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Published by snullbug20, 2018-07-22 06:59:43

Los Viajes De Tuf - George RR Martin

empezó a levantarse, pero se quedó inmóvil, en una

agonía de indecisión.


—Está programado según mis instrucciones para que

no se moleste mientras como —anunció Tuf. Ergo, y

siguiendo un lógico proceso de eliminación, la llamada


es para usted.

La aguja de luz azul se encendía y se apagaba, se


encendía y se apagaba, se encendía y se apagaba.

—Usted no es un maldito dios —dijo Tolly Mune.

Maldición, y yo tampoco lo soy. Tuf, no quiero aceptar


esta condenada carga.

La luz seguía encendiéndose y apagándose.

—Quizá sea el comandante Wald Ober —sugirió


Tuf—. Creo que debería recibir su llamada antes de que

decida empezar la cuenta atrás.

—Nadie tiene ese derecho, Tuf —dijo ella—. Ni usted


ni yo.

Tuf se encogió pesadamente de hombros.


La luz se encendía y se apagaba.

Blackjack lanzó un maullido,

Tolly Mune dio dos pasos hacia la consola, se detuvo


y se volvió hacia Tuf

—La creación es parte de la divinidad —dijo con voz


repentinamente segura—. Tuf, usted puede destruir,

pero no puede crear, y eso es lo que le convierte en un

monstruo y no en un dios.







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—La creación de vida en los tanques de clonación es

un elemento perfectamente normal y cotidiano de mi


profesión —dijo Tuf.

La luz se encendía y se apagaba sin cesar.

—No —dijo ella—, aquí puede copiar la vida, pero no


puede crearla. Esa vida tiene que haber existido ya en

algún otro lugar y en algún otro tiempo, y necesita una


célula de muestra, un fósil, algo. De lo contrario no

puede hacer nada. ¡Sí, infiernos y maldición! ¡Oh!, de

acuerdo, tiene el poder de la creación, pero es el mismo


maldito poder que tengo yo y cada hombre y mujer

enterrado en una ciudad subterránea. La procreación,

Tuf Ahí está su impresionante poder, ése es el único


milagro existente. Lo único que hace de los seres

humanos criaturas semejantes a los dioses y eso mismo

es lo que usted se propone arrebatarle al noventa y


nueve, coma, noventa y nueve por ciento de los

sʹuthlameses. ¡Al infierno con eso! No es usted un


creador y no es ningún dios.

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf, impasible e

inexpresivo.


—Por lo tanto no tiene derecho alguno a decidir como

tal —dijo ella. Y yo tampoco lo tengo, ¡maldita sea!


—Avanzó hacia la consola con tres zancadas llenas de

seguridad y oprimió un botón. Una pantalla se iluminó

con un remolino de colores que acabaron formando la


imagen de un casco de combate pulido cual un espejo



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y en cuyo penacho se veía un globo estilizado. Dos

sensores escarlata ardían bajo el oscuro visor de


plastiacero—. Comandante Ober... —dijo ella.

—Primera Consejera Mune —replicó Wald Ober.

Estaba algo preocupado. Los embajadores aliados


están soltando unas tonterías increíbles delante de los

reporteros. Algo sobre un tratado de paz y un nuevo


florecimiento

¿Puede confirmar todo eso? ¿Qué está pasando?

¿Tiene problemas?


—Sí —dijo ella—. Escúcheme bien, Ober, y

—Tolly Mune —dijo Tuf

Ella giró en redondo.


—¿Qué?

—Si la procreación es la señal distintiva de la

divinidad —dijo Tuf—, entonces creo que puedo


argumentar que los gatos también son dioses, ya que

también ellos se reproducen. Permítame indicarle que,


en muy corto espacio de tiempo, hemos llegado a una

situación en la cual tiene usted más gatos que yo, pese

a haber empezado con sólo una pareja.


Ella frunció el ceño.

—¿Qué está diciendo? —quitó el sonido, para que las


palabras de Tuf no fueran transmitidas.

Wald Ober gesticuló nerviosamente en un repentino

silencio.







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Haviland Tuf formó un puente con sus dedos sobre

la mesa.


