‐¡Por Dios! ‐ exclamó Darcy con alegría
Manley suspiró mientras se preguntaba qué
demonios era aquel tratado. Una ola de alegría
lo inundaba mientras ojeaba rápidamente el
libro. En poco tiempo comprendió su
estructura. Un estudio comparado de su teoría
de la gravitación modificada con otra muy
similar, tal vez la teoría correcta. Aquello no era
tan sencillo de interpretar. De pronto se
encontró releyendo una página una y otra vez...
No entendía.
‐Llévenos de vuelta al monte Lemmon.‐le
indicó al oficial al mando‐ Allí tengo equipos...
necesito estudiar esto con calma. Ver qué
significa y qué implicaciones tiene.
En el vehículo murmuró preocupado a
Darcy: ʺNo va a ser tan sencillo, no sé si vamos
a tener tiempoʺ
651
CAPITULO 61
Manley se incorporó del suelo donde sentía
que había permanecido tendido largo tiempo.
Su cuerpo clamaba dolorido un descanso, pero
un miedo cerval se sobreponía sobre el resto de
confusas sensaciones de entre las que destacaba
un clamor apocalíptico, un retumbar sordo que
afectaba a todo en su derredor.
La tierra vibraba en un terremoto
interminable.
No podía creer que justo entonces, justo
cuando había encontrado la solución, los
acontecimientos se precipitasen.
Había trabajado intensamente en los
últimos días, estudiando a fondo el tratado de
los legoranos, comprendiendo cada vez mejor
cuál era el equívoco que había llevado a
construir una sonda que no resolvía
adecuadamente la singularidad creada. Su
teoría no era errónea, sino incompleta. Esa era
652
la causa de que la singularidad creada por la
sonda, una vez que se llegaba al destino, no se
disolviera como una pompa de jabón, sino que
rebotara hasta su punto de origen, ocasionando
la perturbación gravitatoria que aunque su
fuerza ya menguaba considerablemente, había
obrado el poder de alterar mortalmente el
sistema Tierra‐Luna.
El polvo del cemento desmenuzado flotaba
irreal en el aire, mientras las luces de su
despacho iban y venían. En la semioscuridad
Manley palpaba el suelo. Necesitaba
imperiosamente localizar su portátil. Sus manos
frágiles le parecían ancianas y torpes. Al fin dio
con la funda de cuero que recubría el pequeño
ordenador y miró en torno a sí. Parecía que todo
estaba cambiado de lugar, los muebles
arrinconados por los temblores, junto a la
pared. Una estantería caída impedía acercarse
siquiera a la puerta. Tironeó de la misma pero
sus fuerzas eran escasas. Se sentía como un viejo
decrépito. A duras penas, casi a cuatro patas,
logró sortear el mueble caído, y a pesar de las
vibraciones del suelo, se situó junto a la puerta.
Manley no recordaba la última vez que
había salido del despacho. El gobierno, o lo que
653
quedaba de él, le había asignado un grupo de
tropas de élite para que custodiaran el
observatorio hasta el último momento y le
permitieran centrarse en su trabajo. Por otro
lado un grupo de ingenieros y científicos
aguardaba en Houston a que Manley les diera
instrucciones, porque había una esperanza y
esta tenía un nombre, la sonda Viajero II, una
réplica de la primera, con la que se contaba para
una misión similar a la de su antecesora.
Manley había comprendido que usándola
adecuadamente, realizando la maniobras
acertada entre las infinitas posibles, e
introduciendo nuevos parámetros de
funcionamiento, sería capaz de compensar las
perturbaciones creadas. Se trataba de una
peligrosa carambola cósmica, pero era una
opción factible. Trabajaba en línea con el centro
de investigación Ames, de la NASA, y acababa
de recibir el resultado de sus cálculos.
El edificio del observatorio gemía
cruelmente, como una bestia moribunda, o
como una caja de sonajero que un niño agita
ignorando que en su interior una hormiga pelea
por su vida. ʺ¿Dónde estaba Darcy?ʺ
Consiguió abandonar su despacho. Ahora
654
que tenía la solución... le preocupaba Darcy.
Observó unas piernas, con uniforme y botas,
que indicaban donde un cuerpo yacía sepultado
por escombros.
