todo el rato…
—Era solo para motivarte.
—Yo sí que te voy a motivar.
—Eh, Livia, ¡ya estamos aquí! No pensarías que te
íbamos a abandonar, ¿verdad? —El hombre hinchó el
pecho con orgullo.
—No puede ser —murmuró Livia.
Qiingi miró a Livia y luego a los dos hombres.
—¿Qué? ¿Quiénes son?
Livia tragó saliva y movió la cabeza.
—Si no me equivoco, ya los conoces, Qiingi. Pero
nunca os presenté formalmente. —Se acercó al primer
hombre—. Qiingi Recorrevoces, este es…
—¡Flor de guisante!
—¡Y yo soy Cigarra! —Y ambos le tendieron la
mano para saludarlo.
Los muchachos afirmaron que tenían hambre, así
que Livia sacó un poco del pan que de vez en cuando
caía del cielo.
—Entonces, ¿estos cuerpos son biológicos?
500
—preguntó Qiingi educadamente, mientras los agentes
apilaban queso y cebolla cruda en gruesas rebanadas
de pan.
—Ah, no, simplemente es que nos gusta comer
—dijo Cigarra.
—¡Entonces dame eso! —Livia le quitó el bocadillo.
El enfado momentáneo y de algún modo
tranquilizador, porque eso demostraba que realmente
eran sus duendecillos, consiguió que Livia se quitara
de encima el estado de shock en el que se había
encontrado desde que llegaron allí.
—Pero ¿qué estáis haciendo aquí? ¿Y cómo habéis
conseguido… esto? —Señaló sus robustos cuerpos.
—Nos los hicieron algunos de tus admiradores
—dijo Cigarra—. Con algunas existencias; y cuando se
enteraron de que Doran Morss te había secuestrado,
todo el grupo se unió y nos consiguieron un barco.
Está ahí afuera. —Señaló hacia abajo.
—¿Admiradores? ¿Qué admiradores?
—Bueno, ya sabes —dijo Flor de guisante con la
boca llena—. Ahora eres una gran celebridad, así que
hay miles de personas que están deseando contribuir
501
para ayudar en cualquier cosa que hagas.
—¿Celebridad? —Se quedó mirándolos fijamente,
entonces se dio cuenta de que Qiingi tenía una
expresión de culpabilidad—. ¿Por qué? Contádmelo.
—Bueno. —Qiingi miró a los otros dos buscando
ayuda. Cigarra se puso a silbar y a mirarse las uñas.
Flor de guisante simplemente sonrió—. ¿Te acuerdas
de cuando llegamos aquí por primera vez? —dijo
Qiingi de mala gana—. Nuestro intrínseco estaba
indefenso. Tu almacén de datos fue asaltado por
ladrones de datos…
Se puso pálida.
—Oh, no.
—Muchas de tus experiencias registradas fueron
robadas en esos pocos segundos. No lo sabíamos. Y…
Livia, acabamos de descubrir lo de La vida de Livia…
—¿La qué?
Sumida en un estado de horror e incredulidad,
escuchó cómo Qiingi le contaba que sus recuerdos
habían sido distribuidos como un entretenimiento;
millones de personas los habían visto. Cuando se hizo
evidente el gran suministro de datos, La vida de Livia
502
tomó mayor importancia. Había lo suficiente sobre
Teven como para que la gente empezara a mostrarse
sumamente interesada en los colectores. Los dorsos, e
incluso los ciudadanos convencionales, habían
empezado a diseñarse según las modas de
Westerhaven, y a ajustar sus narraciones para que se
parecieran a las Sociedades de Livia.
—Pero eso… ¡eso es imposible! —No se podía estar
quieta, así que se puso a caminar de acá para allá por
la estrecha cabaña, retorciéndose las manos—. ¡Esto es
unaviolación! ¿Qué es lo que saben? ¿Qué han visto?
—Sentía dolor físico solo con pensarlo. Al final, se
volvió en contra de Qiingi—. ¿Por qué no me lo dijiste?
Qiingi se echó hacia atrás por su intensidad.
—No creí que estuvieras preparada para
escucharlo en tu estado de ánimo —dijo—. Habría sido
una confirmación más de que te habían arrebatado tu
vida pública.
—No es tan grave —dijo Cigarra, dándole una
palmadita en la manoCuando la gente copia La vida,
sin darse cuenta también nos copian a nosotros, y
hemos estado vigilando todo lo que no querrías que se
viera.
503
—Incluso cambiamos tu aspecto…
—Y escondimos las cosas importantes.
Livia negó con la cabeza.
—¡No erais vosotros los que teníais que tomar esa
decisión! ¡Tendríais que habérmelo contado!
Entonces… ¿cuántas copias hay?
Llegados a ese punto, gritar parecía un signo de
debilidad. Livia se desplomó en una esquina, sintiendo
un profundo odio por los tres.
—Son los dorsos —se apresuró a decir Qiingi—.
No eres tú en quien están interesados, bueno, excepto
que para ellos eres lo que el señor Morss llama una
«línea de base» a la que emular. No, es Westerhaven
por lo que están fascinados. Y por el pueblo de Raven,
y por los demás colectores. Aquí no hay nada parecido.
Cigarra asintió enérgicamente.
—Se ha creado un enorme movimiento para
intentar crear colectores, pero no saben cómo hacerlo,
porque los planos para los bloqueos tecnológicos no
estaban incluidos en La vida. Ahora la gente sabe lo
que son los bloqueos tecnológicos, pero les está
resultando difícil crearlos…
504
—Porque la clave de los bloqueos es esa
gigaenorme base de datos —dijo Flor de guisante—
que contiene las referencias cruzadas de miles de años
de datos antropológicos sobre cómo las tecnologías
afectan a la cultura.
—Hemos investigado esa base de datos —dijo
Cigarra—. Los datos fueron compilados hace siglos
por científicos en la monocultura. Un esfuerzo
tremendo. Pero todas las copias existentes fueron
corrompidas en la Guerra de la Viabilidad que acabó
con la subida al poder de los aneclípticos.
—En su momento hubo rumores de que se guardó
una copia limpia de la base de datos —dijo Flor de
guisante—. Y que lo hizo uno de los investigadores
principales. Una mujer llamada…
—¡Ellis! —rió Cigarra—. Maren…
—… Ellis. —Flor de guisante le lanzó una mirada
de odio a Cigarra.
—Y, de todos modos —dijo Cigarra haciendo
pucheros—, están siendo muy duros con los dorsos
que intentan construir colectores. Dicen que los
bloqueos tecnológicos serían catastróficos…
—¿Quién dice eso? —Qiingi se puso de pie de
505
repente, emocionado—. ¿Sabéis quiénes son los que se
oponen a la creación de bloqueos?
