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Published by snullbug20, 2019-05-31 09:46:58

La Era Del Diamante - Neal Stephenson

asumieron que venían de su propia tribu. Pero


muchos apreciaron la conexión entre aquello y


los rumores sobre la Princesa Nell y los túneles


bajo las olas. Las personas migraban hacia el


centro de la costa de Pudong, donde las


pequeñas, débiles y frágiles tribus se habían


concentrado. Esa contracción de la línea


defensiva fue inevitable al reducirse el número


de defensores dada la evacuación. Las fronteras


entre tribus se hicieron inestables y finalmente


desaparecieron, y el quinto día del cerco todos


los bárbaros se habían hecho fungibles y se


unieron en una masa en el punto más externo de


la península de Pudong, varias decenas de miles


de personas comprimidas en el espacio no


superior al de algunas calles. Más allá estaban


los refugiados chinos, en su mayoría personas


muy identificadas con la República Costera, que


sabían que nunca podrían encajar en el Reino


Celeste. No se atrevían a invadir el campamento


de los refugiados, que todavía tenían armas


muy poderosas, pero avanzando centímetro a


centímetro y nunca retirándose, redujeron


insensiblemente el perímetro, de forma que


muchos bárbaros se encontraron metidos en el


océano hasta las rodillas.





1051

Se extendió el rumor de que la mujer llamada


Princesa Nell tenía un mago y consejero llamado


Cari, que había aparecido un día de la nada


sabiendo casi todo lo que sabía la Princesa Nell


y algunas cosas que ella no conocía. Ese


hombre, según los rumores, tenía en su poder


un juego de llaves mágicas que le daba a él y a


la Princesa Nell el poder de hablar con los


Tamborileros que vivían bajo las olas.





En el séptimo día, la Princesa Nell entró


desnuda en el mar al amanecer, desapareció


bajo las olas coloreadas de rosa por el sol na‐


ciente, y no regresó. Cari la siguió unos


minutos después, aunque al contrario que la


Princesa Nell tuvo la precaución de llevar un


equipo de agallas. Entonces todos los bárbaros


entraron en el océano, dejando atrás las sucias


ropas tiradas por la playa, entregando el último


trozo de tierra china al Reino Celeste. Todos


caminaron en el océano hasta que


desaparecieron las cabezas. La retaguardia


estaba formada por las chicas que quedaban del


Ejército Ratonil, quienes se metieron desnudas


en las olas, se unieron para formar una balsa y


se abrieron paso lentamente por el mar,


arrastrando a algunos enfermos y heridos con


1052

ellas en balsas improvisadas. Para cuando el pie


de la última chica perdió contacto con el fondo


arenoso del océano, ese trozo de tierra ya había


sido reclamado por un hombre con un trozo de


tela escarlata alrededor de la cintura, que


permaneció en la orilla riendo al pensar que


ahora el Reino Medio era un solo país de


nuevo.





El último diablo extranjero en salir del Reino


Medio fue un caballero Victoriano rubio de ojos


grises, quien permaneció de pie entre las olas


durante un tiempo mirando a Pudong antes de


volverse y continuar el descenso. Al elevarse el


mar hacia él, le quitó el bombín de la cabeza, y


el sombrero continuó balanceándose sobre las


olas durante algunos minutos mientras los


chinos detonaban fuegos artificiales en la orilla


y pequeños fragmentos de papel rojo se


elevaban sobre el océano como pétalos de


cerezos.





En una de sus incursiones en el mar, Nell


había encontrado a un hombre —un


Tamborilero— que había salido nadando de las


profundidades, desnudo excepto por un juego


de agallas. Debía haberla sorprendido; pero al



1053

contrario, ella había sabido que él estaba allí


antes de haberlo visto, y cuando se acercó, Nell


pudo sentir cosas que sucedían en su mente que


venían de fuera. Había algo en su cerebro que


la conectaba a los Tamborileros.





Nell había dibujado algunos planos


generales y se los había dado a sus ingenieras


para que los elaborasen, y ellas se los habían


dado a Cari, quien los había llevado a un C.M.


portátil y en funcionamiento en el campamento


de Nueva Atlantis y había compilado un


pequeño sistema para examinar y manipular


dispositivos nanotecnológicos.





