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Published by snullbug20, 2018-07-03 20:44:45

A Traves De Marte - Geoffrey A Landis

18

Muerte en el polo





Después de pasar un día entero conectado, el hábi-

tat estaba un poco más caliente, pero seguían viendo

su aliento cada vez que respiraban. Tana había pasado

el día entero en el interior, cuidando de Estrela, mien-

tras Ryan fundía el hielo que había alrededor de la
nave. Ahora el Jesus do Sul sobresalía en vertical

desde el centro de un profundo pozo.

—He comprobado el cohete lo mejor que he podido

—explicó—. Para llevar tanto tiempo en la superficie,

puede decirse que está bastante bien. No he localizado

ninguna avería.

—No me hables de la nave —dijo Estrela. Se había
recuperado de su episodio de hipotermia, pero seguía

estando demacrada, agotada—. No me importa en ab-

soluto. Sólo quiero saber qué le ocurrió a João. ¿Qué

pasó?

Ryan se encogió de hombros.

—¿De verdad importa?

—¡Por supuesto! —gritó. Tenía la voz ronca, así

que hablaba en fuertes susurros—. ¡Dime cómo mu-

rió!
Ryan apartó la mirada.

—Murieron envenenados.

—¿Qué? —susurró con voz ronca—. Cuéntamelo.



— 501 —

Ryan suspiró.

—Fue un error muy simple. Su planta de produc-

ción de combustible creaba metano a partir del hidró-
geno y liberaba monóxido de carbono. El monóxido

de carbono es un componente natural de la atmósfera

marciana. ¿Recuerdas mi episodio de anoxia? A ellos

les ocurrió lo mismo: el sulfuro envenenó los sensores

de sus respiradores. Como estaban produciendo com-

bustible, había un exceso de monóxido de carbono en

el área, así que cuando los sensores de oxígeno falla-

ron, empezaron a respirar monóxido de carbono y

murieron envenenados.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Tana.

—¿Quién tuvo la culpa? —quiso saber Estrela.

Ryan se encogió de hombros.

—En cuanto supe dónde buscar, no fue difícil ver

la evidencia.

—¿Pero quién tuvo la culpa? —insistió Estrela.

Ryan se encogió de hombros de nuevo.
—La verdad es que no fue culpa de nadie. Fue un

descuido.

—¿Un accidente? ¿Fue un accidente? —se sentó y

apartó la mirada—. ¿Eso es todo?

—Fue un accidente. A nosotros estuvo a punto de

ocurrirnos lo mismo —la miró y advirtió que estaba

llorando—. Lo siento.

Tana le dio unas palmaditas en la espalda y repitió

las palabras de Ryan.
—Lo siento.








— 502 —

19

La elección final





—Ha llegado el momento de tomar una decisión —

anunció Ryan.

Todos guardaron silencio.

Levantó el puño, del que sobresalían los extremos

de tres tiras de papel.
—Tenéis que coger una. Una es más corta que las

demás. Quienes consigan las largas regresarán a casa.

Estrela movió la cabeza hacia los lados.

—No es necesario —dijo—. Ya he tomado una de-

cisión. No es necesario que nadie saque la tira más

corta, porque he decidido quedarme.

—¿Qué? —dijeron Tana y Ryan al unísono.
Estrela esbozó una apagada sonrisa.

—Os he sorprendido, ¿verdad?

Ryan sintió una serie de emociones contradictorias.

Su corazón le susurraba: “Deja que se quede; vete a

casa”, pero su conciencia le decía que no podía per-

mitir que muriera, no después de aquella experiencia.

Estaban en esto juntos.

—Es una sorpresa, sí —dijo con cautela—. Pero no

es justo que hagas ese sacrificio. Todos tenemos que
tener las mismas oportunidades.

Estrela sacudió la cabeza.

—No me importa que regreséis o no a la Tierra.



— 503 —

Estoy decidida a quedarme.

—¿Y cómo piensas sobrevivir? —preguntó Tana.