Cigarra le lanzó una mirada de reproche.
—Bueno, ahora iba a llegar a eso. Sin duda alguna,
no se trata del Gobierno, aunque no lo apruebe, así de
meridianamente claro nos lo dejó la última vez que
hablamos. —Le dio un codazo a Flor de guisante y
puso los ojos en blanco.
—Hay todo tipo de gente en contra —dijo Flor de
guisante—. Muchísimos votos, básicamente Iglesias y
grupos sociales que intentan expandirse. Se imaginan
que los bloqueos tecnológicos son iguales a los
horizontes, en lo que a los viajes de larga distancia se
refiere. Y que los horizontes impedirían su expansión.
—Y no me hagas hablar de la gente del Buen Libro
—se burló Cigarra.
Aquellas palabras traspasaron de algún modo la
envoltura de sufrimiento que cubría a Livia. Levantó la
mirada.
—El Buen Libro no está vinculado a ningún
movimiento político —dijo—. Simplemente es un
sistema emergente.
506
—Sí, pero ¿qué emerge? —preguntó Cigarra—. No
se trata simplemente de una sociedad humana utópica,
sino de todo tipo de solitones y otras construcciones de
alto nivel que no se pueden ver en el nivel humano. El
Libro es un sistema complejo demencial en el
macronivel. Y ese macronivel vuelve a enviar las
órdenes al nivel más bajo; es un bucle de
realimentación, como tu propio cerebro. —Le señaló la
cabeza.
—La cosa es que el Libro depende de
comunicaciones abiertas —dijo Flor de guisante—, solo
que tiene que comunicarse mediante canales diferentes
al intrínseco. El menor indicio de un horizonte tipo
colector lo fragmentaría. Sería el equivalente de la red
a un derrame cerebral.
Livia apenas le escuchaba. Su cabeza seguía
dándole vueltas a la idea de que millones de personas
habían saqueado sus archivos privados.
Cigarra estaba diciendo:
—Se tendría que escribir una nueva versión del
Libro para cada colector, porque las diferencias
tecnológicas cambian el modo en el que interactúan los
roles. Y no parece que la gente esté dispuesta a escribir
nuevas versiones. Según parece —Cigarra se inclinó
507
hacia delante con complicidad—, han estado
adaptando el Libro a las especies no humanas de
Archipiélago. Intentan dejar obsoletos a los
aneclípticos creando una civilización emergente que
incluya a los poshumanos.
Para hacer que se callara, Livia metió la mano
debajo del banco de piedra que hacía de cama, y sacó
su copia del Libro.
—Sophia dijo que me estaba regalando la última
versión. —Lo tiró encima de la mesa y volvió a
ponerse furiosa.
—¿En serio? —Flor de guisante hojeó el Libro—.
Ah, sí, el texto está cambiando, creo que está
intentando descifrar qué clase de entidad soy. —Le
sacó la lengua al libro y lo cerró de golpe.
Livia se lo quitó, pero no lo guardó. En lugar de
eso, se puso a hojearlo con aire distraído. No le había
echado un vistazo desde que los exiliaron allí; las
normas del Libro eran bastante irrelevantes para una
sociedad de dos.
—Entonces, hay muchas versiones, ¿no? —dijo ella
con indiferencia.
—Sí, es fácil de verificar —dijo Cigarra—. En los
508
libros impresos siempre ponen esa información justo
en la portada.
—Ah. —Nada de todo eso importaba; toda aquella
conversación sobre política era simplemente un modo
de evitar la pregunta que le estaba reconcomiendo.
Hojeó nerviosa el Libro mientras intentaba reunir el
valor suficiente para hacerla. Y entonces lo preguntó.
—¿Qué sabéis de Aaron?
Cigarra y Flor de guisante se miraron.
—Lo siento —dijo Cigarra—. No hemos
conseguido encontrar ni rastro de él desde lo del virus
del intrínseco.
—Ah. —Con un parpadeo, bajó la mirada y se
quedó mirando la primera página del Libro. Se sentía
demasiado usurpada para pensar, incluso para
entender las filas de palabras que tenía delante, las
descripciones de dónde fue actualizado según qué
simulación y cuándo.
Y entonces, de repente, fijó la vista en unas letras
escritas al final de la página: «Revisión n.° 3340».
—Ha habido otra infracción, señor.
Las palabras venían de un anticuado tubo acústico
509
que subía por el techo del túnel donde estaba Doran.
Se lo acercó a la boca y dijo:
—¿Alguien que conozcamos?
—Se trata de Haver y su amigo. Tienen visita.
—¿Son de la flota?
—Al parecer no, señor.
Doran se encogió de hombros.
—Entonces, olvídalo. Tenemos cosas más
importantes por las que preocuparnos.
Aquella mañana temprano había abierto una
ventana del intrínseco para observar una auténtica
nube de naves que se estaba acercando a la Escocia.
Eran de tamaños y formas diferentes: veleros, naves
urbanas, lanzaderas espaciales, bots de mercancías, y
sundancers individuales. Todas estaban abarrotadas
de gente que, por separado, no tenía ni idea de por qué
estaban allí, solo que el Libro les había dicho que
fueran. A todos se les había asignado un rol del tipo
Guerrero o Explorador. Un hombre con el que había
hablado Doran le había explicado muy nervioso que se
había establecido una especie de bucle de
realimentación: ya no podía cambiar su rol. Cualquier
510
otro usuario del Libro que aquel hombre conociera
reforzaba su rol de Heraldo.
Colectivamente, habían decidido que su nueva
situación tenía algo que ver con Doran Morss. Y ahora,
su improvisada flota se preparaba para asediar la nave
mundial; y, casualmente o no, los sistemas de
seguridad de la Escocia seguían fuera de línea.
Bajó la escalera de piedra que acababa en lo más
profundo de las cuevas. Aquel túnel llevaba a una de
las salas limpias, una zona de la nave mundial libre de
la entrometida nano tecnología aneclíptica, y
totalmente desprovista de proyectores del intrínseco.
Oficialmente, aquel lugar no existía. Durante el caos de
la semana anterior, Doran se había sentido como si
estuviera bajo un microscopio; incluso los anes podrían
estar vigilando después del desastre con el intrínseco.
Así que, durante la última semana, había sido incapaz
de bajar allí y comprobar con sus propios ojos lo que
ya sabía que debía de haber pasado.
Dio la vuelta a una esquina y la gran caverna se
extendió bajo sus pies. Era un espacio natural, hallado
en uno de los asteroides que había cogido para
construir la Escocia. Doran se había quedado con la
caverna, y se había deshecho del resto de asteroide que
511
la rodeaba. Le gustaban las extrañas y retorcidas
formas que hacía la piedra en el techo; el efecto global
de aquel lugar era intimidante. La última vez que
estuvo allí, había unos focos brillantes que
inmovilizaban un extraño objeto acurrucado en el
mismísimo centro de la caverna. En aquel momento,
soltó una gran bocanada de aire al bajar la mirada y
ver que la cueva donde había estado la máquina
escatológica ahora estaba vacía.