‐¿Darcy? ‐ murmuró
Las puertas del observatorio estaban
abiertas, deshechas. A sus espaldas se oían
cascotes que caían, cristales rotos... el caos. En
un último vistazo hacia el interior de la sala de
control observó su viejo exolector siete,
despedazado por un gran mole de hormigón. El
piloto rojo que indicaba su capacidad operativa
se hallaba irremisiblemente apagado.
Por fin salió al exterior. Tenía que enviar las
instrucciones. Coordenadas, datos, .... un
archivo con todo lo necesario para programar
al Viajero II, lanzarlo al espacio a un punto tal
que sus efectos contrarrestaran la influencia de
la perturbación primera y devolvieran a la Luna
y a la Tierra a sus órbitas originales. Era una
maniobra precisa en la que llevaba trabajando
días. Y tenía al fin, una solución que resolvía un
sistema de ecuaciones endiabladamente
complicado. Y la sonda debía activarse en el
segundo preciso, en el punto exacto del
espacio... ʺ¿serán capaces?ʺ
655
Pero a pesar de la atmósfera cargada, una
luminosidad insana confería al paisaje un
aspecto irreal, como de ensueño. Elevó la vista
al cielo, y en la noche, descubrió la Luna, una
Luna amenazadora y cercana....
La Luna abarcaba medio horizonte
bañando la noche de la Tierra con una luz
pálida pero potente, que era capaz de atravesar
aquella atmósfera caliginosa e iluminar la
oscuridad como un raro día de niebla. Era fácil
distinguir sus montañas, sus cráteres
contoneados pero abruptos, las sombras en los
valles dibujando puntiagudas siluetas. Su
cercanía, la nitidez de sus detalles, quitaba el
aliento.
Pulsó el botón de comunicaciones. Su
interfaz estaba a un nivel mínimo de batería.
Sería imposible una comunicación visual... ni
siquiera por voz. Era un último intento.
‐Dios mío, ‐ exclamó ‐ cuarenta años para
prever esto... y ahora me va a faltar tiempo...
Manley cayó de rodillas en el suelo y lloró,
suplicó, rezó. Junto a él apareció Darcy, que
arrodillándose junto a él, le abrazó. Por encima
de ambos el dios de la noche, un dios cruel y
656
despectivo para con el Hombre, parecía
abalanzarse sobre ambos.
Un tímido bip de la consola anunció un
mensaje críptico.
ʺHouston. Mensaje recibidoʺ
657
NOTA DEL AUTOR,
AGRADECIMIENTOS, Y
CONSIDERACIONES PREVIAS AL
EPILOGO
He de decir en primer término que fueron
varios los colegas que recibieron la copia de
este manuscrito previamente a su difusión.
Algunos de ellos se sintieron realmente
sorprendidos, y no miento si digo que también
algunos otros se enfadaron en gran medida al
sentirse reflejados en este relato, pues aunque se
han variado los nombres, resultaba fácil
reconocerse entre sus protagonistas. En mi
descargo diré que no es fácil realizar un relato
como éste y respetar una relación de hechos y
personajes sin que haya personas que se sientan
aludidas.
Una de las paradojas de la comunicación
intertemporal ‐ es una convicción personal
nacida de la experiencia ‐ radica en la
afirmación que dice que el saber lo que va a
ocurrir no altera lo que ha de ocurrir. Otra
658
manera de enunciarlo es sostener que el hombre
que conoce su destino no puede cambiarlo.
Parecería por tanto que somos dados en manos
del dios Destino y que todo está escrito. Y sin
embargo si algo he aprendido de todo esto es la
certeza de que lo importante no es lo que ha
sucedido, tanto en el pasado como en el futuro‐
si me permiten hablar de esta manera‐ sino el
cómo lo afrontamos, nuestra actitud. Este
convencimiento firme me costó muchos años de
amargura que viví, estúpido de mí, sin
comprender esto que afirmo ahora. Y es
precisamente esa comprensión de nuestra
libertad la que me ha permitido arriesgarme a
contar todo lo que está por venir sin miedo
alguno. Debo admitir también que hubo otras
dos razones que me animaron a escribir mis
memorias y enviarlas finalmente a una época
histórica relativamente anterior al inicio de los
hechos. En primer lugar por tratarse de un
ejercicio de divertimento personal e incluso
curiosidad por verificar la inalterabilidad de lo
inevitable. Y en segundo lugar por un infantil
orgullo en el que reclamo la fama, no solo de
cara a la posteridad, sino también incluso en
tiempos pretéritos (ése es un capricho que pocos
pueden permitirse). Esta última idea
659
ciertamente me hace sonreír y es consecuencia
tal vez de que mi ánimo, en ésta última época
de mi vida, se ha vuelto más alegre y
optimista.... y sí, también algo más mordaz, no
lo puedo evitar. Cosas de la edad.
