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Published by snullbug20, 2018-07-19 11:04:33

Los Astronautas Harapientos - Bob Shaw

varias veces antes de poder discernir los destellos de las

esferas incoloras, casi invisibles. Se movían flotando

lentamente por la ladera en una corriente de aire

generada por el enfriamiento nocturno de la superficie.


— Distingues esas cosas mejor que yo — dijo con

pesar —. El de ayer estaba casi delante

de mis narices cuando lo vi.


El ptertha que había sido atraído hacia ellos poco

después de la noche breve del día anterior, se había

acercado a diez pasos del lecho de Toller, y a pesar de


lo que había sabido por Lain, la proximidad le inspiró

el mismo temor que habría experimentado en Land. Si

hubiera podido moverse, probablemente le habría sido

imposible evitar atravesarlo con su espada. La burbuja


había rondado cerca durante unos segundos antes de

flotar a la deriva por la ladera en una serie de bandazos

titubeantes.

- ¡Tu cara era un cuadro! — Gesalla dejó de comer un


momento para parodiar la expresión de terror.

- Se me acaba de ocurrir una cosa — dijo Toller —.

¿Tenemos algo para escribir?


- No. ¿Por qué?

- Tú y yo somos las únicas personas en todo Overland

que sabemos lo que Lain escribió sobre los pterthas.

Ojalá se lo hubiera comentado a Chakkell. ¡Tantas



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horas juntos en la nave y ni siquiera lo mencioné!

- No tenías por qué saber que habría brakkas y

pterthas aquí. Pensabas que todo eso lo dejabas atrás.

Toller fue poseído por una nueva y mayor urgencia


que ya no tenía que ver con sus aspiraciones

personales.

— Escucha, Gesalla, esto es lo más importante que


cualquiera de los dos tendrá ocasión

de hacer. Tienes que asegurarte de que Pouche y

Chakkell escuchen y entiendan las


ideas de Lain. Si dejamos tranquilos a los brakkas, para

que vivan y mueran

naturalmente, los pterthas de aquí nunca serán

nuestros enemigos. Incluso el uso de


cantidades modestas de desechos, como hacían en

Chamteth, es tentar a la suerte

demasiado, porque los pterthas de allí se habían vuelto

rosas y eso es un signo de que...


Dejó de hablar al darse cuenta de que Gesalla lo

miraba fijamente, con una extraña expresión de

preocupación y reproche a la vez.


- ¿Ocurre algo?

- Dijiste que yo tenía que asegurarme de que Pouche

y... — Gesalla dejó su plato y se arrodilló junto a él —.

¿Qué nos va a pasar, Toller?



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Hizo esfuerzos por reírse, exagerando después los

efectos del dolor que le había causado, ganando tiempo

para disimular su desconcierto.

- Vamos a fundar nuestra propia dinastía, eso es lo


que vamos a hacer. ¿Crees que permitiría que te

ocurriese algo malo?

- Sé que no lo harías; y por eso me asustas.


- Gesalla, lo único que quise decir es que debemos

dejar un mensaje aquí... o en algún otro sitio donde sea

encontrado y llevado al rey. Yo no puedo moverme


demasiado, así que debo encomendarte la

responsabilidad a ti. Te enseñaré cómo fabricar carbón

y entonces encontraremos algo para...

Gesalla movía lentamente la cabeza de un lado a otro


y sus ojos se ampliaron con las primeras lágrimas que

Toller veía en ellos.

- Todo es falso, ¿verdad? Sólo es un sueño.

- Volar a Overland era un sueño, pero ahora estamos


aquí, y a pesar de todo estamos vivos. — La atrajo hacia

sí, haciendo que apoyase la cabeza en su hombro —. Yo

no sé lo que nos va a ocurrir, Gesalla. Lo único que


puedo prometerte es que... ¿cómo dijiste?...que no

vamos a rendir nuestra vida a los carniceros. Eso debe

ser suficiente para nosotros. Ahora, ¿por qué no

descansas y dejas que yo te cuide, sólo para variar?



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— Muy bien, Toller.

Gesalla se acomodó, amoldando su cuerpo al de él,

pero teniendo cuidado con las heridas, y en un tiempo

asombrosamente breve se quedó dormida. Su


transición de la vigilia ansiosa a la tranquilidad del

sueño fue anunciada por el más débil de los ronquidos,

y Toller sonrió almacenando en la memoria el hecho


para usarlo en una broma futura. El único hogar que

probablemente conocerían en Overland estaría

construido de tales andamiajes inmateriales.


Trató de permanecer despierto, velando por ella,

pero los vapores de una insidiosa debilidad se

arremolinaban en su cabeza; y la lámpara del último

overlandés de nuevo resplandecía en el montón de


rocas.

La única forma de escapar era cerrar los ojos...

El soldado que estaba de pie junto a él sostenía una

espada.


