dirigir nuestra marcha... pero ¿sabes tú cómo es el sol?
Yo no. No lo he visto nunca.
—Ni nadie de los que viven ahora.
—Era como ser un dios... Y ellos hablan de volver
las cosas a su antiguo estado.
¡Lobos! ¡Ciudadanos! ¡La Meditación es el más barato
de los camelos baratos! ¡La carne!
¡Solamente la carne! ¡Una vez pude ver, Gala, pero
ahora estoy ciego! ¡Yo era un anillo de fuego que
crecía! Ahora sólo soy un hombre, ahora ya nunca
seré nada más que un hombre, a no ser...
Se detuvo y la miró, confuso. Gala Tropile clavó sus
ojos en los de su marido.
—¿A no ser, qué, Glenn?
Él se encogió de hombros y miró hacia otro lado.
—A no ser que regreses, quieres decir —él se volvió
y ella continuó sin violencia—. Sí, tú quieres regresar.
Quieres volver otra vez a tu tubo de sopa y flotar allí
como un bebé. Tú no quieres tener bebés; quieres ser
un bebé.
—Gala —contestó él—, no entiendes. Había una
maravillosa y sabia y anciana persona, graciosa
también, que tenía tentáculos y era verdosa y estaba
muerta. Quiero conocerla mejor; sus pensamientos
sabían bien. Y nosotros supimos que hay una raza
trisimbiótica en la Nube Magelánica, cosa que era
conocida en toda aquella parte de la Galaxia. Sabes,
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ellos habían aprendido un hecho sobre..., llámalo
Dios. Necesitábamos visitarlos. Y la Nebulosa
Coalsack no es en absoluto una nube de polvo; es un
agujero en el espacio. Hay razas en el Universo cuya
historia cultural es la edificación de una lenta
comprensión de ese agujero. Imagínate cómo deben
saber los pensamientos de esa raza a un ser de ocho
mentes... —se detuvo—. Debes pensar que estoy loco
—continuó—. Loco para olvidar que soy un animal,
que no seré nunca más que un animal, que una
sacudida en el cuello de una glándula importa más
que los trisimbióticos de la Magelánica y su Hecho.
Puede ser que tengas razón. Lo que haré será
pedirles que me vuelvan a poner en circuito en el
planeta gemelo. Creo que puedo ocuparme del Sol
que necesitáis y probablemente consiga arreglar la
maquinaria de propulsión.
No miró hacia atrás mientras se dirigía a la puerta,
pero sabía que había vuelto la espalda no sólo a la
mujer que era su esposa, sino a toda la Humanidad y
toda la carne.
Era de noche y hacía calor. El cálido otoño del ciclo
de cinco años; el próximo ciclo lo iniciaría él mismo,
desde un... un tubo de sopa, un solitario tubo de sopa.
¿Encontraría a siete más que se atrevieran? No en este
planeta. Le ofrecería a este planeta un corazón de
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fuego mejor que cualquiera de los que hubieran hecho
las Pirámides, pero, él solo, no podía esperar ser un
anillo de fuego que creciera. Al menos podría
desprenderse de la carne, estar libre de esa tiranía.
En pie en medio de la calle miró a las estrellas que se
agrupaban en constelaciones demasiado nuevas para
tener nombre. ¡Allí estaba el universo! Las palabras
no eran buenas; había cosas que no se podían
explicar con palabras; era natural que no pudiera
hacer que Gala o cualquier otro le entendiera, porque
la carne no podía captar las realidades de la mente y
el espíritu ya liberados de la carne.
¡Bebés! ¡Un hogar! ¡Y todos los sucios menesteres de
animal de comer, beber y dormir!
¿Cómo podían pedirle que se quedara en el fango
cuando allá arriba las estrellas le desafiaban?
Avanzó lentamente calle abajo, solo en la noche,
como un aprendiz de dios que renunciara a su
humanidad. No había allí nada para él, y ¿por qué
tenía, sin embargo, esa sensación de pérdida?
El sentido del Deber le decía (¿o era el Orgullo?):
«Alguien debe dejar de lado su carne para controlar la
órbita y temperatura de la Tierra... ¿por qué no tú?»
La Carne le decía (¿o era su alma.... fuera ésta lo
que fuere?): «Pero estarás solo.» Se detuvo y por un
momento estuvo indeciso entre el destino y el
polvo...
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Hasta que advirtió unos pasos que corrían a su
espalda y una voz:
—¡Espera, espera, Glenn! ¡Quiero ir contigo!
Se volvió y esperó, pero sólo un instante. Luego
continuó. Pero no —para siempre y jamás—, no iba
solo. Había uno más. ¡Habría otros más! El anillo de
fuego crecería.
FIN
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