En la oscuridad, motas de luz brillaban en la


piel de Nell, como luces de aviones en el cielo


nocturno. Cogieron una de ésas con un


escalpelo y la examinaron. Encontraron


dispositivos similares en su corriente sanguínea.


Aquellas cosas, comprendieron, debían de haber


llegado a la sangre de Nell cuando la violaron.


Quedaba claro que los destellos de luz en la piel


de Nell eran la luz del faro que guía a otras


personas a través del golfo que nos separa de


nuestros vecinos.





1054

Cari abrió una de las cosas de la sangre de Nell


y encontró dentro un sistema de lógica de


barras, y un sistema de cinta que contenía al‐


gunos gigabytes de datos. Los datos estaban


divididos en bloques discretos, cada uno


encriptado por separado. Cari probó todas las


claves que había obtenido de John Percival


Hackworth y descubrió que una de ellas —la


clase de Hackworth— descifraba algunos de los


bloques. Cuando examinó el contenido


desencriptado, descubrió fragmentos de un


plan para algún tipo de dispositivo


nanotecnológico.





Sacaron sangre a varios voluntarios y


encontraron que uno de ellos tenía los mismos


pequeños dispositivos en la sangre. Cuando


pusieron juntos los dos dispositivos, se


encontraron usando lidar y se unieron,


intercambiando datos y realizando algún tipo de


cálculo que produjo calor.





Los dispositivos vivían en la sangre de la


especie humana como virus y pasaban de una


persona a otra durante el sexo o cualquier otro


intercambio de fluidos corporales; eran


paquetes inteligentes de datos, igual a los que


1055

recorrían la red de media, y uniéndose unos con


otros en la sangre, formaban un vasto sistema de


comunicación, paralelo y probablemente unido


a la red seca de líneas ópticas y cables de cobre.


Como la red seca, la red húmeda podía usarse


para realizar cálculos; para ejecutar programas.


Y quedaba ahora claro que John Percival


Hackworth la estaba usando exactamente para


eso, ejecutando algún tipo de enorme programa


distribuido de su propia invención. Estaba


diseñando algo.





—Hackworth es el Alquimista —dijo Nell—, y


está usando la red húmeda para diseñar la


Simiente.





A medio kilómetro de la costa, comenzaban


los túneles. Algunos de ellos debían de llevar allí


muchos años, porque eran irregulares como


troncos de árboles, cubiertos de lapas y algas.


Pero era evidente que en los últimos días se


habían dividido orgánicamente, como raíces


buscando humedad; tubos nuevos y limpios


forzaban el paso a través de las incrustaciones y


corrían hacia la línea de la marea, dividiéndose


una y otra vez hasta que muchos orificios se


ofrecían a los refugiados. Los tallos terminaban



1056

en labios que cogían a la gente y la metían den‐


tro, como la punta de una trompa de elefante,


aceptando a los refugiados con un mínimo de


agua de mar. Los túneles estaban cubiertos por


imágenes mediatrónicas que les instaban a


adentrarse en los túneles; siempre parecía que


un lugar cálido, bien iluminado y seco les


esperaba sólo un poco mis adelante. Pero la luz


se movía junto con las personas para que


penetrasen más en los túneles, como en la


peristalsis. Los refugiados llegaban al túnel


principal, el cubierto de incrustaciones, y


seguían moviéndose, ahora reunidos en una


masa sólida, hasta que eran descargados en


una gran cavidad abierta muy por debajo de la


superficie del océano. Allí les esperaban


alimentos y agua, y comían con hambre.





Dos personas no comieron nada aparte de


las provisiones que habían traído con ellos,


eran Nell y Cari.