Toller intentó moverse, para realizar alguna acción

defensiva a pesar de su debilidad y del impedimento

del cuerpo de Gesalla, que estaba echado sobre el suyo.


Después vio que la espada de la mano del soldado era

la de Leddravohr e incluso en su estado de

aturdimiento pudo determinar la situación

correctamente.



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Era demasiado tarde para hacer algo, cualquier cosa,

porque su pequeño dominio había sido rodeado,

conquistado e invadido.

Otras evidencias llegaron con un cambio de la luz


cuando otros soldados se movieron por la zona

inmediata a la boca de la cueva. Había ruido de

hombres que empezaron a hablar cuando se dieron


cuenta de que ya no era preciso el silencio, y de algún

sitio en la proximidad llegaron resoplidos y traspiés de

un cuernoazul que caminaba por la montaña. Toller


presionó el hombro de Gesalla para despertarla y

aunque ésta permaneció inmóvil, advirtió su

sobresalto.

El soldado con la espada se apartó y su lugar fue


ocupado por un mayor de ojos rasgados, cuya cabeza

era casi una silueta contra el cielo cuando bajó la vista

hacia Toller.

- ¿Puedes levantarte?


- No, está demasiado enfermo — dijo Gesalla,

poniéndose de rodillas.

- Puedo levantarme. — Toller se cogió al brazo de ella


—. Ayúdame, Gesalla, prefiero estar de pie en este

momento.

Con su ayuda logró mantenerse en una posición

erguida, mirando hacia el mayor. Se sorprendió



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desconcertado al descubrir que, en un momento en que

debería estar agobiado por el fracaso y la perspectiva

de morir, le incomodaba el hecho trivial de no estar

vestido.


— Bueno, mayor — dijo —, ¿es esto lo que quería?

El rostro del mayor estaba profesionalmente

impasible.


— El rey te hablará ahora.

Se apartó y Toller vio la figura panzuda de Chakkell

que se aproximaba. Sus ropas eran sencillas, adecuadas


para un paseo campestre, pero colgado del cuello

llevaba una gran joya azul que Toller había visto sólo

una vez antes en Prad. Chakkell había cogido la espada

de Leddravohr que sostenía el primer soldado y la


aguantaba con la hoja apoyada sobre su hombro

derecho, una posición neutral que rápidamente podría

transformarse en un ataque. Su cara carnosa y morena

y la calva marrón brillaban bajo el calor ecuatorial.


Dio dos pasos hacia Toller y lo examinó de la cabeza

a los pies.

- Bien, Maraquine, te prometí que me acordaría de ti.


- Majestad, supongo que usted y sus seres queridos

tienen una buena razón para recordarme. — Toller

percibió que Gesalla se acercaba a él, y por el bien de

ella, intentó librar sus palabras de cualquier posible



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ambigüedad —. Una caída de mil quinientos

kilómetros habría...

— No empieces con el mismo verso otra vez — le

cortó Chakkell —. ¡Y túmbate, hombre


antes de que te caigas!

Hizo un gesto a Gesalla ordenándole que ayudara a

Toller a echarse sobre los edredones, y al mayor y al


resto de su escolta les indicó que se retiraran. Cuando

se alejaron fuera del alcance de la voz, se agachó e,

inesperadamente, lanzó la espada negra por encima de


Toller y hacia la oscuridad de la cueva.

— Vamos a tener una breve conversación — dijo —, y

no quiero que ni una palabra de esto

sea repetida. ¿Está claro?


Toller asintió vacilante, preguntándose si podría

añadir una esperanza a la confusión de sus

pensamientos y emociones.

- Hay una cierta animosidad hacia ti entre la nobleza


y los militares que hicieron la travesía — dijo Chakkell

con confianza —. Después de todo, no muchos

hombres han cometido dos regicidios en el espacio de


tres días. Sin embargo, podría aceptarse. En el nuevo

estado predomina el sentido práctico, y los

colonizadores consideran que la lealtad a un rey

viviente es más beneficiosa para la salud que una



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consideración similar a dos reyes muertos. ¿Te

preguntas qué le ha ocurrido a Pouche?

- ¿Vive?

- Vive, pero enseguida comprendió que su tipo de


talento de hombre de estado sería inadecuado para la

situación que tenemos aquí. Está más que contento de

renunciar a sus derechos al trono... si una silla hecha de


trozos de una vieja barquilla de globo es digna de ese

nombre.

Toller se dio cuenta de que estaba viendo a Chakkell


como nunca lo había visto antes: animado, locuaz,

cómodo en su entorno. ¿Era simplemente que prefería

la supremacía para sí y sus descendientes en una

sociedad que comenzaba que un papel secundario


predeterminado en el estático y tradicionalista

Kolkorron? ¿O era que poseía un espíritu aventurero

liberado por las circunstancias excepcionales de la gran

migración? Mirando atentamente a Chakkell, animado


por su intuición, Toller experimentó un repentino

optimismo y la más absoluta alegría.

