


porque sentía curiosidad hacía todo. Puesto que


todo el mundo sabía que se sentaba cerca de la eistaa


todo el tiempo no había nadie que le cortara el



camino. No intentaba


abandonar la ciudad, las guardianas e Inlènu*< se lo


hubieran impedido, pero iba libremente por todas


partes.


Aquello le resultaba de lo más natural, pues los


niños en el sammad hacían lo mismo. Pero ahora






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recordaba cada vez menos y menos su anterior


existencia, realmente, no había nada allí que le


recordara su antigua vida. No había tardado mucho


tiempo en adaptarse a la paz oceánica de la



existencia yilanè.





Cada día empezaba de la misma manera. La ciudad


nacía a la vida con la primera luz. Como todo el


mundo, Kerrick se lavaba, pero al contrario de todo


el mundo tenía sed por la mañana..., y también


hambre. Los yilanè



comían solamente una vez al día, a veces incluso se


saltaban algún día, y bebían hasta saciarse al mismo


tiempo. El no. Él siempre bebía abundantemente de


la fruta de agua, quizá un recuerdo inconsciente de


sus breves días como cazador. Luego comía algo de


fruta que había


reservado la tarde antes. Si había otros asuntos de


importancia ordenaba a una fargi que se encargara


de aquello ir a buscar la fruta por él pero intentaba



hacerlo él mismo siempre que le resultaba posible.


Las fargi, no


importaba lo cuidadosamente que les diera sus


instrucciones, siempre regresaban con frutas


dañadas o podridas. Para ellas todas eran lo mismo,










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forraje para los animales... criaturas que comían


todo lo que se les daba sin


importarles su condición. De hecho, si había algunas


fargi presentes mientras comía, las veía reunirse a su



alrededor, observándole con estúpida intensidad,


hablando entre ellas e intentando comprender lo


que estaba haciendo. Las más osadas probaban la


fruta..., luego la escupían,


cosa que las otras encontraban de lo más divertido.


Al principio Kerrick intentaba despedir a las fargi, le


irritaba su constante presencia, pero siempre



regresaban. Al final sufría pacientemente sus


atenciones, apenas era consciente de ellas como las


demás yilanè, despidiéndolas solamente cuando


tenía que ser discutido algo privado e importante.





Lentamente empezó a ver, a través del aparente


desorden de Alpèasak, el orden y el control


naturales que lo gobernaban todo. Si hubiera sido de


mentalidad introspectiva hubiera podido comparar



el movimiento de las


yilanè en su ciudadal de las hormigas en sus


hormigueros subterráneos. Aparentemente un


insensato ir y venir, pero en realidad una división


del trabajo con obreras reuniendo comida, niñeras










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cuidando a los jóvenes, guardianas armadas y con


garras impidiendo las invasiones...


y en el corazón de todo ello la reina, produciendo el


interminable flujo de la vida que garantizaba la



existencia del hormiguero. No era una analogía


exacta, pero sí la más aproximada en que podía


pensarse. Pero él era


sólo un muchacho, adaptándose a unas


circunstancias extraordinarias, así que como los


demás no hacía comparaciones y, sin pensar, hundía


el hormiguero bajo su pie y seguía su camino.






Muchas mañanas acompañaba a la fargi a la que


había ordenado que le trajera fruta de los huertos


que rodeaban la ciudad. Era algo agradable de hacer


antes del calor del mediodía, y su cuerpo en pleno


crecimiento


necesitaba el ejercicio. Podía caminar aprisa, incluso


correr, con la pesada traílla de Inlènu*< agitándose


tras él, deteniéndose muchas veces sólo porque ella



se acaloraba demasiado y no podía seguir más.


Entonces se sentía muy superior, chorreando sudor,


sabiendo que podía seguir y seguir corriendo


mientras que incluso una yilanè tan fuerte como


Inlènu*< no podía.









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En torno a la ciudad, los bosques de árboles y los


campos verdes se extendían en círculos cada vez


más amplios de una diversidad que cambiaba


constantemente. Las ayudantas de Vanalpè y sus



colaboradoras estaban siempre desarrollando


nuevas plantas y árboles. Algunas de las nuevas


frutas y verduras eran deliciosas, otras olían mal y


sabían peor. Las probaba todas porque sabía que su


toxicidad había sido comprobada antes de


plantarlas.






La gran variedad de plantas estaba allí para


alimentar a la variedad aún mayor de animales.


Kerrik no tenía conocimiento del profundamente


enraizado conservadurismo yilanè, de sus millones


de años de cultura que se basaba únicamente en el


cambio a corto plazo que no podía afectar la


estabilidad y la continuidad de la existencia. El


futuro tenía que ser como el pasado, inmutable e


incambiable. Nuevas especies eran añadidas al



mundo


mediante cuidadosa manipulación genética;


ninguna había sido eliminada nunca. Los bosques y


junglas de Gendasi contenían excitantes nuevas


plantas y animales que eran una constante fuente de


fascinación para Vanalpè y sus ayudantas. Kerrick






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estaba familiarizado con la mayor parte de ellas, de


modo que no le ofrecían ningún interés. Lo que sí le


fascinaban eran las enormes y torpes bestias de


sangre fría que él acostumbraba a llamar murgu;



una palabra marbak que ahora había olvidado junto


a todas las demás.





Del mismo modo que Alpèasak crecía de Inegban<


igual la vida del viejo mundo florecía aquí en el


nuevo.