Estrela se acarició el cabello y, por un instante, re-
cuperó una chispa de su obstinada vitalidad.

—Puedo sobrevivir. Regresaré a la base americana.

Allí hay comida y agua de sobras, montones de pro-

visiones e incluso un invernadero.

Ryan estaba sorprendido. Sí, pensó, puede que sea

posible. Puede.

—No cuentes con una misión de rescate —le ad-

virtió.

—Dentro de dos años enviarán una nave —respon-
dió ella—. O quizá dentro de cuatro. Programarán la

cuarta expedición y me rescatarán.

Parecía tan segura que por un instante Ryan creyó

que podía ser posible. Por supuesto que la rescatarían.

¿Por qué creía que no lo harían? Pero entonces recu-

peró el sentido común.

—No cuentes con eso —insistió.
Estrela se encogió de hombros.

—O dentro de seis años. O puede que ni siquiera

espere a que venga una nave: quiero vivir aquí.

—¿Por qué?

—Porque me gusta este lugar —replicó Estrela—.

He decidido quedarme. —Miró a sus compañeros y al

ver sus expresiones de sorpresa soltó una carcajada—

. Lo sé. Pensabais que era una superviviente, que ha-

ría lo que fuera por regresar a la Tierra. Yo también
lo pensaba. Por eso maté a Trevor, para ocupar su lu-

gar.

Tana levantó la mirada, sorprendida.



— 504 —

—Tú...

Estrela asintió, esbozando una sonrisa distante.

—Sí, es cierto. Yo lo maté.
Tendría que haberme dado cuenta, pensó Ryan.

Era demasiado obvio. La muerte de Ryan había sido

demasiado conveniente.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó.

—¿Tú qué crees? —espetó ella—. Porque sólo dos

de nosotros podíamos regresar a la Tierra, porque era

una persona que podía ocupar mi lugar y porque era

una carga para la expedición. Por eso.

—¿Qué hiciste? —preguntó Ryan.
Estrela le miró a los ojos.

—Quité la batería de su baliza de emergencia —

explicó—, y después me aseguré de que la brújula de

su giroscopio estaba mal calibrada. Y un par de deta-

lles similares. Quería asegurarme de que no lograra

encontrar el camino de vuelta si alguna vez se perdía.

Siempre fue negligente comprobando su equipo, así
que consideraba que sólo sería cuestión de tiempo que

se perdiera.

—¿Pero por qué? —dijo Tana—. ¿No te arrepien-

tes?

—Ya os lo he dicho. Alguien tenía que morir y de-

cidí que debía ser él.

—Pensaba que había sido un accidente —dijo

Ryan.

—Entonces considéralo un accidente —respondió,
encogiéndose de hombros—. Yo no le obligué a me-

rodear por ahí hasta perderse. Supongo que puedes

llamarlo accidente, si eso te hace sentir mejor.



— 505 —

—Y también mataste al comandante Radkowski —

dijo Ryan, comprendiéndolo todo de repente—.

Creías que no te elegiría, así que le mataste. No fue
Brandon. ¡Fuiste tú!

Estrela movió la cabeza hacia los lados.

—No, eso fue un accidente. Por supuesto que

deseaba que Radkowski muriera, ¿acaso vosotros no?

Pero no soy estúpida. Cuando murió estaba desespe-

rada. Jamás imaginé que podríamos llegar al polo sin

un líder.

—Un accidente —repitió Ryan lentamente.

Estrela asintió.
—Cambió la cuerda en el último momento. Cogió

la cuerda que se suponía que tenía que utilizar Trevor

y empezó a descender antes de que se me ocurriera

una excusa para detenerlo.

—¡Mierda! —exclamó Ryan—. ¿Qué diablos se

supone que tenemos que hacer ahora? —Guardó si-

lencio unos instantes, antes de preguntar—: ¿Por qué
nos estás contando todo esto? Ahora podías regresar

a casa con total libertad. ¿Por qué no nos mataste a

uno de nosotros dos? Nunca lo habríamos sabido.