Parecía además oportuno aclarar algunos
cabos sueltos de la historia de la evolución de
nuestro sistema solar, que por desconocidos en
los principios del siglo XXI en nada se altera que
su conocimiento se adelante unas pocas
décadas, y es que además de fascinantes, tienen
cierta relación con cierta teoría enunciada
vagamente al inicio del libro y que espero que
resulte de interés al lector su extravagante
confirmación. Podríamos preguntarnos qué
relación pudiera tener la exocomunicación
intergaláctica con la explosión de vida del
Cámbrico o con el Valles Marineris marciano, y
se trata sin duda, como se verá, de una cuestión
muy singular. En cualquier caso, para aquellos
que se queden meditando sobre estas
cuestiones, no es necesario comentar a estas
alturas que los bucles de información que se
generan por la comunicación intertemporal
resultan verdaderamente desconcertantes, al
menos a mí me lo parece, y tal vez un avispado
lector sea capaz de hilvanar una explicación que
660
deshaga los nudos gordianos que enredan estas
particulares propiedades del entrelazamiento
cuántico que se han reflejado en ʺCódigo
estelarʺ. ¿Qué es primero, el huevo o la gallina?
No puedo finalizar esta breve nota sin
recordar a mis correctores; amigos y familia
principalmente, sin cuya paciencia y ánimos
Código Estelar quizás jamás habría
abandonado un oscuro cajón de mi memoria al
que no tenía previsto acudir.
A mis detractores que criticarán mi
frivolidad o la falta de coherencia a la hora de
airear lo que está por suceder ‐ dicho en cierta
medida coloquialmente ‐ a la vuelta de la
esquina, les diré que no alteren su ánimo ni su
espíritu, porque, efectivamente, lo que ha de
ser, será. En cualquier caso los invito a que
consideren esta historia, si no son crédulos en
cuanto a su autenticidad, como un mero
divertimento literario. A fin de cuentas, les
preguntaría, ¿de qué sirve la ciencia ficción sino
para conjeturar con lo imposible o recrearse con
lo imaginario?
Y al lector que haya llegado, entretenido, a
661
esta altura del relato, le ruego siga leyendo su
desenlace con el mismo interés, que agradezco
sinceramente, y que me trate con benevolencia
en sus comentarios. Tal vez, solo tal vez, una
adecuada difusión de esta obra sirva para
moderar, aunque sea levemente, lo que ha de
ocurrir.
Y no puedo terminar sin efectuar una
última reflexión final.
Uno de los misterios que más me ha
intrigado en el desarrollo de esta sorprendente
historia, y que no podía dejar de comentar en
esta nota, era la afirmación legorana de que más
allá de la Humanidad cesaban las
comunicaciones con otras razas inteligentes de
la Galaxia. Bien, poco puedo decir de lo que ha
de venir porque mi vida es finita y en estos
momentos desconozco lo que aguarda en el
futuro. Tan solo puedo aventurar conjeturas
pues mi mente bulle y mi imaginación me
desborda, y así, me digo, ¿será el motor de
singularidad mejorado y la Humanidad se
expandirá y ocupará toda la galaxia en un abrir
y cerrar de ojos cósmico? Tal vez esa posibilidad
brinde respuesta a ese misterio, y también sea
662
cuestión para otro libro y otro autor, ¿no creen?
A fin de cuentas, por muy malos tiempos
que queden por delante, todos debemos
recordar que, felizmente, siempre hay
esperanza. Si lo piensan bien, ahora mismo,
todos estamos vivos.
Firmado: M.S.
663
EPILOGO
Zu‐ Sontag‐ Mei despetó de su hipersueño
con un ligero malestar. Recordaba las
advertencias del equipo médico respecto a
dolores, mareos, desorientación... Era verdad
todo aquello, pero por encima de su propia
confusión, el sonido de la alerta que provenía
del puente de la cosmonave, la Thuadin‐Ar,
aceleró sus pulsaciones y le obligaron a forzar
su mente a fin de centrarse.