Kerrick podía pasar medio día contemplando al



nenitesk con sus tres cuernos, arrancar el follaje con


automática hambre. Sus acorazadas pieles y


enormes placas acorazadas delante de sus cráneos


se habían desarrollado para mantener a raya a unos


predadores extintos ahora hacía


millones de años, aunque quizá también ellos fueran


conservados en pequeño número en alguna de las


ciudades más antiguas en Entoban<. Las memorias


raciales de su amenaza aún estaban impresas en los



cerebros de los gigantescos animales, y a veces


embestían y arrancaban grandes terrones de suelo


con sus cuernos cuando algo hacía que percibieran


algún posible peligro. Pero ésta era la excepción;


normalmente arrancaban plácidamente grandes


bocados de maleza, consumiendo diariamente






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grandes cantidades de ella. Si avanzaba lentamente


Kerrick descubría que podía llegar muy cerca de las


inmensas criaturas, porque no veían ninguna


amenaza posible en su diminuta forma. Sus pellejos



estaban enormemente arrugados, mientras


pequeños y multicolores lagartos corrían por sus


lomos, arrastrándose entre los pliegues de su piel


para devorar los parásitos que anidaban allí. Un día,


pese a los preocupados tirones de la traílla de


Inlènu*<, se aventuró lo bastante cerca como para


tender la mano y tocar la fría y rasposa piel de uno



de ellos. El efecto fue inesperado, porque tuvo una


instantánea visión de otro gran animal gris, Karu el


mastodonte, con la trompa alzada para arrojar tierra


sobre su espalda y un brillante ojo mirando


fijamente a Kerrick. La visión desapareció tan


rápidamente como vino, y el muro gris de la piel del


nenitesk estuvo de nuevo ante él. Repentinamente


odió al animal, una roca insensata, inmóvil y


estúpida. Se volvió de espaldas a él, y se hubiera



marchado entonces de no ser por el hecho de que


algo pareció inquietarlo. Por alguna razón,


confundió al otro nenitesk con un merodeador y al


instante se produjo una embestida de los dos


gigantescos cuerpos, el choque de armaduras y


cuernos. Kerrick contempló el espectáculo con






360

placer, mientras los pequeños árboles eran


aplastados y el suelo se veía desgarrado por todos


lados antes de que perdieran interés el uno por el


otro y se separaran.






Una cosa que a Kerrick no le gustaba era el matadero


donde cada día eran sacrificados y descuartizados


gran número de animales. Las muertes eran rápidas


e indoloras; a la entrada del recinto una guardiana


simplemente


disparaba contra los animales a medida que eran



conducidos hasta allí. Cuando caían eran


arrastrados al interior del recinto por otros grandes


animales que eran inmensamente fuertes y


estúpidos, y al parecer indiferentes al hecho de que


sus patas estaban constantemente empapadas en


sangre. Porque el espectáculo en el interior del


recinto era horriblemente sanguinario, mientras las


aún calientes carcasas eran despedazadas y luego


arrojadas a grandes tinas llenas de enzimas. Aunque



Kerrick estaba ahora acostumbrado ya a la carne


medio digerida, parecida a jalea, deseaba realmente


olvidar el proceso que la conducía hasta delante de


él.













361

Los laboratorios donde trabajaban Vanalpè, Zhekak


y sus ayudantas estaban más allá de su comprensión


y, por lo tanto, eran aburridos. Kerrick raras veces


iba allí.



Prefería mucho más examinar el increíble detalle del


creciente modelo de la ciudad..., o hablar con los


machos.


Los descubrió después de haber sido alejado de las


playas del nacimiento. No se permitía que nadie se


acercara allí excepto las guardianas y asistentas. Por


lo que pudo ver a través de la barrera de espinos que



rodeaba las playas, parecían aburridos más allá de


toda consideración. Sólo gordos machos


haraganeando al sol.





Pero los machos en el hanale eran algo distinto. Por


aquel entonces había olvidado la profunda


impresión que había recibido cuando descubrió por


primera vez que todos los yilanè que había


conocido, incluso terribles criaturas como Stallan



eran hembras. Ahora aceptaba esto como un hecho


de la vida, hacía tiempo que había olvidado los


papeles de hombre y mujer entre los tanu.


Simplemente se sentía curioso acerca de una parte


de la










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ciudad que nunca había visto. Tras ser alejado


muchas veces del hanale, había interrogado a Vaintè


al respecto.


Ella se había mostrado divertida ante aquello,



aunque no le había explicado por qué. Decidió que,


como macho, no había ninguna razón por la que no


pudiera ser admitido.


Pero Inlènu*< no podía entrar..., en consecuencia él


tenía prohibida también la entrada. Pensó en


aquello durante largo tiempo, hasta que encontró la


obvia respuesta. Cruzó la puerta..., que fue cerrada



a sus espaldas, dejando a Inlènu*< en la parte


exterior, con su irrompible vínculo aún uniéndoles.





Aquello significaba que no podía abandonar la zona


alrededor de la puerta, así que no pudo ver todo el


interior del hanale. Pero no importaba. Los machos


acudieron a él, inmensamente alegres ante la


novedad de su


presencia en su cerrada y aburrida existencia.






Superficialmente no había ninguna forma en la que


Kerrick pudiera distinguir los machos de las


hembras.


Era lo suficientemente joven como para no creer que


aquello tuviera ninguna importancia, y sólo fue la






363

curiosidad de los propios machos una vez hubo


pasado la novedad de su presencia, la qué les hizo


revelar su naturaleza.






Aunque la mayor parte de los machos hablaban con


él o le hacían preguntas en uno u otro momento, era


Alipol quien acudía siempre ansiosamente a


recibirle a la puerta cada vez que aparecía. Aunque


Ikemend ordenaba todos los asuntos y operaciones


del hanale, era Alipol quien gobernaba puertas


adentro. Había sido seleccionado en



Inegban< para aquella posición de responsabilidad


y liderazgo. Era mucho más viejo que los demás,


todos los cuales habían sido seleccionados


simplemente por su juventud y su buena salud.


Además, Alipol era un artista, un hecho que Kerrick


no descubrió hasta después de mucho tiempo. Esto


ocurrió en una visita, cuando Alipol no apareció y


Kerrick tuvo que llamar a uno de los otros.






‐Alipol está atareado con su arte como siempre ‐dijo


éste, y se apresuró a hablar de otra cosa. Kerrick no


comprendió la expresión, la mayor parte de los


machos eran peores que las fargi en la tosquedad de


su lenguaje,










364

pero lo que había dicho el macho tenía que ver con


belleza, con hacer cosas, con objetos nuevos. Alipol


no apareció aquel día, de modo que en su siguiente


visita Kerrick mostró su curiosidad.






‐El arte es lo más importante, quizá la cosa rnás


grande que haya aquí ‐dijo Alipol‐. Pero esos


estúpidos machos jóvenes no lo saben, y por


supuesto las brutales hembras no tienen ni idea de


su existencia.






Alipol y los demás machos siempre se referían de


este modo a las hembras con una mezcla de miedo y


respeto que Kerrick nunca llegó a entender. Ni


tampoco le fue explicado nunca, por lo que al cabo


de un tiempo dejó de


preguntar.