Después de que hubiesen descubierto los


nanositos en la carne de Nell que la convertían


en parte de los Tamborileros, Nell se había


quedado despierta toda la noche diseñando


un contrananosito, uno que buscase y


1057

destruyese los dispositivos de los


Tamborileros. Ella y Cari se habían puesto los


dispositivos en la sangre, por lo que Neíl


estaba ahora libre de la influencia de los


Tamborileros y los dos permanecerían así. Sin


embargo, no se arriesgaron a comer la comida


de los Tamborileros, y estaba bien, porque


después de la comida los refugiados se


adormilaron y se tendieron en el suelo a


dormir, con el vapor saliendo de su piel, y


pronto comenzaron a resplandecer destellos


de luz, como estrellas que aparecen cuando se


pone el sol. Después de dos horas, las estrellas


se habían unido para formar una superficie


continua de luz parpadeante, lo


suficientemente brillante para poder usarla


para leer, como si la luna llena brillase sobre


los cuerpos de los juerguistas en un prado. Los


refugiados, ahora Tamborileros, durmieron y


soñaron todos el mismo sueño, y las luces


abstractas que brillaban sobre la cubierta


mediatrónica de la caverna comenzaron a


organizarse en oscuras memorias de lo más


profundo de la mente inconsciente. Nell


comenzó a ver cosas de su propia vida,


experiencias mucho tiempo atrás asimiladas


en las palabras del Manual se mostraban ahora


1058

de forma más cruda y aterradora. Nell cerró


los ojos; pero las paredes también producían


sonido, del que no podía huir.





Cari Hollywood controlaba las señales que


pasaban por las paredes de los túneles,


evitando el contenido emocional de las


imágenes al reducirlas a dígitos binarios e


intentando descubrir los códigos y protocolos


internos.





—Tenemos que irnos —dijo Nell finalmente,


y Cari se levantó y la siguió a través de una


salida elegida al azar.





El túnel se dividía una y otra vez, y Nell


elegía el camino por intuición. En ocasiones,


los túneles se ampliaban para formar grandes


cavernas llenas de Tamborileros


luminiscentes, durmiendo, jodiendo o


simplemente dando golpes a las paredes. Las


cavernas siempre tenían muchas salidas, que


se dividían y dividían y luego convergían a


otras cavernas; una red de túneles tan vasta y


complicada que parecía ocupar todo el océano,


como un aparato nervioso con las dendritas






1059

tejiéndose y ramificándose para ocupar todo el


volumen del cráneo.





Un suave tamborileo se encontraba en el


mismo límite de lo perceptible desde que


habían dejado la caverna en la que se habían


dormido los refugiados. Al principio Nell lo


había considerado el sonido de las corrientes


submarinas chocando contra las paredes del


túnel, pero al hacerse más fuerte, supo que eran


los Tamborileros hablando entre sí, reunidos


en alguna caverna central enviándose mensajes


por toda la red. Al comprenderlo, sintió que ía


urgencia se transformaba en pánico por


encontrar la reunión central, y durante algún


tiempo corrieron por el perfectamente


engañoso laberinto tridimensional, intentado


localizar el epicentro del tamborileo.





Cari Hollywood no podía correr tan rápido


como la ágil Nell y acabó perdiéndola en la


confusión de túneles. Desde ese momento


tomó sus propias decisiones, y después de que


pasase algún tiempo —era imposible saber


cuánto— su túnel llegó a otro por el que iba


una corriente de Tamborileros hacia otro piso


del océano. Cari reconoció a algunos de los


1060

Tamborileros como antiguos refugiados de las


playas de Pudong.





El sonido de los Tamborileros no aumentó


gradualmente sino que explotó en una


confusión ensordecedora y que destruía la


mente al salir Cari a una gran caverna, un


anfiteatro cónico que debía de tener un


kilómetro de ancho, cubierto por una tormenta


de imágenes media‐trónicas a lo largo de una


vasta cúpula. Los Tamborileros, visibles bajo la


luz parpadeante de la tormenta de imágenes


superior y por su propia iluminación interna,


se movían arriba y abajo por el cono en una


especie de corriente de convección. Atrapado


en un remolino, Cari fue transportado hacia el


centro y se encontró con una orgía de di‐


mensiones fantásticas. Las estelas de sudor


vaporizado se elevaban del centro del pozo


formando una nube. Los cuerpos que se


apretaban contra la piel desnuda de Cari eran


tan calientes que casi le quemaron, como si


todos tuviesen una fiebre muy alta, y en algún


compartimento abstracto de su mente que, de


alguna forma, continuaba en su curso racional,


comprendió la razón: intercambiaban paquetes


de datos con sus fluidos corporales, los


1061

paquetes se unían en la sangre y la lógica de


barras producía calor que elevaba la


temperatura corporal.