Gesalla y yo vamos a tener hijos, pensó. Y no importa


que tengamos que morir algún día, porque nuestros

hijos tendrán hijos, y el futuro se extiende ante

nosotros... sin ningún límite... sin ningún límite,

excepto que...



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La realidad se desvaneció para Toller y se encontró

de pie sobre una roca al oeste de Ro—Atabri. Miraba a

través de su telescopio al cuerpo tendido de su

hermano, leyendo el último comunicado que nada


tenía que ver con la venganza o los reproches

personales, sino, de acuerdo con el generoso espíritu

de Lain, encaminado al bien de millones de seres que


aún no habían nacido.

- Príncipe... majestad... — Toller se incorporó sobre un

codo para enfrentar de la mejor manera a Chakkell con


la verdad que había estado reservando, pero la torsión

imprudente de su cuerpo le produjo una punzada de

agonía que enmudeció su voz y le obligó de nuevo a

echarse sobre el lecho.


- Leddravohr estuvo a punto de matarte, ¿no? — La

voz de Chakkell había perdido toda su animación.

- Eso no importa — dijo Toller, acariciando el cabello

de Gesalla cuando ésta se inclinó sobre el fuego


avivado de las heridas de su costado —. Usted conocía

a mi hermano y sabía lo que era.

- Sí.


- Muy bien. Olvídese de mí. Mi hermano vive en mi

cuerpo y habla a través de mi boca...

Toller siguió, luchando con las oleadas de náuseas y

debilidad para pintar un cuadro con la atormentadora



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relación triangular que implicaba a la humanidad, a los

árboles de brakka y a los pterthas. Describió la

asociación simbiótica entre los brakkas y los pterthas,

usando la inspiración y la imaginación cuando carecía


de conocimientos reales.

Como en todos los casos de verdaderas simbiosis,

ambas partes obtenían beneficios de la asociación. Los


pterthas se multiplicaban en las altas capas de la

atmósfera, alimentados, con toda probabilidad, de

partículas minúsculas de pikon y halvell, del gas


mezcla o del polen de brakka, o de algún otro derivado

de los cuatro. En compensación, los pterthas

perseguían a todos los organismos que amenazaban la

seguridad de los brakkas. Empleando la fuerza ciega


de mutaciones aleatorias, variaron su composición

interna hasta encontrar una toxina efectiva, en cuyo

momento, habiendo sido marcado un camino,

concentraron, purificaron y dirigieron el veneno para


crear un arma capaz de castigar al castigo, de privar de

la existencia a toda traza de aquello que no mereciese

existir.


El desarrollo de la humanidad en Overland dependía

de que se tratase a los brakkas con el respeto que

merecían. Sólo deberían usarse los árboles muertos

para la producción de materiales super—resistentes y



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de cristales de energía, y si los suministros resultaban

insuficientes, era tarea de los inmigrantes idear

sustitutos o modificar su modo de vida para adaptarse

a ello.


Si no lo lograban, la historia de la humanidad en

Land, inevitablemente, se repetiría en Overland...

- Admito que estoy impresionado — dijo Chakkell


cuando Toller terminó de hablar al fin —. No existe

ninguna prueba real de que lo que dices sea cierto, pero

es digno de ser considerado seriamente. Por fortuna


para nuestra generación, que ya ha soportado

demasiadas desgracias, no es necesario tomar

decisiones apresuradas. Tenemos bastantes cosas por

las que preocuparnos de momento.


- No debe pensar así — insistió Toller —. Usted es el

soberano... y tiene la oportunidad única... la

responsabilidad única...

Suspiró y dejó de hablar, cediendo al cansancio que


pareció oscurecer al mismo cielo.

- Guarda tus energías para otro momento — dijo

Chakkell amablemente —. Ahora debo dejarte


descansar, pero antes de irme me gustaría saber una

cosa más. Entre tú y Leddravohr, ¿hubo una lucha

limpia?

- Casi limpia... hasta que destruyó mi espada con



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fango de brakka.

- Pero ganaste tú de todas formas.

- Tenía que hacerlo. — Toller experimentaba el

misticismo típico de la enfermedad y la debilidad


absoluta —. Mi destino era vencer a Leddravohr.

- Quizás él lo sabía.

Toller forzó su mirada a examinar el rostro de


Chakkell.

- No sé qué...

- Me pregunto si Leddravohr tendría algún interés


por todo esto, por nuestro nuevo y osado comienzo —

dijo Chakkell —. Me pregunto si te persiguió sólo

porque adivinó que tú serías su Vía Brillante.

- Esa idea — murmuró Toller — no me atrae


demasiado.