Estrela sonrió.

—Porque cambié de opinión.






















— 506 —

20

La última oportunidad





Al día siguiente Tana inventarió las provisiones

que quedaban en la base brasileña mientras Ryan exa-

minaba los rovers de nieve que habían dejado atrás

los miembros de la expedición. Independientemente

de lo que hubiera ocurrido durante el largo viaje que
habían realizado juntos desde que abandonaron Felis

Dorsa, la idea de Estrela de regresar a la base ameri-

cana del Agamemnon le había parecido un buen plan

y quienquiera que se quedara atrás, fuera quien fuera,

necesitaría provisiones y un rover de nieve que fun-

cionara.

Desde aquella noche no habían vuelto a hablar so-
bre la confesión de Estrela. Ryan estaba trabajando a

solas en el diminuto hangar en el que se guardaban los

rovers de nieve cuando Tana se acercó a él. Permane-

ció allí de pie, en silencio, mirando cómo trabajaba.

Al oír que pronunciaba su nombre, levantó la mirada.

—¿La crees? —le preguntó—. Necesito saberlo.

—Se mordisqueó el labio inferior—. ¿Crees que real-

mente hizo...?

Ryan había retirado el depósito de combustible del
rover de tierra y estaba comprobando con cautela las

juntas, asegurándose de que el venenoso azufre no ha-

bía penetrado en el sistema energético. Era su forma



— 507 —

de evitar pensar en lo sucedido. Dejó el depósito en el

suelo y observó a su compañera con una expresión

pensativa.
—Sí —respondió.

—¿Pero estás seguro, realmente seguro? —pre-

guntó ella. Al ver que asentía, añadió—: ¿Y qué de-

bemos hacer?

Ryan reflexionó unos instantes.

—¿Qué sugieres tú? ¿Pena de muerte?

—No, no —respondió Tana—. Pero podríamos...

—se interrumpió—. No sé.

—¿Qué más quieres que haga? No podemos lle-
varla a casa y dejarla ante un tribunal. Y aunque pu-

diéramos hacerlo, no tenemos ninguna prueba de que

haya cometido ningún crimen.

—Pero deberíamos decírselo a alguien.

Ryan negó con la cabeza.

—¿A quién se lo diríamos? ¿Y qué diríamos? —

osciló la mano para indicar el planeta que pisaban—.
Ha dicho que piensa quedarse aquí. Míralo de este

modo: Marte es una prisión más segura de lo que Al-

catraz fue jamás, una prisión con paredes que no pue-

des escalar. ¿No te parece suficiente castigo?

—¿Pero cómo vamos a dejarla aquí?

Ryan suspiró. Así que era eso. A pesar de lo que

Estrela les había contado, dejarla atrás seguía pare-

ciéndoles una traición. Habían recorrido juntos un

largo camino; no podían abandonarla... ¿pero acaso
tenían otra alternativa?

—No lo sé —respondió—. No lo sé.

Continuó inspeccionando el depósito y, minutos



— 508 —

después, oyó que Tana se marchaba.

Por fin llegó la noche y los tres cenaron en silencio.

Cuando terminaron, se reunieron en el módulo presu-
rizado. En el hábitat seguía haciendo frío, pero cada

vez menos. Ryan se sentó y dedicó a Estrela una larga

y firme mirada.

Ella se la devolvió.

—¿Y bien? —preguntó.

—No me lo ocultes por más tiempo —dijo Ryan—

. Necesito saberlo. ¿Por qué quieres quedarte aquí?

—¿Realmente te importa? —espetó—. Te estoy di-

ciendo que puedes regresar a casa. Aprovéchalo, es tu
vida y te la estoy regalando a cambio de nada. ¿Por

qué quieres saber la razón?

—Porque sí —respondió Ryan—. Después del

tiempo que hemos pasado juntos, soy incapaz de de-

jarte atrás sin saber porqué. Ya es muy tarde para

mentiras. Explícame la razón.