Justo lo que había pensado. El ataque al intrínseco
había sido una operación encubierta. El objetivo real
era robar la máquina escatológica. Con el intrínseco
bloqueado, ninguno de sus sirvientes habituales podía
evitar el robo. Los dorsos dijeron que habían visto
luces allí aquella noche, pero ¿qué podían hacer ellos?
Solo tenían unas cuantas barcas.
Doran bajó ruidosamente los últimos metros de
pasarela y se acercó al vacío andamio volante metálico.
Nunca debió haber dudado. Simplemente, debió
haber entrado en la máquina y haber dejado que las
grúas de techo introdujeran la clavija en el punto
inicial. Y una vez las juntas se hubieran unido, todo
habría estado listo. Una simple orden, y el proceso
habría empezado. La máquina habría salido de la
512
Escocia y, una vez libre, habría caído y abandonado la
nave mundial, habría explotado. Aquella máquina
alcanzaba los cincuenta megatones.
Si lo hubiera hecho, habría rebasado su forma
humana al instante. La energía de la explosión no
habría salido repentinamente y al azar, habría sido
canalizada, hasta el nivel microscópico, convirtiéndose
en una reorganización creativa de la materia de la
máquina. El cuerpo y el cerebro de Doran se habrían
convertido en una plantilla para una nueva entidad
muchísimo más sofisticada y poderosa. Un igual de
Choronzon. Finalmente, quizá, podría haberse
convertido en un igual de los mismísimos anes.
Unos sonidos débiles bajaban deslizándose por el
tubo acústico. Era como si alguien intentara captar su
atención. Doran agachó los hombros, mirando con
odio el andamio volante vacío. La humanidad
necesitaba un paladín, era tan simple como eso; y
ningún ser humano normal y corriente podía ser ya ese
paladín. Los anes se opondrían. Pero a pesar de
décadas de cuidadosa planificación en el más absoluto
secreto, de algún modo le habían descubierto.
—Choronzon —murmuró.
—Buena teoría —dijo una voz familiar—. Pero
513
equivocada.
Doran se sobresaltó, soltó un taco, ymiró hacia
arriba. El voto Filamento estaba en una pasarela
cercana a la entrada de la caverna. Abrazaba una
especie de arma de proyectiles.
—Lo importante en una máquina escatológica
—dijo mientras bajaba la escalera tranquilamente— es
que cada átomo que la forma tiene que estar
perfectamente colocado. Muévelo un poquito, o quiera
Dios que haya una grieta, y ya no podrá organizar sus
energías. Simplemente es una bomba muy grande.
—Levantó el arma de manera insinuante—. Siempre es
mejor moverlas cuando no haya nadie alrededor que
pueda oponerse.
—¿Por qué lo has hecho? —le dijo enfadado.
—Pero Doran, si no hemos hablado desde hace
días —dijo ella sonriendo—. Desde que apareció mi
flota. Es como si me hubieras estado evitando.
Doran siempre había sabido que Filamento era el
voto del Buen Libro. Aunque Doran despreciara el
Libro, nunca había supuesto un problema. Al fin y al
cabo, ella era un voto; en el fondo trabajaba para el
Gobierno. Y Doran Morss no era competencia del
514
Gobierno.
—Ha sido todo cosa tuya, ¿verdad? —le preguntó
mientras se apartaba del andamio volante. Filamento
se sentó con aire despreocupado en un peldaño de
metal, sus ojos color ámbar brillaban entre las
sombras—. ¿Te ha incitado el Gobierno?
—El Gobierno no sabe nada de esto —dijo—. Fue
un plan del Libro.
—¿El Libro? ¿Cómo puede tener un plan el Libro?
—Movió la cabeza con un gesto de ira y frustración—.
No es una cosa.
—Sabes que eso no importa —dijo—. De todas
formas, tendrías que decir que todavía no es una cosa.
—Porque gracias a ti, muy pronto lo será.
—Nunca la había visto saltar así —estaba diciendo
Flor de guisante.
—Hubo una vez cuando tenía diez años, cuando
las avispas salieron de la casa del árbol…
—¡Ah, sí!
Livia y Qiingi estaba sentados a ambos lados del
fuego, con el Libro abierto sobre la alfombrilla que
515
había entre los dos. Llevaban un rato mirándolo
fijamente, sin saber qué hacer ni qué decir. Livia se
sentía como una primitiva con su primera radio. Aquel
pensamiento le hizo soltar una risilla inapropiada.
—¿Dónde están los hombrecillos que hacen que
funcione? —preguntó Livia, levantando una página
para mirarla por debajo.
Cigarra la malinterpretó.
—No existe una autoridad central detrás del Libro,
es de código abierto. Se ha compilado comprobando
nuevas normas en sociedades simuladas. Si la mayoría
de la gente actúa de un modo determinado, ¿qué
ocurre? Las simulaciones están abiertas a todo el
mundo para examinarlas.
—El Libro es una cosa —dijo Qiingi—. El
comportamiento de sus seguidores es otra cosa
totalmente diferente. —Qiingi parecía incluso más
sorprendido que Livia.
Livia lo miró con odio.
—¿Crees que los usuarios del Libro están detrás de
la invasión de Teven? Pero si precisamente todos los
seguidores del Libro lo son porque rechazan cualquier
otro modo de organización… ¿Cómo van a coordinar
516
un ataque así? ¿A través del propio Libro? —Negó con
la cabeza—. No creo que eso esté especificado en sus
comandos.
—Ah, puede ser —dijo Cigarra.
—Pero no tendrían por qué usarlo —dijo Flor de
Guisante—. Después de todo, como cualquier otro
grupo de interés en Archipiélago, el Libro tiene su
propio voto.
Livia y Qiingi se irguieron.
—Déjame adivinar —dijo Livia—. El voto del Libro
se llama…
—Filamento —dijo Qiingi.
Flor de guisante se levantó de repente.
—Oh, oh.
—¿Estás pensando lo mismo…? —dijo Cigarra.
—Sí. Vale, gente, tenernos que irnos.
—¿Irnos? ¿Cómo? —Qiingi miró a los dos
agentes—. ¿Qué proponéis que hagamos? ¿Lanzarnos
al mar con vosotros? ¿Salir volando? ¿O hacernos
invisi bles como vosotros y escondernos entre las
rocas? Doran Morss nos encontrará en cualquier lugar
517
de esta nave mundial.