- Necesitas descansar. — Chakkell se levantó y se

dirigió hacia Gesalla —. Cuida a este hombre en mi

nombre al igual que a ti misma. Tengo trabajo para él.


Creo que será mejor que aún no se mueva durante unos

días, pero parece que no estáis mal aquí. ¿Necesitáis

provisiones?


- Podríamos tener más agua fresca, majestad — dijo

Gesalla —. Aparte de eso, nuestras necesidades ya

están satisfechas.

— Sí. — Chakkell estudió su rostro durante un



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momento —. Voy a llevarme vuestro

cuernoazul, porque sólo tenemos siete en total, y la cría

debe comenzar lo antes posible;

pero colocaré guardianes cerca. Llamadlos cuando


juzguéis que estáis listos para

marchar. ¿Te parece bien?

— Sí, majestad. Estamos en deuda con usted.


— Confío en que tu paciente recordará eso cuando

haya recuperado la salud.

Chakkell se dio la vuelta y caminó a grandes


pasos hacia los soldados que

aguardaban, moviéndose con la enérgica seguridad

característica de los que sienten que responden a la

llamada del destino.


Más tarde, cuando el silencio volvió de nuevo a la

ladera de la montaña, Toller se dio cuenta de que

Gesalla pasaba el tiempo seleccionando y ordenando

su colección de hojas y flores. Las había extendido


sobre el suelo ante ella, y sus labios se movían en

silencio, como si colocara cuidadosamente cada

espécimen en un orden inventado por ella. Detrás


estaba la vívida virginidad de Overland que atrajo su

mirada.

Se levantó del lecho con cuidado. Miró hacia el

montículo de fragmentos de rocas en la parte trasera de



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la cueva, después volvió la cabeza rápidamente,

deseando no arriesgarse a ver la diminuta lámpara

brillando y lanzando destellos. Sólo cuando hubiese

dejado de brillar sabría con certeza que la fiebre había


abandonado del todo su cuerpo, y hasta entonces no

deseaba recordar lo cerca que había estado de la

muerte y de perder todo lo que Gesalla significaba para


él.

Ella levantó la vista de su creciente colección.

- ¿Has visto algo allí atrás?


- Nada — contestó él sonriendo —. No hay nada.

- Pero ya había notado antes que observabas esas

rocas. ¿Cuál es tu secreto? Intrigada, y queriendo

compartir el juego, se acercó a él y se arrodilló para


tener su

mismo punto de vista. Aproximó su cara a la de él, y

Toller vio que sus ojos se abrían sorprendidos.

— ¡Toller! — La voz era como la de un niño, pasmado


de asombro —. ¡Hay algo que brilla

allí!

Se levantó a toda la velocidad que le permitía su leve


cuerpo, pasó por encima de él y entró en la cueva.

Preso de un extraño temor, Toller trató de gritarle que

tuviera cuidado, pero su garganta estaba seca y las

palabras parecían haberle abandonado. Gesalla ya



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estaba apartando las piedras de arriba. La observó

aturdido mientras ella introducía sus manos en el

montículo, sacando algo pesado que llevó hasta la luz

clara de la entrada de la cueva.


Se arrodilló junto a Toller, colocando el hallazgo sobre

sus muslos. Era un trozo de roca gris oscuro, pero

distinta a cualquier otra que Toller hubiera visto antes.


Atravesando ésta, incrustada en ella aunque con

distinta composición, había una franja ancha de un

material blanco, pero de un blanco que reflejaba el sol


como las aguas de un lago distante al amanecer.

- Es precioso — susurró Gesalla —, ¿pero qué es?

- No lo... — Haciendo una mueca de dolor, Toller

alcanzó sus ropas, buscó en un bolsillo y sacó el extraño


recuerdo que le había dado su padre. Lo colocó junto

al estrato resplandeciente de la piedra, confirmando lo

que ya sabía: que eran idénticas en su composición.

Gesalla cogió el pedazo y pasó la punta de un dedo


por la superficie pulida.

- ¿De dónde sacaste esto?

- Mi padre... mi padre verdadero... me lo dio en


Chamteth justo antes de morir. Me dijo que lo había

encontrado hacía tiempo. Antes de que yo naciera. En

la provincia de Redant.





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- Es extraño. — Gesalla se estremeció y alzó la mirada

hacia el disco brumoso, enigmático y expectante del

Viejo Mundo —. ¿Será la nuestra la primera migración,

Toller? ¿Ha ocurrido ya todo esto antes?


- Eso creo, y quizá muchas veces, pero lo importante

es que nos aseguremos de que nunca...

































































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La debilidad obligó a Toller a dejar su frase

inconclusa. Apoyó su mano sobre la franja bruñida de

la roca, cautivado por su frialdad y rareza, y por


silenciosos indicios de que, de alguna forma, él podría

hacer que el futuro no se pareciera al pasado.

FIN




























































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