‐Por favor, cuéntame‐dijo Kerrick con curiosidad e


interés, cosa que Alipol aceptó con una cierta



suspicacia.





‐Una rara actitud ‐dijo, luego pareció pensárselo


mejor‐. Quédate aquí y te mostraré lo que hago. ‐Se


alejó, luego regresó . ¿Has visto alguna vez un


nenitesk?






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Kerrick no comprendió la relevancia de la pregunta,


aunque admitió que efectivamente había visto los


grandes animales. Alipol se fue y regresó con un



objeto ante el que Kerrick expresó una no oculta


alegría y placer. El


placer de Alipol, en respuesta, fue increíble.





‐Tú ves lo que otros no ven ‐dijo simplemente‐. No


tienen ojos, no comprenden.






Alipol mantenía las manos juntas delante suyo, los


cuatro pulgares vueltos hacía arriba para formar un


bol.


Descansando en ellas había la delicadamente


formada imagen de un nenitesk que resplandecía


brillante a la luz del sol, entretejida al parecer con


rayos de luz. Los ojos eran de un rojo brillante,


mientras que cada línea de cola y cuernos, gran


coraza y recias patas parecía atrapada en una



resplandeciente radiación. Kerrick se inclinó para


observar más de cerca, y vio que la pequeña criatura


estaba formada por delgadas hebras de algún


brillante material, entretejidas para formar el


intrincado objeto.


Avanzó un inquisitivo dedo y lo halló duro al tacto.






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‐¿Qué es? ¿Cómo lo haces? Nunca había visto nada


así antes.






‐Alambre entretejido, alambre de plata y de oro. Dos


metales que nunca se ponen mates. Los ojos son


pequeñas gemas que traje conmigo de Inegban<. Se


encuentran en los arroyos y en las orillas arcillosas,


y yo tengo la habilidad de saber pulirlas.





Después de eso Alipol le mostró a Kerrick otras



cosas que había hecho: todas ellas eran maravillas.


Kerrick sabía apreciar el arte y deseó tener una de


ellas, pero no se atrevió a expresar su deseo por


temor a interferir en la


amistad que habían establecido.





A medida que la ciudad crecía y florecía, sólo seguía


existiendo un problema importante: los ustuzou.


Durante los meses lluviosos, cuando hacía frío en el



norte, la ciudad permaneció guardada y rodeada de


defensas.


Cuando el calor regresó al norte, Stallan encabezó


incursiones a la costa. Sólo una vez descubrieron un


grupo importante de ustuzou; mataron a todos los


que no huyeron. En otras ocasiones fueron atacados






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y muertos pequeños grupos, y en una ocasión


regresaron con un prisionero herido. Kerrick fue con


las demás a ver a la sucia criatura cubierta de pelo,


Y no experimentó ningún sentimiento de



identificación. La criatura no llegó a recobrar nunca


el conocimiento, y murió pronto. Aquella fue la


única vez que los enfrentamientos entre yilanè y


ustuzou interfirieron en el orden de la vida de la


ciudad. Todos los demás encuentros tuvieron lugar


a bastante distancia, y fueron sólo de la incumbencia


de Stallan y de las que iban con ella.






Sin el ritmo de las estaciones, el paso del tiempo


apenas era notado en Alpèasak. La ciudad crecía con


el reposado ritmo de una criatura viva, animal o


planta, adentrándose en el bosque y en la jungla


hasta que cubrió una vasta área tierra adentro a


partir del río y del mar. Los informes de Inegban<


tenían la irrealidad del clima no sentido, una


tormenta no experimentada. Los últimos inviernos



habían sido lo suficientemente suaves como para


que algunas esperaran que el tiempo frío hubiera


terminado, aunque las científicas que sabían de esas


cosas insistían en que la condición era sólo temporal.


Hablaban de medidas de temperatura del aire y del










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agua hechas en la estación estival en Teskhets, y


señalaban el


número creciente de famélicos ustuzou salvajes que


habían sido empujados hacía el sur desde sus



hábitats normales en el norte.





En Alpèasak, las noticias de este tipo eran por


supuesto de gran interés, pero siempre se trataba de


relatos de cosas ocurridas en una tierra distante. Se


estaban criando más uruketos, era bueno oír


aquello, y un día Inegban< acudiría a Alpèasak, y la



ciudad quedaría completa. Algún día. Mientras


tanto, había mucho que hacer aquí, y el sol era


siempre cálido.





Para Kerrick, el mundo era un verano eterno. Sin la


llegada del otoño, nunca esperaba las nieves del


invierno.


Desde su lugar privilegiado cerca de la eistaa,


contemplaba crecer la ciudad..., y él crecía con ella.



Los recuerdos de la vida que había llevado antes se


hacían cada vez más imprecisos, se desvanecían casi


por completo excepto en ocasionales sueños


confusos. Su mente, si no su cuerpo, era yilanè, y


nadie se atrevía a expresar otra cosa en su presencia.


Ya no era un ustuzou. Ya no era Ekerik.






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Cuando Vaintè le llamaba por su nombre, cambiaba


la forma en que era pronunciada la palabra, y todas


las demás la copiaban. Ya no era Ekerik, lento y


estúpido sino Kerikik, cerca del centro.






Era necesario el nuevo nombre porque estaba


creciendo, primero alto como una yilanè. Luego aun


más alto.


Ahora había tanto pelo sobre su cuerpo que el


unutakh murió, quizá de sobrealimentación, y le fue


proporcionado un nuevo unutakh, más grande y



voraz. Pero sin el frío del invierno para terminar el


año, el verde de la


primavera para iniciar el nuevo, no había ninguna


forma de medir el paso del tiempo.





Kerrick no lo sabía, pero tenía quince años cuando


Vaintè ordenó que se presentara ante ella.





‐Cuando el uruketo se marche por la mañana, iré



con él a Inegban<.





Kerrick mostró un abstracto interés, pero poco más,


aunque mintió y dijo que lamentaba verse separado


de ella. Inegban<, para él, sólo era una palabra.









370

‐Se están produciendo importantes cambios. Los


nuevos uruketos alcanzan la madurez, y en un


verano más, dos a lo sumo, Inegban< será


abandonada. Están tan preocupadas allí por el



temor al futuro y los cambios que traerá que no


aprecian los auténticos problemas que tenemos


aquí. No se preocupan por los ustuzou que nos


amenazan, ni siquiera se dan cuenta de las Hijas de


la Muerte que minan nuestras fuerzas. Se me


presenta un gran trabajo por delante, y tú tienes que


ayudarme. Es por eso por lo que vendrás conmigo a



Inegban<.