—Ya, por eso mismo tenemos que irnos. —Cigarra
y Flor de guisante empezaron a limpiar una zona de
tierra compacta que había en el centro del suelo de la
cabaña—. No vamos ni a salir, ni a subir. Vamos a
bajar.
Y entonces Cigarra hizo algo inquietante. Se abrió
la camisa, se puso la mano derecha sobre el lado
izquierdo del pecho, y tiró. Todo el pecho se abrió
como si fuera una puerta, mostrando una gran
cavidad. Sacó varios paquetes de dentro y volvió a
cerrarlo de golpe. Detrás de él, Flor de guisante estaba
haciendo lo mismo.
—Activad esto —dijo Cigarra tirándoles dos
paquetes translúcidos a Livia y a Qiingi—. Ángeles de
emergencia, al estilo archipielágico. Os ayudarán a
continuar cuando alcancemos el vacío.
Flor de guisante se arrodilló y empezó a verter una
especie de líquido formando un círculo en la arena.
—Silicona selladora —dijo—. Evitará que el
agujero se colapse durante un par de minutos mientras
nos marchamos. Será mejor que vosotros dos salgáis
un momento. Estamos a punto de volar por los aires el
518
techo de vuestro dulce hogar. —Levantó una esfera
metálica del tamaño de un puño.
Livia y Qiingi salieron corriendo. Fuera ya estaba
oscureciendo, y el aire frío llegaba del mar. La ilusión
de que se encontraban en un planeta era bastante
agradable en aquel momento del día, pero ya no había
modo de que Livia se lo creyera. Nerviosa, apretó el
ángel de emergencia contra su cuello y floreció
envolviéndola en una sólida neblina. Detrás de ella,
Qiingi hizo lo mismo.
No pasó nada durante un minuto o dos. Qiingi
caminaba inquieto en círculos alrededor de Livia.
Estaba a punto de preguntarle qué le pasaba cuando
un tremendo ¡buuutn! hizo que le temblaran las
rodillas. Observó fascinada cómo, literalmente, el techo
de la cabaña salía volando. Las paredes de piedra de la
cabaña se inclinaron tambaleándose, y una se
desplomó. Un remolino de polvo se dispersó hacia el
mar y tierra adentro hacia las rocas cuando el
revestimiento de la nave mundial rebotó por la
explosión.
—¡Ya está! —Flor de guisante o Cigarra, era difícil
de adivinar, abrió la puerta, que inmediatamente se
cayó a pedazos—. ¡Nos vamos de paseo, señorita!
519
Donde antes estaba el suelo de la cabaña, ahora
había un gran agujero. Un tornado giraba sobre él, y
estaba absorbiendo los bocadillos, la ropa de cama, la
ropa de repuesto y las herramientas de Qiingi. Uno de
sus duendecillos dio un paso con aire despreocupado,
fue arrastrado hacia abajo y desapareció. Y detrás de él
iba el Libro…
Livia se abalanzó para cogerlo, consiguiendo
engancharse a una esquina antes de darse cuenta de
que estaba sobre el agujero y algo parecido a la mano
de un gigante intentaba introducirla dentro. Livia tuvo
una fracción de segundo para hacerse un ovillo antes
de entrar en el agujero.
Las estrellas giraban vertiginosamente a su
alrededor. Apareció la cara de Flor de guisante, luego
volvió a desaparecer. Vio la negra superficie lisa de la
nave mundial y el agujero, que se alejaba de ella
rápidamente; en ese momento Qiingi apareció por el
agujero, con un lado de su cuerpo brillante por la luz
del sol y el otro invisible por la oscuridad, un medio
hombre. La niebla se arremolinaba a su alrededor.
Y entonces, alguien le cogió la pierna y tiró de ella
bruscamente, introduciéndola en un compartimento
estanco que había aparecido de la nada. Los demás
520
entraron chocándose detrás de ella y Livia se puso de
pie en una gravedad rotacional diferente y repugnante.
—¡Gracias al Libro! —dijo Sophia cuando cerró de
un golpe la escotilla¡Estáis a salvo!
521
Tercera parte
El Buen Libro
522
«La política será finalmente reemplazada por la
imaginería. El político estará encantado de abdicar en
favor de su imagen, porque la imagen será mucho más
poderosa de lo que él podría llegar a ser».
Marshall McLuhan
523
19
—¿Por qué me miras así? —Sophia estaba
retrocediendo ante la tejepalabras Livia. Livia la
miraba con odio, con tanta intensidad que Qiingi
pensó que tendría que ponerse en medio de las dos—.
He venido a rescataros —dijo Sophia, buscando algo
de ayuda en Qiingi—. Livia, soy yo, Sophia.
La ciudad de Novísima York brillaba bajo la luz
del sol al otro lado de las ventanas. Algunos de los
amigos de Sophia, los parásitos de su narración,
estaban pasando el rato en sus apartamentos. Varios
escaneaban con ahínco copias del Libro. De no ser por
el remolino de estrellas y oscuridad que acababa de
atravesar, Qiingi habría pensado que estaba allí. En
realidad, aquella visión le recordaba toda la aversión
que sentía por las ilusiones de Archipiélago. Una
cabaña de hierba era mucho mejor que todo aquello.
—¿Vosotros metisteis a Sophia en esto? —le
preguntó Livia a Flor de guisante. Su voz tenía ese
timbre metálico que ponía cuando estaba enfadada—.
¿O fue ella quien os buscó a vosotros?
524
Flor de guisante tocó el suelo con la puntera del
zapato.
—En realidad, ella nos encontró.
Livia abrió la boca, la cerró, luego consiguió
colocarse.
—Lo siento, Sophia —dijo—. Ha sido un día lleno
de emociones fuertes, y me temo que aún no ha
terminado. Voy a tener que pedirte que hagas algo por
mí que no te va a gustar. —Echó un vistazo ala
habitación—. ¿Quién es el capitán aquí?
Flor de guisante se encogió de hombros.
—Sophia era la humana dirigente hasta que
llegaste. Pero todos acordamos esperar a ver lo que
harías cuando escaparas. ¿Adónde quieres ir?
—No lo sé. Pero ¿podéis apagar todas nuestras
comunicaciones exteriores, por favor?
¿Inmediatamente?
Sophia la miró boquiabierta.
—¡Pero eso nos desconectará! La única razón por la
que estuve de acuerdo en participar físicamente en esta
misión fue…
525
—Porque podías hacerlo y continuar viviendo en
tu propia narración, ya lo sé. Flor guisante, Cigarra,
haced lo que os he dicho. —Se acercó a Sophia,
atropellándola—. Esta es la parte que no te va gustar.
Quiero apagar totalmente el intrínseco, al menos por
ahora.