—Ya te lo dije. Cambié de opinión.
Ryan sacudió la cabeza.

—Eso no es suficiente. Dijiste que habías matado a

dos personas para poder regresar a casa... pero ahora

que estás aquí has decidido que no quieres volver. No

voy a juzgarte, pero necesito comprenderte. ¿Por qué?

Estrela se recostó en su asiento y cerró los ojos.

—Durante toda mi vida he estado rodeada de per-

sonas: en la ciudad en la que crecí, en la escuela,

cuando me enviaron al norte... Siempre ha habido per-
sonas a mi alrededor. Chicos que querían estar con-

migo para bajarme las bragas, periodistas que querían






— 509 —

entrevistarme, incluso João, que quería sentarse con-

migo y beber café y conversar durante largas horas.

»Ni siquiera en Marte he podido estar a solas... En
este planeta hemos estado más apretados que en nin-

gún otro lugar. Hemos dormido apretados en los há-

bitats y hemos viajado apretados en los rovers. Siem-

pre hemos estado juntos. Incluso cuando pensaba que

iba a morir oía voces por el audífono diciéndome que

nunca estaría sola.

»¿Sabíais que al principio este lugar me aterraba?

Sus enormes y vacías distancias me espeluznaban.

Pero entonces, cuando seguimos caminando, cuando
el avión se estrelló y nos dijiste que debíamos conti-

nuar a pie, algo cambió. A partir de entonces pudimos

estar solos, realmente solos, y descubrí que podía es-

tar a solas conmigo misma. A la nieve no le importa

quién soy. Ni tampoco a las rocas. Ni tampoco al

cielo.

»Lo único que puedo deciros es que durante toda
mi vida he fingido ser alguien que no soy. Lo he fin-

gido durante tanto tiempo que creo que ya ni siquiera

sé quién soy realmente. Y quiero acabar con eso.

»He decidido que no quiero regresar. No lo nece-

sito. Allí no hay nada para mí. He cambiado de opi-

nión. Me gusta estar aquí.

»Quiero estar sola.
















— 510 —

21

Abandonando Marte





El sol en el horizonte era casi azul; estaba rodeado

por una luminosa orbe dorada y un doble halo. El día

estaba en calma y la nieve reflejaba el pálido amarillo

del cielo.

De pronto la nieve empezó a brillar.
Y entonces entró en erupción, salió despedida ha-

cia arriba en un raudal de repentina incandescencia,

levantando una nube ondulante que brillaba en rojo

con una luz interior. El resplandor, una llama tan res-

plandeciente que dolía mirarla, se alzó muy despacio,

en silencio, hasta quedar oculto tras la nube.

El Jesus do Sul salió de la nube y la luz de los gases
de escape, similar a la de un segundo y brillante ama-

necer, prendió el paisaje helado. El cohete salió dis-

parado hacia el cielo, ganando velocidad. Ya estaba

casi fuera de su campo visual cuando el módulo de

propulsión se desprendió y el módulo de retorno, un

diminuto alfiler de luz, se alejó a toda velocidad,

como una estrella fugaz que remonta el vuelo para re-

gresar a su hogar, al espacio.

Una figura insignificante estaba sentada en un pe-
queño cerro de hielo, en la superficie marciana. Con-

tinuó mirando al cielo hasta largo tiempo después de

que el diminuto alfiler de luz hubiera desaparecido



— 511 —

por completo.

Entonces dio media vuelta para regresar al hábitat.

No valía la pena seguir mirando. Transcurrían nueve
meses antes de que la nave completara su trayecto y,

hasta entonces, tenía muchísimas cosas que hacer.