Entonces el interés de Kerrick se vio realmente


despertado. Un viaje dentro del uruketo, a través del


océano, una visita a un nuevo lugar. Se sintió a la


vez excitado y asustado, y Vaintè se dio cuenta de


ello puesto que estaba demasiado trastornado para


mentir.






‐Llamarás la atención de todo el mundo, y cuando


haya conseguido esa atención las convenceré de lo


que hay que hacer. ‐Le miró curiosamente‐. Pero


ahora eres demasiado yilanè. Tenemos que


recordarles a todas










371

que en una ocasión fuiste ustuzou, y aún sigues


siéndolo.





Se dirigió a la abertura donde había colocado, hacía



muchos años, el pequeño cuchillo, y lo tomó.


Zhekak lo había examinado, había dictaminado que


era un burdo artefacto hecho a partir de hierro


meteorítico, luego lo


había cubierto con una capa antióxido. Vaintè se lo


tendió a Etdeerg, su primera ayudanta, y le ordenó


que lo colocara en torno al cuello de Kerrick. Etdeerg



lo hizo, utilizando un trozo de retorcido hilo de oro,


que fijó al


brillante hierro de su collar, mientras la fargi


escuchaba y observaba desde el umbral.





‐Eso parece lo suficientemente extraño para hacer


que te miren dos veces‐dijo Vaintè, tendiendo una


mano para aplanar el puntiagudo extremo del cable.


Sus dedos tocaron la piel de él, la primera vez en



años, y se sintió


sorprendida ante lo cálida que era.





Kerrick contempló el mate cuchillo con una total


falta de interés, sin ningún recuerdo de él.









372

‐Los ustuzou se envuelven con pieles, eso ha sido


observado muchas veces, y tú tenías una


envolviendo parte de tu cuerpo cuando fuiste traído


aquí.‐Hizo una seña a Etdeerg de que abriera un



fardo, y agitó una suave piel de ciervo. La fargi


castañeteó los dientes con desagrado, e incluso


Kerrick se apartó involuntariamente de ella.


‐Para ya con eso, ordenó Vaintè‐. No se trata de una


pieza piojosa. Ha sido esterilizada y limpiada y se


hará de nuevo cada día. Etdeerg, quita la falsa bolsa


y ponle esto en su lugar.






Luego Vaintè ordenó a las fargi que se fueran y a


Inlènu*< que bloqueara la puerta, puesto que


recordó por qué se había instalado originalmente


aquella bolsa.





Etdeerg arrancó la bolsa e intentó encajar en su lugar


la piel, pero las costuras estaban en mal lugar. Se


inclinó para colocarlas bien, y Vaintè miró a Kerrick



con interés.


Había cambiado, había crecido, y le miró ahora con


una mezcla de atracción y disgusto. Cruzó la


estancia y se inclinó hacía él, y Kerrick se estremeció


ante su contacto.


Vaintè rió con placer.






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‐Eres un macho, muy parecido a nuestros machos.


Sólo que con uno en vez de dos..., ¡pero respondes


del mismo modo que ellos!






Kerrick se sintió incómodo ante lo que ella estaba


haciendo, intentó apartarse, pero ella lo sujetó


firmemente con su otra mano y lo acercó más.





Vaintè se sintió entonces excitada, agresora como


todas las hembras yilanè, y él estaba intentando



apartarse pero respondiendo al mismo tiempo,


como cualquier macho.





Kerrick no tenía la menor idea de lo que le estaba


ocurriendo, ni cuál era la extraña sensación que


sentía.


Pero Vaintè sí era muy consciente de ella. Era la


eistaa podia hacer todo lo que le apeteciera. Con


experimentados movimientos, lo arrojó al suelo y lo



montó, mientras Etdeerg observaba con interés.





Su piel era fría sobre la de Kerrick, pero él estaba


caliente, extrañamente caliente, y luego ocurrió. No


tuvo ninguna idea de lo que era, sólo que fue la cosa










374

más grande y maravillosa que le hubiera ocurrido


nunca en


toda su vida.






CAPITULO 21





‐Traigo un respetuoso mensaje de Erefnais‐dijo la


fargi, hablando lenta y cuidadosamente y


estremeciéndose sin embargo con el esfuerzo de


transmitir el mensaje correctamente‐. La carga está


completa. El uruketo está preparado para marchar.






‐Ahora vamos ‐anunció Vaintè. Etdeerg y Kerrick


avanzaron un paso a su gesto. Ella miró a su


alrededor, a las líderes de Alpèasak reunidas ante


ella, y habló de la forma más formal y oficial‐: La


ciudad es vuestra hasta


mi regreso. Mantenedla bien. Tenéis mi confianza.





Tras decir esto, salió y cruzó lentamente la ciudad,



con Kerrick y Etdeerg caminando a un decente paso


tras ella.





Kerrick había aprendido desde hacía mucho a


controlar sus movimientos, de modo que parecía tan


tranquilo como las demás. Dentro, ardía con






375

conflictivas emociones. Contemplaba aquel viaje


con expectante anticipación, pero al mismo tiempo


temía un cambio tan grande en su ordenada


existencia. Y ayer, lo que había ocurrido ayer con



Vaintè, era algo que aún no podía comprender.


¿Qué había causado una sensación tan abrumadora?


¿Ocurriría alguna otra vez de nuevo? Esperaba que


sí. ¿Pero de qué se trataba?





Todos los posibles recuerdos de las pasiones tanu,


de las diferencias entre los sexos, de los



apasionantes y prohibidos chismorreos que los


chicos mayores se susurraban al oído, incluso el


placer que había sentido en una ocasión al tocar el


cuerpo desnudo de Ysel, todo aquello había


desaparecido. Abrumado y olvidado bajo la


necesidad de la supervivencia con los yilanè. Los


machos en el hanale nunca hablaban de su relación


con las hembras, o si lo hacían nunca era en su


presencia. Inlènu*< era estúpida al respecto. No



tenía el menor conocimiento de sexualidad, ni yilanè


ni tanu, y lo único que podía hacer era meditar


desconcertado sobre aquel excitante misterio.