Aquellas palabras invadieron a Qiingi, un torrente
de palabras ininteligibles. Sabía que tendría que estar
intentando entender todo lo que acaba de suceder,
pero su mente no podía dejar de volver una y otra vez
a la misma horrible pregunta: ¿se había equivocado?
¿Se había rendido en su misión demasiado pronto?
Sophia estaba mirando a Livia fijamente, como si
estuviera loca.
—¿Por qué estás haciendo esto?
—Te lo explicaré en un minuto —dijo Livia. En ese
instante, el suntuoso apartamento desapareció. Qiingi
vio que estaba de pie en una habitación de plástico
bastante estrecha. Había varias puertas, y en el suelo el
gran panel metálico por el que habían entrado. Qiingi
echó un vistazo a su alrededor con triste aversión.
—¡Vuélvelo a encender! —gritó Sophia—. Están
ocurriendo cosas… ¡Cosas importantes! ¡Tengo que
526
estar en el bucle!
—Has estado en contacto con otros usuarios del
Libro mientras todo esto ocurría, ¿verdad? —preguntó
Livia. Su tono era frío y acusador.
Desconcertada y enfadada, Sophia asintió.
—Por supuesto que he estado en el bucle. ¡Estoy
intentando ayudar! ¿Por qué si no iba a estar ahí?
Qiingi se despertó por fin de su asombrada
tristeza. Cogió a Livia del brazo.
—Modérate —dijo—. Ninguno de ellos lo sabe.
—Kale lo sabía —dijo ella, sin hacerle caso. Él
frunció el ceño y retrocedió hacia una esquina. Sabía
que debía darle alguna razón en contra de lo que
estaba diciendo, pero en ese momento no podía ni
pensar.
Aun así, Livia pareció calmarse.
—Lo siento —le dijo a Sophia—. Tenemos…
razones para pensar que nos están siguiendo a través
de nuestras conexiones al intrínseco. Hasta que
lleguemos al fondo de este asunto, tenemos que
desconectar.
527
Sophia parecía desolada, pero no con la conmoción
de un habitante de los colectores al que de repente
sacan a empujones de allí. Lo suyo era más un aversión
profunda, como si se hubiera dado cuenta de que sus
amigos eran unos criminales mal nacidos. En silencio,
se dirigió hacia otra de las salas de la nave; se quedó
mirando a su alrededor como si estuviera viendo aquel
lugar por primera vez; de hecho así era.
El lugar era bastante grande, y Qiingi supuso que
alguien que nunca hubiera estado en contacto con la
naturaleza podría considerarlo lujoso. Había pinturas
al óleo reales en las paredes, y una espesa alfombra
sintética que, por instinto, dudó en pisar. Livia se
desplomó en un sofá como si careciera de esqueleto, y
Qiingi tuvo que sonreír; entendía perfectamente el
alivio que sentía al tener bajo sus pies una superficie
más mullida que la arena, para variar. Aun así, a él le
bastaba con una pared donde apoyarse.
Livia parecía estar en las últimas. Qiingi sabía que
debía pensar en lo que estaba pasando, pero no sabía
por dónde empezar. Se giró y miró a Sophia con el
ceño fruncido.
—Has dicho que están ocurriendo cosas —dijo—.
¿Qué cosas? —Sophia estaba mirando fijamente las
528
paredes como si la hubieran encerrado en una cárcel.
—Skyy, digo Qiingi, tienes que verlo —dijo
Sophia—. ¡Tienes que involucrarte! Y tú también,
Livia. ¿Te llamas así realmente? De verdad que en
estos momentos tenemos que estar conectados, porque
los votos… el Gobierno… ¡Están siendo
desmantelados! Todo Archipiélago. Empezó a ocurrir
de forma espontánea, como si fuera una adhocracia.
Livia levantó la mirada, cansada.
—Es el Libro. —Sophia asintió enérgicamente.
—Sí. Hemos alcanzado un punto crítico, eso es lo
que dice la gente. Nadie lo sabe con certeza, por
supuesto, ya que no se puede hablar con el Libro
directamente… pero ya sabéis que tiene sus votos.
—Pero ¿qué lo ha iniciado?
Sophia sonrió.
—Ese virus del intrínseco que salió de la nave
mundial de Doran Morss. Destruyó al Gobierno en un
montón de coronas, pero al Libro no le afectó. La gente
empezó a acudir a él en tropel, y de repente está
emitiendo unas directivas muy claras…
—Entonces… ¿Fue el Libro el que te puso en
529
contacto con Cigarra y Flor de guisante? —le preguntó
Qiingi. Le estaba empezando a doler la cabeza.
—No. Fue el Gobierno. Un día vino y me insistió
en que visitara algunas simulaciones. No me dio
explicaciones, pero a ella le gusta hacerse la misteriosa.
Sentí curiosidad, y empecé a explorar La vida de Livia,
porque había comenzado a formar parte de muchas
narraciones. Conocí a una copia de Cigarra en una
simulación de Westerhaven; fingía ser un viejo
jardinero. Cuando se enteró de que te conocía, me lo
contó todo.
Livia se recostó, echándose un brazo sobre los ojos.
—¿Qué está pasando?
Qiingi se dio cuenta de que, sin saber cómo, él
mismo se había aprisionado en una esquina de la
habitación.
—Pero ¿es que algo de eso importa? —preguntó
desesperado—. Seguimos sin poder volver a casa.
Livia se quedó mirándolo de un modo que él
esperó que no fuera acusador.
—Eso ya no lo sabremos. ¿O sí?
Qiingi se sentó en el suelo, moviendo la cabeza con
530
tristeza.
—Lo siento. Me rendí demasiado pronto.
—No, Qiingi, no pienses eso. ¿Cómo íbamos a
saber que algo así ocurriría? De todas formas, es
demasiado pronto para saber en qué punto estamos.
—Bostezó de forma espasmódica—. Y no creo que lo
vayamos a averiguar justo en este momento.
Se incorporó.
—Necesitamos dormir. Chicos, ¿estamos seguros?
Cigarra asomó la cabeza por la jamba de la puerta.
—Nadie nos sigue. Un grupo de naves se está
dirigiendo a la nave mundial. Más vale que Doran
Morss esté reuniendo refuerzos, porque si no también
tiene graves problemas.
—Entonces, ¡volvamos a Novísima York mientras
podamos! —dijo Sophia.
Qiingi le echó un vistazo a Livia; estaba asintiendo.
—¡No! —dijo él, poniéndose en pie.
Ahora todo el mundo le prestaba atención.
—No —repitió—. No vamos a volver a las
531
narraciones. No vamos a volver al Gobierno y no
vamos a volver al Libro.
—¿Y adónde vamos a ir? —preguntó Sophia
enfadada.