Estrela Carolina Conselheiro por fin estaba en casa.











































































— 512 —

Nota sobre el autor





Geoffrey Landis nació en Detroit, Michigan, en
1955, pero poco después su familia se trasladaría a

Arlington, Virginia, y a lo largo de su infancia iría re-

corriendo varias ciudades, desde Baltimore a Win-

netka. Tras estudiar en el MIT, trabajó en la zona de

Boston durante cinco años y después se mudó a Pro-

vidence, Rhode Island para estudiar física en la

Brown University. Tras doctorarse trabajó como in-
vestigador de posdoctorado en el NASA John Glenn

Research Center, después como trabajador en nómina

y finalmente como decano en el Ohio Aerospace Ins-

titute, antes de aceptar su actual trabajo como cientí-

fico civil en la rama de fotovoltaica y efectos del en-

torno espacial en el centro John Glenn.

A lo largo de su carrera científica Landis ha publi-

cado más de 250 textos sobre tecnología fotovoltaica

y sobre astronáutica, posee cuatro patentes en diseños
para dispositivos fotovoltaicos y ha escrito docenas

de artículos sobre tecnología de cohetes, además de

editar varios de los informes del MIT Rocket Society.

Pilotó el aeroplano Chrysalis, impulsado mediante

fuerza humana, y participó en la construcción del ae-

roplano Monarch. Ha escrito también varios artículos
sobre ciencia ficción, incluyendo The Demon Under

Hawaii, publicado en la revista Analog y ganador en

1992 del premio AnLab. Como científico de la

NASA, Landis ha participado en un proyecto para la

Estación Espacial Internacional y fue miembro de los

equipos que supervisaron el vehículo de exploración

de la misión Mars Pathfinder, y los dos vehículos de

la misión Mars Exploration que exploraron el planeta

rojo en el 2004.
Landis empezó su carrera como escritor en 1984,

durante sus estudios en la Brown University. Publicó

su primera historia, Elemental, en la revista Analog,

y desde entonces ha escrito cerca de sesenta relatos,

más de una veintena de poemas y tres libros, una no-

vela y dos recopilaciones. Ganó en 1992 el premio

Hugo de relato por A Walkin the Sun, y de nuevo en
el 2003 por Falling onto Mars (que se puede leer en

la revista Solaris n°21) y ha sido galardonado también

con los premios Nebula por Ripples in the Dirac Sea

y el premio Locus a la mejor primera novela del 2000

por A través de Marte.

Sus historias han sido traducidas a diecinueve idio-

mas desde el chino al turco; la traducción al portugués

de Ripples in the Dirac Sea ganó el premio Brazilian

Reader's Poll al mejor relato. Landis vive actualmente
en Berea, Ohio, junto a su esposa, la escritora Mary

A. Turzillo, con quien asistió e im-






— 514 —

partió posteriormente clases en el prestigioso taller li-

terario Clarion.






Bibliografía de Geoffrey A. Landis





—Novelas

2000 — Mars Crossing

A través de Marte, La Factoría de Ideas, Sola-

ris Ficción, nº53, 2004


—Recopilaciones

1991 — Myths, Legends, & True History

2001 — Impact Parameter



—Relatos

1984 — Elemental
1985 — Dinosaurs

Dinosaurios, incluido en Dinosaurios, Edicio-

nes Grijalbo, Col. La puerta de plata, 1992

1986 — Stroboscope

1988 — Now You See It

1988 — River of Air, the Ocean of Sky

1988 — Vacuum States

1988 — Ripples in the Dirac Sea

Ondas en el mar de Dirac, Cuasar nº22, 1989
1988 — Shards

1989 — Sundancer Falling

1989 — True Confessions

1990 — The Tale of The Brahmin's Wife

1990 — Projects

1990 — The City of Ultimate Freedom
1990 — Realm of the Senses

1991 — Jamais Vu

1991 — A Long Time Dying

1991 — One BigWish

1991 — Tale of the Fish Who Loved a Bird

1991 — Laboratory Procedure

1991 — A Walk in the Sun

Caminata al sol, Cyber Fantasy n°3,1991

1991 — Paradigms of Change
1992 — In the Year of Purple Flowers

1992 — ImpactParameter

1992 — Interlude

1992 — Embracing the Alien

1993 — Beneath the Stars of Winter

1993 — Boy Who Wanted to Be a Hero








































— 516 —

1993 — In the Hole With the Boys With the Toys

1993 — DeadRight

1993 — Cost of Styxite (con J. Strumolo)
1993 — Out of Their Element (con J. Strumolo)