El cielo tras ellos estaba teñido con el rojo del


atardecer cuando alcanzaron el muelle. Los






376

enteesenat, excitados ante la anticipación del viaje,


saltaban fuera de la superficie y volvían a caer


chapoteando al agua en medio de surtidores de


espuma teñida de rojo. Kerrick fue el último en subir



a bordo, y descendió parpadeando por la abertura


de la alta aleta ante la penumbra del interior.


El suelo pulsaba debajo de él, y perdió pie y cayó. El


viaje habla empezado.





La novedad paso pronto para Kerrick, puesto que


había poco que ver y absolutamente nada que hacer.



La mayor parte del interior estaba ocupado por los


cuerpos muertos‐vivos de ciervos y stalakel. Estos


últimos estaban


amontonados en pilas, las pequeñas patas anteriores


fláccidas, las córneas mandíbulas colgantes.


Algunos de los ciervos, aunque inmóviles, tenían los


ojos completamente abiertos, y aquello resultaba


claramente visible a la


luz de las manchas luminiscentes. Tenía la



inquietante sensación de que podían verle, de que


estaban llorando en su paralizado estado. Aquello


era imposible, estaba transmitiéndoles sus propios


sentimientos. El sellado interior se cerraba sobre él,


y apretó los puños con desconocido terror,


empeorado por lo que parecía una interminable






377

tormenta. La aleta del uruketo permanecía sellada y


el aire empezó a volverse mohoso y maloliente.





En la oscuridad, las yilanè se volvían torpes y



dormían.


Sólo había una o dos de guardia todo el tiempo. En


una ocasión intentó hablar con la yilanè al timón,


pero ella no respondió; toda su atención estaba


centrada en la brújula .





Kerrick dormia cuando terminó la tormenta y el mar



se tranquilizó. Se despertó sobresaltado cuando el


frío y salino aire barrió su cuerpo. Las yilanè se


desperezaron y fueron en busca de sus capas..., pero


el aire y el rayo de luz fueron un puro placer para él.


Tiró de su traílla hasta que la adormilada Inlènu*<


se despertó y se envolvió en una capa, luego la


arrastró tras él hacía la abertura de la aleta. Trepó


rápidamente por las arrugas interiores que


formaban como una escalerilla y se izó al lado de



Erefnais, que permanecía allí de pie, envuelta


apretadamente en una amplia capa. Inlènu*< se


quedó abajo, tanto como la traílla se lo permitía.


Kerrick se sujetó firmemente al borde de la aleta y


contempló las verdes olas rodar hacia ellos y


romperse en espuma contra el lomo del uruketo,






378

riendo cuando las saladas salpicaduras azotaron su


rostro. Era algo distinto, maravilloso, excitante. Los


rayos solares atravesaban las nubes, iluminando la


enormidad del mar que se extendía de horizonte a



horizonte en todas direcciones. Se estremeció


ligeramente ante el frío aire y apretó los brazos


contra su cuerpo, pero no abandonó aquel lugar.


Erefnais se volvió y le vio, y se sorprendió de sus


emociones.





‐Tienes frío. Ve abajo. Toma una capa.






‐No..., me gusta así. Ahora puedo comprender por


qué cruzas el mar con el uruketo. No hay nada como


eso.





Erefnais se sintió muy complacida.





‐Pocas otras sienten así. Si ahora me retiraran del


mar me sentiría muy extraña. ‐La palabra extraña



tenía resonancias de infelicidad y desesperación,


con una ligera sugerencia de muerte. La cicatriz en


la espalda de la yilanè hacía difícil que se expresara


con exactitud, pero


sus sentimientos eran tan intensos que el significado


no podía ser más claro.






379

Una bandada de aves marinas flotaba sobre sus


cabezas, y Erefnais señaló en su dirección.






‐Ya no estamos lejos de tierra. De hecho es aquella


línea oscura allá en el horizonte. La costa de


Entoban<.





‐He oído pronunciar ese nombre, pero nunca he


comprendido su significado.






‐Es una gran masa de tierra, tan grande que nunca


ha sido circunnavegada, porque el mar se vuelve


muy frío al sur. Es el hogar de los yilanè, donde una


ciudad se extiende hasta los campos de otra ciudad.





‐¿Es ése nuestro destino?





Erefnais asintió.


‐En la costa norte. Primero a través del paso



conocido como Genagle, a las cálidas aguas de


Ankanaal, en cuyas orillas se halla Inegban<.





Cuando pronunció la palabra, hubo inflexiones de


placer y dolor.









380

‐Afortunadamente ahora estamos a mediados del


verano, porque el pasado invierno fue el peor en


toda la historia de la ciudad. Las cosechas murieron.


Los animales murieron. Las bestias del norte se



lanzaron sobre los rebaños. Y en una ocasión, muy


brevemente, las nubes descargaron una agua dura,


y antes de que se fundiera todo el suelo quedó


blanco.





¿Agua dura? El significado era claro..., ¿pero qué


era? Antes de que pudiera pedir una explicación



Kerrick tuvo una visión, clara y nítida, de montañas


cubiertas de nieve. Pero acompañándola había una


terrible sensación de


aprensión y miedo. Se frotó los ojos..., luego


contempló el mar y apartó el recuerdo de él. Fuera


lo que fuese, no merecía ser considerado.





‐Tengo frío ‐dijo, medio mentira, medio verdad‐, así


que volveré al calor de abajo.






Una mañana, Kerrick despertó al calor del aire y a la


luz del sol, un rayo que descendía por la abierta


aleta.


Subió rápidamente para reunirse con Vaintè y


Etdeerg que ya estaban allí. Se sorprendió por su






381

apariencia, pero puesto que ellas no dijeron nada no


hizo ningún comentario. Vaintè sentía aversión a ser


interrogada. La


miró con el rabillo del ojo. Su frente y los fuertes



ángulos de su mandíbula habían sido pintados con


pigmento rojo limpiamente aplicado en curvas Y


espirales. Etdeerg nó llevaba ningún color en su


rostro, pero negras enredaderas parecían retorcerse


en sus brazos terminando con dibujos de hojas en el


dorso de sus manos. Kerrick nunca había visto antes


a una yilanè decorada de aquel modo, pero



consiguió contener su curiosidad y miró hacía la


orilla. La línea de la costa se acercaba lentamente,


verdes colinas boscosas claramente visibles sobre el


azúl del mar.