—A casa —dijo Qiingi enérgicamente. Se irguió y
salió de su esquina—. Puede que la corona Teven está
oficialmente fuera de los límites de cualquier nave de
Archipiélago, pero es obvio que los seguidores del
Libro encontraron un modo de llegar hasta allí. Si ellos
pueden hacerlo, nosotros también.
Livia se mordió el labio.
—Pero ¿por dónde vamos a empezar…?
—Empezaremos —dijo en voz alta— acercándonos
a nuestro objetivo tanto como podamos. Cigarra, pon
rumbo a las Tierras Inactivas.
A la casa voladora le había costado semanas
traspasar la frontera de la nebulosa Leteo y entrar en
espacio archipielágico; la pequeña nave de Flor de
guisante y Cigarra atravesó esa distancia en cuestión
de horas. Durante la mayor parte del viaje, Livia
estuvo durmiendo en una litera en una de las
pequeñas y estrechas cabinas de la nave. Qiingi se
acercaba de vez en cuando para ver si estaba bien, pero
532
ella ni siquiera se movía.
Qiingi se quedó en la cabina con los muchachos
(como llamaba Livia a sus agentes), mientras ellos
trazaban el rumbo y discutían sin parar sobre lo que
hacían. La cabina de la nave era totalmente
prescindible, por supuesto; pero a los muchachos les
encantaba sentarse en sillones de estilo retro, con un
gran panel de instrumentos delante y un amplio
parabrisas de cristal de diamante por el que poder
observar cómo se acercaban a Leteo.
La casa voladora había esquivado las nubes más
densas al salir de la nebulosa. Ahora, se dirigían
directamente hacia ellas. Por la parte superior del
brillante panel de instrumentos llegaba la tenue luz de
Leteo, casi invisible incluso en la oscuridad del
espacio. Pero si Qiingi observaba con atención, podía
distinguir las enormes curvas y olas rosas, verdes y del
blanco más puro que ocultaban las estrellas. De niño le
habían contado que esas nubes nocturnas eran los
reflejos de las lejanas hogueras de los pájaros del
trueno. Supuso que no se alejaba demasiado de la
realidad.
Al pensar en los pájaros del trueno, Qiingi recordó
su hogar. ¿Podría volver a pasear por aquellos bosques
533
y estar en contacto con sus habitantes encantados? Ya
había renunciado a esas esperanzas; aunque ahí
estaban, dirigiéndose hacia Teven como una flecha.
Aun así, no se permitió volver a tener esperanzas.
Ahora tenían un plan, pero dudaba que fuera a tener
éxito. De algún modo, era demasiado obvio para que
funcionara.
La nebulosa aumentaba con las horas, hasta que
sus curvas llenaron el cielo por completo. Finalmente,
la pequeña nave llegó a un muro color malva que se
extendía hasta el infinito por arriba, por debajo y por
ambos lados. Parecía estar lo bastante cerca como para
poder alargar la mano y tocarlo.
—No —dijo Cigarra riendo cuando Qiingi lo
sugirió—. Todavía estamos a un millón de kilómetros.
La pequeña nave redujo un poco la velocidad; aun
así, cuando se lanzaron hacia la nube, Qiingi se medio
esperaba notar algún tipo de impacto, aunque sabía
que sería difuso. Se quedó sentado en la cabina
durante un rato, observando cómo se solidificaba
lentamente detrás de ellos.
Y entonces llegó la señal que habían estado
esperando. De repente, brotó una luz delante de ellos,
534
formando una esfera que se apagó rápidamente. ¿Una
explosión? Al mismo tiempo, todos los instrumentos
del cuadro de Cigarra empezaron a pitar o a
parpadear.
Se escuchó una voz grave en el aire.
—Nave archipielágica: cambie su trayectoria o será
destruida.
Flor de guisante parecía contento.
—Bueno, ¡es una directiva bastante clara!
—¿Debería despertar a Livia? —le preguntó
Cigarra a Qiingi. Él negó con la cabeza.
—Todavía no. Haremos lo que dijimos. Si no
funciona, por lo menos no tendrá que ver que hemos
fracasado.
Flor de guisante asintió.
—Ahí va.
Él y Cigarra se habían pasado la noche anterior
pirateando partes de La vida de Livia que nunca se
habrían podido controlar en Teven. Había sido idea de
Livia; el paseo con Sophia por La vida le había vuelto a
dar qué pensar, incluso la había puesto un poco
535
nerviosa.
—Los aneclípticos no nos conocen —había
señalado Qiingi—. Nos rechazarán. ¿Cómo puede La
vida cambiar eso?
—Algo que dijeron ayer los muchachos me ha
hecho pensar —dijo ella—. Flor de guisante, la copia
de La vida que circula por ahí acaba con la llegada de
los antepasados, ¿verdad? —Flor de guisante asintió—.
Y cambiasteis los nombres y el aspecto de todo el
mundo en la simulación.
—No puedo hablar por todas mis versiones
—dijo—. Pero siempre te cambiábamos a ti. No a todos
los demás —añadió con culpabilidad. Qiingi asintió.
Su cara no la habían cambiado, por lo menos en la
versión que Lindsey había visto.
—Pero es probable que los agentes de los
aneclípticos vieran la simulación y no reconocieran a
nadie.
Flor de guisante parecía desconcertado.
—¿A quién conocen, que pudieran haber
reconocido?
—A una persona —había murmurado Livia, con
536
los ojos muy abiertos por su propia idea—. Solo
necesitan reconocer a una.
En ese instante, Cigarra le dio a unos cuantos
controles y el intrínseco volvió a envolverles. Todo
parecía estar igual, excepto que había otra persona
sentada donde antes estaba Flor de guisante.
La mujer se levantó y se inclinó sobre el panel de
instrumentos para darle al interruptor del altavoz que
Cigarra se había empeñado en instalar.
—No soy archipielágica —dijo ella—. Soy Maren
Ellis de la corona Teven. Me conocéis, aunque no nos
hemos visto en doscientos años. Solicito permiso para
volver a la corona que me entregasteis.
Durante unos segundos no hubo respuesta. Luego
tampoco hubo palabras, sino un flujo de números que
recorría uno de los arcaicos monitores de la cabina.
Flor de guisante/Maren se giró hacia Qiingi,
dibujando una sonrisa triunfante en sus labios.
—Son coordenadas —dijo, todavía con la voz de
Maren—. Nos han invitado a entrar.
Livia entró en la cabina cuando la nave empezó a
decelerar. Estaba muerta de cansancio, y al mismo
537
tiempo nerviosa. Estaban todos apiñados en la
pequeña habitación; Sophia se apartó rápidamente
cuando Livia entró por detrás de ella.
Qiingi también le dejó sitio.
—Quizá no sea un aneclíptico —dijo él—. Lo
hemos encontrado oculto en las profundidades, sin
emitir corriente de información. Todo esto es muy
raro.