—Estoy meramente indicando que, pese a mi gran

aprecio hacia las propiedades de los felinos, tomo

medidas para controlar su reproducción. Llegué a tal


decisión tras haber meditado cuidadosamente en ello y

sopesando todas las alternativas. En último extremo,


tal y como usted misma descubrirá, sólo hay dos

opciones fundamentales. Debe reconciliarse con la idea

de inhibir de alguna forma la fertilidad de sus felinos,


y podría añadir que, por supuesto, sin ningún

consentimiento por parte de ellos o, si no lo hace, le

aseguro que algún día se encontrará echando por su


escotilla una bolsa repleta de gatitos recién nacidos al

frío espacio. Caso de que no elija ya habrá elegido. El

fracaso a la hora de tomar una decisión, basándose en


que no tiene derecho a ello, es por si mismo una

decisión, Primera Consejera. Si se abstiene ya ha


votado.

—Tuf —dijo ella con la voz llena de dolor ¡No! ¡No

quiero este maldito poder!


Dax subió de un salto a la mesa y sus ojos dorados se

clavaron en ella.


—La divinidad es una profesión todavía más

exigente que la ecología —dijo Tuf—, aunque podría

decirse que ya conocía los riesgos de la profesión


cuando decidí asumir esa carga.



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—No —empezó a decir ella, balbuceando—, no

puede decir que... Los gatitos y las criaturas humanas


no son... Son gente, ellos tienen el poder de... eso es,

mentes, mentes y corazones al igual que gónadas. Son

seres racionales, es su decisión, es suya, no mía... No


puedo decidir por ellos... por millones, por miles de

millones.


—Ciertamente —dijo Tuf. Había olvidado a la buena

gente de Sʹuthlam y su larga historia de muy racionales

decisiones. Indudablemente verán ante ellos la guerra,


el hambre y la plaga y de pronto, por miles de millones,

decidirán cambiar su modo de vida y, de ese modo,

evitarán diestramente el oscuro abismo que amenaza


con tragarse Sʹuthlam y sus altivas torres. Resulta muy

extraño que no me haya dado cuenta de ello

anteriormente.


Tolly Mune y Haviland Tuf se contemplaron en

silencio.


Dax empezó a ronronear y luego, apartando sus ojos

de Tolly Mune, se acercó al cuenco de Tuf para lamer

la crema. Blackjack empezó a frotarse en su pierna, sin


quitarle la vista de encima a Dax, al otro extremo de la

estancia.


Tolly Mune se volvió muy lentamente hacia la

consola y ese giro le llevó todo un día... no, una

semana, un año, una vida entera. Necesitó cuarenta mil


millones de vidas para completarlo, pero una vez que



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lo hubo hecho, se dio cuenta de que sólo había

necesitado un instante y que todas esas vidas habían


desaparecido cual si no hubieran existido nunca.

Contempló la fría y silenciosa máscara que la miraba

desde la pantalla y en el plastiacero negro y reluciente


vio reflejarse todo el horror sin rostro de la guerra y

detrás de él vio arder los implacables ojos febriles del


hambre y de la enfermedad. Luego tocó un control y

restableció el sonido.

—¿Qué está pasando ahí? —preguntaba una y otra


vez Wald Ober. Primera Consejera, no puedo oírle.

¿Cuáles son sus órdenes? ¿Me oye? ¿Qué está pasando

ahí?


—Comandante Ober —dijo Tolly Mune, obligándose

a sonreír.

—¿Qué ocurre, algo anda mal?


Tolly Mune tragó saliva.

—¿Mal? Nada, nada en absoluto. ¡Infiernos y


maldición! Todo anda increíblemente bien. La guerra

ha terminado y la crisis también, Comandante.

—¿Le están obligando a decir eso? —ladró Wald


Ober.

—No —se apresuró a responder ella—. ¿Por qué


piensa semejante cosa?

—Lágrimas —replicó él—. Veo sus lágrimas, Primera

Consejera.







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—Son de alegría, Comandante. Son lágrimas de

alegría. Maná, Ober, así le llama él, maná del cielo —


rió en voz baja—. Comida de las estrellas. Tuf es un

genio. A veces —se mordió el labio con dureza,

haciéndose daño—. A veces incluso pienso que quizá


sea

—¿Qué?


—Un dios —dijo ella. Apretó un botón y la pantalla

se apagó.

Su nombre era Tolly Mune, pero en los libros de


historia ha recibido muchos nombres distintos.






FIN














































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