La orgía continuó durante horas, pero la


convección se redujo gradualmente y se


condensó en una estructura estable, como una


multitud en un teatro que se sienta en los sitios


asignados al acercarse la hora en que se levante


el telón. Un amplio espacio abierto se formó en


el centro, y el anillo más interior de


espectadores consistía en hombres, como si


fuesen los ganadores de un gran concurso de


fornicación que se aproximaba a la prueba


final. Un Tamborilero solitario recorrió el anillo


interior, entregando algo; resultaron ser


condones me‐diatrónicos que resplandecían en


vivos colores al ser colocados en los penes


erectos de los hombres.





Una mujer entró en el anillo. El piso en el


centro absoluto se elevó bajo sus pies,


levantándola en el aire como en un altar. El


tamborileo llegó a un punto insoportable y se


detuvo. Luego comenzó de nuevo, en un ritmo


lento pero continuo, y los hombres en el círculo


interior comenzaron a bailar a su alrededor.


1062

Cari Hollywood vio que la mujer en el


interior era Miranda.





Ahora lo entendía todo: los refugiados


habían sido reunidos en los dominios de los


Tamborileros por el conjunto de nuevos datos


que corrían por su sangre, que esos datos


habían sido introducidos en la red húmeda en


el curso de una gran orgía, y que todo iba ahora


a ser colocado en Miranda, cuyo cuerpo iba a


ser el lugar de ejecución de algún climax


computacional que la quemaría viva en el


proceso. Era cosa de Hackworth; aquélla era la


culminación del esfuerzo para diseñar la


Simiente, y con eso disolvería de paso la base


de Nueva Atlantis, Nipón y todas las


sociedades que se habían desarrollado


alrededor del concepto de una Toma


centralizada y jerárquica.





Una figura solitaria, destacada porque su piel


no emitía ninguna luz, luchaba por llegar al


centro. Entró de golpe en el círculo interior,


tirando a un bailarín que se le puso delante, y


trepó por el altar central donde yacía Miranda


de espaldas, con los brazos extendidos como


1063

crucificada y su piel convertida en una galaxia


de luces coloreadas.





Nell acunó la cabeza de Miranda entre los


brazos, se inclinó y la besó, no un suave roce en


los labios sino un beso salvaje con la boca


abierta, y la mordió fuerte al hacerlo,


mordiendo sus propios labios y los de Miranda


para que se mezclasen las sangres. La luz que


emitía el cuerpo de Miranda se redujo y se


apagó lentamente al ser perseguidos y cazados


los nanositos por los depredadores que habían


entrado en su sangre desde la de Nell. Miranda


se despertó y se levantó, con los brazos


rodeando ligeramente el cuello de Nell.





El tamborileo se había detenido; los


Tamborileros se sentaron impasibles,


claramente felices con esperar —años si fuese


necesario— a otra mujer que pudiese ocupar el


lugar de Miranda. La luz de sus cuerpos se


había reducido, y el mediatrón superior


mostraba imágenes oscuras y vagas. Cari


Hollywood, viendo finalmente algo que hacer,


fue al centro, pasó un brazo bajo las rodillas de


Miranda y otro bajo los hombros, y la levantó


en el aire. Nell se volvió y los guió fuera de la


1064

caverna, sosteniendo la espada frente a ella;


pero ninguno de los Tamborileros se movió


para detenerlos.





Pasaron por muchos túneles, siempre


tomando el camino hacia arriba hasta que


vieron la luz del sol que brillaba sobre las olas,


creando líneas de luz blanca en el techo


translúcido. Nell cortó el túnel tras ellos usando


la espada como una aguja de reloj. El agua


cálida cayó sobre ellos. Nell nadó hacia la luz.


Miranda no nadaba con fuerza, y Cari se sentía


dividido entre el deseo aterrorizado por llegar


a la superficie y su deber para con Miranda.


Luego vio sombras que descendían desde


arriba, docenas de niñas desnudas nadando,


con líneas de burbujas plateadas saliendo de sus


bocas, y los ojos almendrados emocionados y


traviesos. Muchas manos suaves sostuvieron a


Cari y Miranda y los llevaron hacia la luz.





Nueva Chusan se elevaba ante ellos, a una


corta distancia a nado, y desde lo alto de la


montaña pudieron oír repicar las campanas de


la catedral.








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