—Ya hemos entrado diez kilómetros —añadió Flor
de guisante. Seguía teniendo el aspecto de Maren Ellis;
verlo así hizo que Livia se acordara con tristeza de su
Sociedad. Haciendo un esfuerzo, miró por detrás de su
agente disfrazado. Fuera no había ninguna estrella
visible, simplemente una curva iridiscente, casi
imperceptible, que se elevaba de izquierda a derecha.
—¿Es eso? —preguntó Livia. Flor de
guisante/Maren negó con la cabeza.
—Como mucho podríamos decir que se trata de
una nueva joven estrella en construcción. Es una gran
esfera geodésica, de cientos de kilómetros de diámetro.
No, pensábamos que podría ser eso —señaló.
Perfilado contra el tenue destello de la oscura joven
estrella, al principio parecía tan solo un grano de arroz
538
aislado, flotando en mitad de la oscuridad. Pero a Livia
le dio un vuelco el corazón.
—¡Amplia eso! —dijo con firmeza.
Aquella cosa se extendió hasta ocupar toda su
perspectiva.
Recordó un momento de risas con los padres de
Aaron. Fue unos segundos antes de que murieran.
Livia había apartado los ojos de ellos, algo tras la
ventanilla del aerobús captó su atención. Recordó
haberse inclinado hacia el cristal, desconcertada.
Sobrevolaban las ondeantes praderas del lado
opuesto de Teven a mil kilómetros de altura, pero sin
saber cómo, y en un abrir y cerrar de ojos, había
surgido una torre blanca que se elevaba por encima de
ellos. La torre era translúcida, más parecida a un cono
de luz expandiéndose que a algo sólido. Equilibrado
en lo más alto, desintegrándose en el preciso momento
en que lo vio, había un óvalo blanco. Disipó las nubes
que lo rodeaban, permitiendo que en ese momento se
pudiera distinguir su escala: era enorme. Cientos de
metros de ancho, un kilómetro de largo. Y la torre
desapareció; en el mismo punto donde había estado
surgió un muro de color blanco apagado, como una
onda en el agua. Una fracción de segundo después, la
539
onda de choque golpeó y Livia fue arañada por
remolinos de sílex que antes habían formado la
ventanilla. Después de eso, confusión, dolor y gritos.
Se apartó, sentía náuseas.
—Eso es —dijo vacilante— un aneclíptico.
Lo único bueno de aquel silencioso aneclíptico era
el hecho de que no les había apuntado con ningún
arma. Y eso que estaba adornado de ellas en
comparación con la nave: suficiente potencia de fuego
como para quemar un pequeño planeta. Pero la nave
rombal no tenía ni ventanillas ni escotillas, y continuó
en silencio durante todo el día siguiente.
Y entonces, inesperadamente, las negras oleadas de
Leteo se iluminaron a lo lejos. Un largo haz de luz
parpadeante se abrió camino a través de millones de
kilómetros, deslizándose hasta detenerse justo al lado
del aneclíptico. Y ahí se quedó, un puntito
incandescente, como un sol del tamaño de un hombre.
Cuando Cigarra le enseñó a Livia la grabación, parecía
como si el aneclíptico resplandeciera durante un
segundo; después, una escotilla en forma de ranura se
abrió en la parte trasera y la brillante lentejuela se
deslizó hacia el interior.
540
—Y eso es todo —dijo Cigarra con gesto triunfal—.
Sea lo que sea, ahora está dentro. Y la puerta sigue
abierta.
—Por lo tanto, será mejor que vayamos ya…
—añadió Flor de guisante.
—… si queremos entrar.
Así que, después de un buen desayuno que Flor de
guisante insistió en tomar, él, Livia y Qiingi salieron a
reacción del escarchado casco de su pequeña nave
hacia el muro curvado del silencioso aneclíptico.
Estaban a cientos de grados bajo cero y las mudas no
podían protegerles, así que por primera en su vida, y
esperaba que por última, Livia se encontró totalmente
revestida de un armatoste metálico que Flor de
guisante llamó «traje espacial». Era como una
armadura medieval modernizada con luces y plexiglas;
eso no la hacía menos incómoda, pero sí más fácil de
utilizar en la caída libre.
—Esta perspectiva no me gusta nada —murmuró
Qiingi mientras atravesaban el infinito abismo entre las
dos torres—. Casi prefería las ilusiones de
Archipiélago. —Parecía estar tan nervioso como ella.
—No es una perspectiva, Qiingi —dijo ella, para
541
distraerle—. Eso es la realidad.
—No —dijo. La mancha con forma de hombre que
había a su derecha, y que ella supuso que era Flor de
guisante, le hizo un gesto con la mano enguantada—.
En realidad no estamos experimentando el vacío y el
frío. Estamos dentro de un colector mediado por estos
trajes.
Livia miró con el ceño fruncido al aneclíptico, que
cada vez estaba más cerca. Obviamente, él tenía razón.
He pasado demasiado tiempo cerca de Doran Morss.
Llegaron a la oscura entrada del aneclíptico.
—Dejad que entre yo primero —dijo Flor de
guisante.
—Sí —se escuchó decir a Cigarra por lo
auriculares—. Él es prescindible.
La figura que había a la izquierda de Livia se lanzó
hacia delante y cayó, desapareciendo en una oscura
abertura. Durante unos segundos todo se quedó en
silencio; después, de repente, volvió a aparecer un
casco espacial.
—¡No os vais a creer quién está aquí!
Con mucha curiosidad, lo siguieron. Al fondo de la
542
ranura, que medía un metro y cinco centímetros por
treinta metros, y unos diez de profundidad, había una
sencilla puerta de cristal de diamante. La luz brillaba al
otro lado; cuando Livia se acercó, vio que parecía un
apartamento con las paredes rojas, algunas sillas, una
cama con dosel, y una cocina pequeña a un lado.
Estaban al revés respecto al cuarto, su parte de abajo
estaba orientada al casco exterior de la nave. Dos
figuras humanas flotaban en el centro de la habitación.
Una era la de una joven. Tenía unos rasgos difíciles
de describir, e iba vestida con un destello de chispas
brillantes, muy de moda en Novísima York. Livia
estaba bastante segura de que no la había visto antes,
pero reconoció el significado de sus brillantes ojos
color ámbar. Era un voto.
La otra persona, sin embargo… Pelo negro,
pómulos marcados, mirada intensa… Livia reconoció
inmediatamente al dios autocreado Choronzon. Al
verlos, asintió con la cabeza y se cruzó de brazos. Las
puertas de cristal se abrieron hacia atrás y Livia y los
demás entraron.
—Dadnos un minuto para que introduzcamos algo
de aire en la habitación, para que podáis quitaros los
trajes —dijo el dios por radio. Luego escudriñó a Flor
543
de guisante, con el ceño fruncido.