‐Inegban<‐dijo Etdeerg, con todo un cúmulo de


entremezcladas emociones tras aquella simple


palabra.






Verdes praderas se mezclaban ahora entre los


bosques, con las oscuras siluetas de animales


pastando en ellas.


Cuando rebasaron un promontorio, un enorme


puerto se abrió ante ellos. En sus orillas estaban las


playas de Inegban< .






382

Kerrick, que imaginaba Alpèasak como una ciudad


de maravillas, vio ahora lo que era una auténtica


ciudad y dejó que sus sentimientos afloraran, con



inmenso placer de Vaintè y Etdeerg.


‐Alpèasak será así algún día ‐dijo Vaintè‐. No


durante nuestras vidas, porque Inegban< ha estado


creciendo desde el huevo del tiempo.





‐Alpèasak será más grande ‐dijo Etdeerg con


tranquila seguridad‐. Tú harás que lo sea, Vaintè.



Tienes todo un nuevo mundo para construir. Lo


harás.





Vaintè no respondió. Tampoco lo negó.





Mientras el uruketo se acercaba al puerto interior,


Erefnais subió a la parte superior de la aleta, luego


empezó a dar órdenes. El enorme animal frenó su


marcha y se detuvo, permaneció oscilando inmóvil



en la clara agua.


El par de enteesenat nadaban delante, luego giraron


bruscamente antes de alcanzar la barrera flotante de


grandes troncos. No sentían el menor deseo de que


sus cuerpos rozaran los largos y urticantes


tentáculos de las medusas que estaban suspendidas






383

de los troncos. Fueron arriba y abajo, ansiosos de


que se abriese la barrera para alcanzar la


recompensa que les esperaba al otro lado, la comida


tratada por la que estaban suspirando. Esto se



retrasó hasta que los uruketo que estaban en el


puerto fueron


retirados. Más pequeños de lo normal, aún medio


entrenados, obedecían lentamente. Cuando


estuvieron a buen recaudo, un uruketo provisto de


arneses tiró de la barrera, abriéndola y los


enteesenat se lanzaron al instante dentro. Su



uruketo les siguió, a un ritmo mucho más reposado.





Kerrick sólo pudo guardar silencio, con la boca muy


abierta. La zona del muelle era enorme..., y sin


embargo estaba atestada de yilanè aguardando su


llegada. Tras ellos se alzaban los troncos de antiguos


árboles, cuyas


ramas superiores y hojas parecían tocar el cielo. El


sendero que conducía del muelle a la ciudad era lo



suficientemente ancho como para que pasara un


urukub. Los yilanè que se apelotonaban se


apartaron ahora para dejar paso a una pequeña


procesión. A su cabeza iban cuatro fargi llevando


una construcción hecha de madera suavemente


curvada de la que cologaban coloreadas telas.






384

Su función quedó revelada cuando las fargi la


colocaron cuidadosamente en el suelo, luego se


acuclillaron a su lado. Una mano apartó las telas y


una yilanè, resplandeciente en los colores dorados



de su rostro, bajó al suelo.


Era una figura que Vaintè reconoció al instante.





‐Gulumbu‐dijo, con una cuidadosamente


controlada falta de emoción que permitió tan sólo


exhibir una pequeña pizca de su desagrado‐. La


conozco de antiguo.



Asi que ahora es la que se sienta al lado de Malsas<.


Iremos a su encuentro.





Habían desembarcado y aguardaban en el muelle


cuando Gulumbu llegó hasta ellas caminando


lentamente. Hizo el más humilde de los saludos de


bienvenida a Vaintè, reconoció la presencia de


Etdeerg..., y dejó que sus ojos pasaran lentamente


por Kerrick como sin verle.






‐Bienvenidas a Ihegban<‐dijo‐. Bienvenida a tu


ciudad natal, Vaintè, constructora ahora de


Alpèasak al otro lado del mar lleno de tormentas.‐


Vaintè correspondió a aquello con idéntica


formalidad.






385

‐¿Y dónde está Malsas<, eistaa de nuestra ciudad?





‐Me ha ordenado que os de la bienvenida y os lleve



a su presencla en el ambesed.





Mientras hablaba, el palanquín había sido retirado.


Vaintè y Gulumbu caminaron la una al lado de la


otra, abriendo la procesión hacía la ciudad. Kerrick


y Etdeer fueron detrás con las otras ayudantas, en


silencio, porqué



aquélla era una ocasión solemne.





Kerrick contempló todo lo que le rodeaba con ojos


muy abiertos. Otros enormes senderos partían del


que ellos estaban siguiendo, todos llenos de yilanè...


y más que yilanè. Pequeñas criaturas con afiladas


garras y coloreadas escamas se deslizaban por entre


la multitud.


Algunos de los árboles más grandes junto a los que



pasaban tenían escalones tallados en sus cortezas,


curvándose hacía arriba hasta plataformas


suspendidas donde otras yilanè, muchas de ellas


con rostros y cuerpos pintados contemplaban la


multitud de abajo. Uno de aquellos árboles‐morada,










386

más grande que los otros tenía guardianas armadas


a sus pies.





Los yilanè que había arriba miraban el espectáculo,



agitándose y hablando entre sí de un modo que


demostraba que sólo podían ser machos.





No había allí la dedicación al trabajo, la formalidad


del habla que conocía de Alpèasak. Las yilanè le


señalaban groseramente, hablando entre sí con


gestos vulgares acerca de su extraña apariencia.






Y había yilanè de un tipo que nunca había visto


antes, algunas con sólo la mitad del tamaño de las


otras. Permanecían reunidas en grupos,


apartándose rápidamente a un lado cuando pasaba


otra yilanè, observando con ojos preocupados, sin


hablar. Kerrick tocó el brazo de Etdeerg y las señaló


interrogativamente.






‐Ninse ‐dijo Etdeerg, con desdén en cada


movimiento‐. Yileibe. Las insensibles, las torpes.


Kerrick comprendió aquello con la suficiente


claridad. Obviamente no podían hablar ni


comprender lo que se les decía. No era sorprendente


que fuesen insensibles. Etdeerg no dijo nada más






387

sobre ellas, y Kerrick dejó el asunto a un lado por el


momento, junto con todas las demás preguntas que


se sentía ansioso por hacer.