1994 — The Singular Habits of Wasps

1994 — What We Really Do at NASA

1994 — Kingdom of Cats and Birds

1994 — A Quiet Evening by Gaslight

1995 — Long Term Project

1995 — Time Prime

1995 — Across the Darkness

1995 — GreatShakes
1995 — Rorvik'sWar

1995 — Dark Lady

1995 — Meetings of Secret World Masters

1996 — The Last Sunset

1996 — Farthest Horizons

1996 — Hot Death on Wheels

1997 — Ouroboros
1997 — Turnover

1997 — Ecopoiesis

1997 — Winter Fire

1998 — Approaching Perimelasma

1998 — Outsider's Chance

1998 — Snow

1999 — Interview with an Artist

1999 — Into the Blue Abyss

1999 — The Leaning Towers of Venice
2000 — A Brief History of the Human and Post-

Human Species

2000 — Avatars in Space

2001 — Secret Egg of the Clouds

2001 — Mirusha

Relato incluido en Mars Crossing.
2001 — Shooting the Moon

2002 — The Long Chase

La larga persecución, Asimov ciencia ficción

n°4

2002 — Falling Onto Mars

Caer en Marte, La Factoría de Ideas, Revista

Solaris n°21, 2003

2002 — TuringTest

2002 — At Dorado
2002 — Old Tingo's Penis

2003 — The Time Travel Herat

2003 — The Eyes of America

2003 — Cowzilla

2004 — The Resonance of Light

2004 — Perfectible








































— 518 —

—Premios

1985 — Nominado al Hugo de mejor novela corta
por Elemental

1985 — Nominado al premio John W. Campbell de

autor novel

1989 — Nominado al Hugo de mejor relato por

Ondas en el mar de Dirac

1990 — Premio Nebula de relato por Ondas en el

mar de Dirac

1991 — Nominado al Seiun de relato extranjero

por Ondas en el mar de Dirac
1991 — Nominado al Rhysling de poema corto por

The Einstein We Never Knew

1992 — Nominado al Rhysling de poema largo por

A Long Time Dying

1992 — Premio Hugo de relato por Caminata al

sol

1992 — Premio Electronic SF de relato por Cami-
nata al sol

1992 — Premio Isaac Asimov's Reader's Poll de

relato por Ondas en el mar de Dirac

1992 — Premio Isaac Asimov's Reader's Poll de

relato por Caminata al sol

1993 — Premio Analog AnLab de no ficción por

Demon Under Hawaii

1995 — Nominado al Hugo de relato largo por The

Singular Habits of Wasps
1995 — Nominado al Nebula de relato largo por

The Singular Habits of Wasps

1995 — Nominado al HOMer de relato largo por

The Singular Habits of Wasps

1996 — Nominado al HOMer de relato largo por

Across the Darkness
1996 — Nominado al Seiun de relato extranjero

por A Long Time Dying

1996 — Nominado al Nebula de relato por King-

dom of Cats and Birds

1998 — Nominado al Hugo de novela corta por

Ecopoiesis

1999 — Nominado al Nebula de novela corta por

Ecopoiesis

1999 — Nominado al Nebula de relato por Winter-
Fire

2000 — Premio Isaac Asimov's Reader's Poll de

poema por Christmas, after we all get time machines

2000 — Premio Rhysling de poema largo por

Christmas, after we all get time machines

2001 — Premio Locus de mejor primera novela por

A través de Marte
2002 — Nominado al Nebula de novela por A tra-

vés de Marte

2003 — Premio Hugo de relato por Caer en Marte





























— 520 —


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