—Al final resulta que no eres Maren Ellis. Ya lo
sospechábamos, por supuesto…
Livia se quitó el casco.
—No, pero yo soy amiga de ella. —Se giró hacia la
joven voto—. No tengo el placer… Me llamo Livia
Kodaly.
Choronzon volvió a asentir, con una leve sonrisa.
—Alias Alison Haver. Ahora todo empieza a estar
más claro.
La joven saludó a Livia inclinando la cabeza.
—Fulgor.
—¿Qué estáis haciendo aquí, chicos? —preguntó
Flor de Guisante. Livia le lanzó una mirada feroz. Al
parecer los conocía a los dos.
—Nuestro servidor me convocó después de
escuchar a una persona con la que no había hablado en
doscientos años —dijo Choronzon—. Me tomé la
libertad de invitar a Fulgor porque supuse que querría
hablar con esa tal Maren Ellis… ¿Queréis un poco de
gravedad?
544
Aunque indecisa, Livia asintió. Se acordó de la casa
voladora, y se agarró al respaldo del sofá mientras la
nave comenzaba a girar lentamente.
—Entonces, ¿Maren sigue viva? —preguntó el
dios, y se sentó en una silla esperando el remolino que
causaría la gravedad. Livia y Qiingi hicieron lo mismo.
Flor de guisante se quedó de pie detrás de ellos, con el
traje todavía puesto.
—Maren seguía viva cuando la dej amos —dijo
Livia—. No sé si todavía lo está.
Choronzon parecía desconcertado.
—¿A qué te refieres?
—Si conoces a Maren Ellis, entonces conoces la
corona Teven —dijo ella. Sintió una oleada de júbilo y
alivio cuando Choronzon asintió—. La corona Teven
ha sido invadida —continuó, mirándolo a los ojos.
Él tuvo la decencia de parecer sorprendido.
—¿Por quién?
Livia dudó. Ella no estaba allí para darle
explicaciones a Choronzon, sino para saber todo lo
posible sobre los anes.
545
—Creo que ya lo sabes. ¿No es cierto que los
aneclípticos tienen sus propios conflictos internos?
Estoy segura de que ya sabrás que uno de ellos salió
defectuoso hace unos años.
Ahora Choronzon sí que parecía sorprendido de
verdad.
—Fue destruido. Yo… yo vi cómo lo hacían.
—Yo también —dijo con un tono muy seco—. Sin
embargo, poco después, unos extraños vinieron a la
corona Teven. Es posible que los aneclípticos los
dejaran entrar, pero no lo creo. Si los anes hubieran
querido volverse contra nosotros, lo habrían hecho
directamente. No, esa gente entró a hurtadillas.
—¿Invasores? —Choronzon negó con la cabeza—.
Pero no habrían podido entrar…
—Sin pasar antes por los anes —dijo ella acabando
la frase—. Algo supuestamente imposible. O venían de
una estrella lejana cuyas tecnologías superan incluso
las de Archipiélago, o…
—Un aneclíptico los dejó entrar. —Choronzon se
levantó; la habitación se había estabilizado en
aproximadamente media gravedad. Fulgor no se había
movido; seguía allí, en silencio, con los pies
546
plantados—. Entonces, me estás diciendo que sigue
vivo —dijo Choronzon.
—No, pero creo que sé lo que hizo ese aneclíptico
defectuoso antes de morir. Por favor, Choronzon, no
quiero ser maleducada, pero… he venido aquí para
hablar con los aneclípticos, no contigo.
Él se rió.
—Ya estás hablando con ellos. A través de mí. No
hablarán contigo directamente. No es por desprecio,
sino porque han aprendido a ser muy cautelosos en lo
referente a las comunicaciones. Muchas veces, las
entidades transhumanas como yo han intentado
infectar sus redes de datos utilizando mensajes
supuestamente inocuos. Hoy en día, los anes viven en
una especie de tiempo de ensueño; sus interfaces
reemiten y vuelven aleatoria cualquier señal que llega
del mundo exterior, dividiéndola y combinándola de
tal forma que ni un programa troyano logra sobrevivir.
Lo que queda de esos mensajes llega a sus mentes
como el susurro de una lejana melodía, como mucho.
Captar su atención es un arte, no una ciencia.
»Esta entidad —señaló a su alrededor— es la que
abrió las puertas a Maren Ellis y William Stratenger, en
una época en la que los anes adoptaban de vez en
547
cuando forma humana y se paseaban por
Archipiélago. A ese puedes llamarlo Gort. —Sonrió
como si acabara de hacer un chiste que solo él
entendía.
Livia frunció el ceño.
—Tengo que confesarte que sospecho un poco de
ti, Choronzon —dijo ella—. Quizá estés aquí para
evitar que le contemos a este Gort lo que sabemos. —Él
simplemente se encogió de hombros—. Sí, ya lo sé
—dijo malhumorada—, tenemos que confiar en ti, ¿no?
—Puedo probar mi fidelidad —dijo él—. Verás,
recuerdo a Maren de los viejos tiempos. Desplegaré
algunos de esos recuerdos, si quieres.
Era la oportunidad perfecta, así que Livia no la
dejó escapar.
—Ah, seguro que tienes recuerdos un poquito más
recientes, Choronzon. ¿No es verdad que visitaste
Westerhaven después de que mataran a ese ane loco?
Después de unos segundos, dijo:
—¿Ella te contó eso?
—No, pero utilizó las palabras «aneclíptico loco»
para describir algo que yo vi pero que nunca le he
548
descrito a nadie, algo que ella nunca vio. ¿Cómo
conocía entonces lo que explotó en Teven sin que nadie
se lo dijera?
Choronzon sonrió abiertamente.
—Muy astuta. Vale, sí, fui a ver a Maren después
del incidente. De hecho me dijo que había dos
supervivientes de Westerhaven. ¿Quieres ver nuestro
encuentro?
Livia abrió la boca para decir que sí, pero luego la
cerró. Buscó algo con la mano y se encontró con la de
Qiingi; él la apoyó en su hombro, un cálido consuelo.
—Gracias —dijo después de una larga pausa—. Lo
revisaré más tarde. Ahora tenemos cosas más
importantes de las que hablar. Como te he dicho, sé
qué hizo el aneclíptico loco. Sé quién atacó la corona
Teven. Lo que no sé es por qué.
—Entonces cuéntanos el qué, y ya nos
encargaremos del porqué.
Livia se lo contó. Les habló de los invasores de
Teven y de como reivindicaban lealtad a algo llamado
3340. Les describió su aventura desde Teven; Fulgor
escuchaba su explicación con una evidente fascinación.
Livia continúo contando que al llegar a Archipiélago le
549