El ambesed era tan amplio que el otro lado quedaba



oculto por la multitud reunida. Ésta se abrió ante la


procesión, que paso por entre ella hasta la soleada


pared donde Malsas< permanecía reclinada con sus


consejeras


sobre una plataforma cubierta con aquellas mismas


telas suaves. Resplandecía con sus pinturas doradas


y plateadas sobre.su rostro y brazos, volutas de oro



que descendían por todo su acanalado cuerpo sin


talle. Dijo algo a una ayudanta, dando la impresión


de no haberse apercibido de la llegada de la


procesión hasta que estuvo delante mismo de ella, y


aguardando ese pequeño momento extra para


expresar no un insulto, sino un firme recordatorio


de rango. Luego se volvió y vio a Vaintè, y le hizo


un signo de bienvenida, indicando que se acercara.


Se hizo un lugar a su lado mientras las dos yilanè se



saludaban.





Kerrick lo miraba todo, prestando poca atención a lo


que se decía, de modo que se sobresaltó cuando dos


yilanè se le acercaron y le sujetaron por los brazos.










388

Mientras tiraban de él miró temeroso a Vaintè..., que


le hizo signo


de no protestar sino de ir con ellas. Tenía poca


elección.



Tiraban fuerte de el y se dejó conducir, con Inlènu*<


caminando obedientemente tras él.





Cerca del ambesed había el portal de una extraña


estructura. No había forma de decir su tamaño


porque quedaba oculto por los árboles de la ciudad.


Pero entre los troncos eran visibles paneles de



translúcida quitina que se extendían hacía ambos


lados. Una puerta de sólido aspecto, del mismo


material, se abría ante ellos, sin manija ni aberturas


en su superficie. Sin embargo, sujetando


fuertemente su brazo, una de las yilanè tendió el


otro y apretó un bulbo flexible junto a la puerta. Tras


una corta espera la puerta se abrió y una fargi miró


desde el otro lado. Kerrick fue empujado a través de


ella con Inlènu*< tras él. La puerta se cerró a sus



espaldas.





‐Por aquí‐dijo la fargi, ignorando a Kerrick y


hablando a Inlènu*<, luego se volvió y echó a andar.













389

Era de lo más inusual. Un corto corredor hecho del


mismo material quitinoso conducía a otra puerta


Luego a otra. La siguiente estancia era más pequeña,


y la fargi se detuvo allí.






‐Cierra membrana ojo ‐dijo la yilanè, dejando que su


propia membrana nictitante transparente se


deslizara sobre sus ojos. Luego adelantó una mano,


los pulgares muy abiertos, e intentó colocarlos sobre


los párpaslos de Kerrick.






‐Te he oído ‐dijo éste, apartando la mano de una


palmada‐. Guárdate tus sucios dedos.





La fargi jadeó, impresionada al oírle hablar, y


necesitó un momento para recuperarse.





‐Importante que ojos estén cerrados ‐dijo


finalmente, luego cerró sus propias membranas y


apretó una bulbosa excrecencia roja de la pared.






Kerrick apenas había tenido tiempo de cerrar los


ojos antes que un chorro de agua caliente cayera


sobre ellos desde arriba.













390

Un poco se deslizó dentro de su boca: era ardiente y


amarga, y después de eso mantuvo los labios


firmemente sellados. El chorro se detuvo, pero


cuando lo hizo la fargi exclamo:






‐Ojos... cerrados.





El agua fue reemplazada por una corriente de aire


que evaporó rápidamente el agua de sus cuerpos.


Kerrick aguardó hasta que su piel estuvo


completamente seca antes de abrir tentativamente



un ojo. Las membranas de la fargi se habían


replegado, y cuando vio que sus ojos


estaban también abiertos empujó la última puerta y


penetró en una larga cámara baja.





Era un completo misterio para Kerrick: jamás había


visto nada como aquello antes. Suelo, techo,


paredes, todo estaba hecho del mismo duro


material. La luz del sol se filtraba a través de los



paneles translúcidos de


arriba y arrojaba movientes esquemas de hojas sobre


el suelo. A lo largo de la pared del otro lado había


una superficie elevada del mismo material, con


objetos completamente inidentificables sobre ella.


Varias yilanè se






391

ajetreaban con aquellas cosas, sin que al parecer se


hubieran dado cuenta de su llegada. La fargi les


dejó, sin decir nada. Kerrick no podía hallarle


sentido a nada de aquello. A Inlènu*<, como



siempre, no parecía importarle


en absoluto dónde estaba o lo que estaba


ocurriendo. Se volvió de espaldas y se instaló


cómodamente sobre su gruesa cola.





Luego una de las trabajadoras se dio cuenta de su


llegada y llamó la atención, de una manera



absolutamente formal, de una yilanè robusta y


cuadrada que estaba observando un pequeño


cuadrado de material como si


tuviera gran importancia. Se volvió y vio a Kerrick,


y avanzó con fuertes pasos hasta detenerse delante


de él.


Le faltaba un ojo, y el párpado estaba arrugado y


hundido, mientras que el otro sobresalía


enormemente como si intentara hacer el trabajo de



dos.





‐Mira esto, mira esto, Essag ‐dijo en voz alta‐. Mira


lo que nos han traído del otro lado del mar.













392

‐Es extraño, Ikemei‐dijo educadamente Essag‐. Pero


trae a la mente otras especies de ustuzou.





‐Es cierto, sólo que éste no está cubierto de pelo. ¿Por



qué lleva esa tela rodeándole? Quítasela.





Esaag avanzó unos pasos, y Kerrick habló de la


manera más autoritaria que pudo.





‐No me toques. Te lo prohíbo.






Essag retrocedió sobresaltada, mientras Ikemei


lanzaba un grito de felicidad.





‐Habla..., un ustuzou que habla. No, imposible, se


me habría comunicado. Ha sido entrenado para


memorizar frases, eso es todo. ¿Cuál es tu nombre?





‐Kerrick.






‐Te lo dije. Bien entrenado.





Kerrick estaba empezando a irritarse ante la franca


equivocación de Ikemei.













393

‐Eso no es cierto‐dijo‐. Puedo hablar tan bien como


tú, mucho mejor que la fargi que me trajo hasta


aquí.






‐Es difícil de creer ‐dijo Ikemei‐. Pero supondré por


un momento que lo que dices es original y no una


frase aprendida. Si es original..., entonces podrás


responder preguntas.





‐Puedo.






‐¿Cómo has llegado hasta aquí?





‐Fui traído por Vaintè, eistaa de Alpèasak. Hemos


cruzado el oceáno en un uruketo.





‐Eso es cierto. Pero también puede ser una frase


aprendida. ‐Ikemei pensó intensamente antes de


volver a hablar‐. Pero hay un límite a las frases que


puedes aprender. ¿Qué puedo preguntarte cuya



respuesta tus entrenadoras no hayan pensado en


enseñarte? Sí. Dime, antes de que se abriera la


puerta para admitirte aquí... ¿que ocurrió?





‐Fuimos lavados con un agua que tenía un sabor


muy amargo.






394

Ikemei dio una patada apreciativa contra el suelo.





‐Maravilloso. Eres un animal que puede hablar.


¿Cómo lo has conseguido?






‐Fui enseñado por Enge.





‐Sí. Si hay alguien capaz de realizar esa tarea, es ella.


Pero ahora vamos a dejar de hablar y harás lo que


yo te diga. Ven a este banco de trabajo.


Kerrick pudo ver lo que hicieron, pero no tuvo la



menor idea de para qué. Essag utilizó una


almohadilla para humedecer la huella de su pulgar,


luego Ikemei lo pinchó bruscamente con un objeto


punzante. Kerrick se sorprendió de no sentir nada,


ni siquiera cuando Ikemei apretó y extrajo grandes


gotas de sangre de su pulgar. Essag las recogió en


pequeños contenedores, que se sellaron por sí


mismos cuando apretó su parte superior. Luego su


brazo fue colocado plano sobre una superficie y



frotado con otra almohadilla que primero le hizo


sentir frío en él, luego entumecimiento.





‐Mira aquí ‐dijo Ikemei, señalando hacía arriba en la


pared. Kerrick alzó la vista y no vio nada. Cuando


volvió a bajarla vio que mientras había estado






395

distraído ella había utilizado una cuerda‐cuchillo


para rebanar una


pequeña capa de su piel. No hubo ninguna


sensación de dolor. Las pequeñas gotas de sangre



que empezaron a aflorar fueron cubiertas por el


vendaje adhesivo de un nefmakel.





Kerrick no pudo contener por más tiempo su


curiosidad.





‐Has tomado un poco de mi piel y de mi sangre. ¿Por



qué?





‐Un ustuzou con curiosidad ‐dijo Ikemei, haciéndole


signo de que se tendiera de espaldas sobre un banco


bajo . Las maravillas de este mundo no tienen fin.


Estoy examinando tu cuerpo, eso es lo que estoy


haciendo.


Esas hojas coloreadas de aquí efectuarán un examen


cromatográfico, mientras esas columnas



precipitadoras, esos tubos transparentes,


descubrirán otros secretos de tu química.


¿Satisfecho?





Kerrick guardó silencio, sin comprender nada.


Ikemei colocó una informe criatura gris sobre su






396

pecho, ‐ la aguijoneó con un dedo hasta que cobró


vida.





‐Y ahora esta cosa está generando ultrasonidos para



mirar al interior de tu cuerpo. Cuando haya


terminado lo sabremos todo sobre ti. Levántate. Ya


está. Una fargi te mostrará el camino de regreso.





Ikemei no dejó de mirar, maravillada, hasta que la


puerta se cerró tras Kerrick e Inlènu*<.






‐Un animal que habla. Por primera vez me siento


ansiosa por ir a Alpèasak. He oído que las formas de


vida ustuzou son allí variadas e interesantes. Siento


gran interés por verlas por mí misma. Ordenes.





‐Escucho, Ikemei‐dijo Essag.





‐Haz una serie completa de pruebas de suero, todas


las pruebas metabólicas, dame una imagen



completa de la biología de esta criatura. Luego


empezaremos el auténtico trabajo.





Ikemei se volvió hacía el banco de trabajo y, como si


de pronto pensara en ello, dijo:









397

‐Tenemos que descubrir todo lo que podamos acerca


de sus procesos metabólicos. Se nos ha ordenado


que encontremos parásitos, predadores, cualquier


cosa que pueda causar daños específicos a esta



especie. ‐Se estremeció con disgusto mientras decía


aquello, y su ayudanta compartió su sentimiento.


Ikemei le hizo un signo de que guardara silencio


antes de que pudiera hablar.





‐Conozco tus pensamientos y los comparto.


Nosotras construimos vida, no la destruimos. Pero



esos ustuzou en particular se han convertido en una


amenaza y un peligro. Deben ser alejados. Eso es,


alejados. Se marcharán y


dejarán de molestar a la nueva ciudad cuando vean


que se hallan en peligro. No tenemos que matarlos,


simplemente debemos mantenerlos alejados.








CAPITULO 22






Cuando las grandes puertas se cerraron lentamente,


los sonidos del ambesed se amortiguaron. El silencio


llenó la estancia cuando acabaron de cerrarse.


Vaintè apenas había notado anteriormente los


detalles de las puertas, aunque había estado muchas






398

veces en aquella estancia en el pasado. Su atención


fue atraída ahora hacia ellas. Estaban


intrincadamente labradas con una gran variedad de


plantas y animales entrelazados, y éstos a su vez



habían sido adornados con incrustaciones de


metales brillantes y gemas. Eran simplemente uno


más de los lujos y placeres de aquella antigua ciudad


que eran dados por sentados por las yilanè que


vivían allí. Ella también hubo un tiempo que los dio


por sentados. Qué diferente era aquello de la recién


desarrollada Alpèasak, donde apenas había siquiera



algunas puertas..., y las pocas que había aún estaban


húmedas con la savia de su crecimiento. Todo allí


era tosco y desarrollado aprisa, nuevo y verde, en


directo contraste con esta culta ciudad, vieja y


asentada. Era un atrevimiento para ella estar allí, la


eistaa de una ciudad salvaje venida a enfrentarse a


aquellas que gobernaban la eterna Inegban<.





Vaintè rechazó al instante aquella línea de



pensamiento. No había vergüenza en lo nuevo, no


tenía necesidad de sentirse inferior allí en la gran


ciudad. Inegban<, antigua, rica..., pero


inexorablemente condenada, de eso no había la


menor duda. Aquellos árboles morirían, frías


brumas y hojas muertas soplarían por la vacía






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