Sí, él era el almirante de una portentosa
espacio‐nave, cuya eslora era de más de cien
kilómetros. La Thuadin‐Ar era una estructura
oblonga que relucía al sol con un brillo líquido
y espejaba en su superficie el fulgor de las
estrellas. De su centro partían una red de ejes,
como ruedas que giraban gradualmente a fin de
generar una fuerza centrífuga que actuara a
modo de generador de gravedad, en cuyos
extremos se hallaban distintos y enormes
módulos vitales. En su interior una miríada de
664
margallianos‐guerreros se despertaban, al igual
que el propio almirante, después de un sueño
de poco más de mil años. Constituían la primera
horda de lo que iba a ser una gloriosa conquista.
El almirante se dirigió al puente de mando
mientras se abotonaba la guerrera y chasqueaba
los afilados garfios en los que terminaba sus
brazos. Su rostro se componía de varias capas
de armazón ósea entre los que se disimulaban
boca, ojos, y orificios nasales. En la parte
superior de la misma una cresta de pelo afilado
y móvil con colores chillones ondeaba
ligeramente con cada zancada. Él era el único
margalliano en aquella vasta extensión de metal
que podía lucir una cresta tan llamativa. Era el
privilegio del líder del clan. Cuando llegó a su
destino su mente se encontraba por completo
despierta.
‐Qué tenemos‐ chasquearon los dientes de
su mandíbula, dirigiéndose hacia sus oficiales.
‐Ha surgido un imprevisto. La espacio‐nave
se encuentra en ruta de colisión con un planeta
menor
El almirante se inclinó hacia las cartas de
navegación. En una pantalla de líneas azuladas
665
nítidas donde se mostraban las posiciones
previstas de los planetas, y en trazo rojo se
advertía que su nave iba directa hacia el cuarto
planeta del sistema. Amplió la imagen. Se
trataba de un planeta desértico de color rojizo.
Tomó aire.
‐Preparen maniobra de evasión.
‐Sí señor... pero va a ser difícil de evitar...
Tenemos que interrumpir la maniobra de
frenado y acelerar de nuevo. El ordenador nos
da un 20%...
‐Háganlo
Un oficial se presentó junto al almirante. Se
trataba de un oficial de inteligencia que
aguardaba respetuoso órdenes.
‐¿Qué sucede oficial?
‐Señor, le reclaman en la oficina de
comunicaciones. Tenemos un contratiempo.
‐¿De qué clase?
‐Se trata del tercer planeta señor... No es lo
que esperábamos encontrar
El almirante siguió los pasos del oficial. Su
ánimo estaba alterándose y cuando eso sucedía
666
necesitaba combatir, herir... matar. Resopló. Su
cresta se erizó. El resto de la tripulación se
apartó respetuosa abriéndole paso.
En la sala un grupo de comandantes
conversaba airadamente. Una pelea iba a
estallar, algo habitual en el temperamento de su
especie. La llegada de su almirante encrespado
los aplacó. Uno de ellos tomó la voz cantante.
Sus ojos rojizos apenas eran discernibles entre
los pliegues acorazados de su rostro.
‐Señor. El planeta al que pretendíamos
llegar... no está habitado por ningún ser
inteligente. Es posible que exista vida...
microbiana.
El Almirante sintió que la presión
sanguínea alteraba su ánimo.
Desplegó su brazo con poderosa furia,
extendiendo sus afilados dedos como cuchillas.
La cabeza del comandante rodó sobre el suelo y
una estela de sangre dibujó un arco en el aire.
El resto de los comandantes inclinaron sus
cabezas respetuosamente.
‐¿Cómo se ha podido producir semejante...
error?
667
Nadie de los presentes osaba contestar.
Finalmente uno de los oficiales de
comunicación se aventuró a intervenir.
‐Se trata de una propiedad del código
estelar, señor. Mientras hibernábamos Madre
nos ha comunicado que sus científicos han
establecido que las comunicaciones del código
no son necesariamente en el mismo momento
del tiempo, las del emisor y las del receptor.
‐Explíquese mejor oficial‐ clamó el
Almirante
‐Parece ser que las comunicaciones que
tuvimos con aquel ser infantil tenían un desfase
temporal
‐¿Un desfase temporal?
‐Sí, señor... de cuatrocientos millones de
años aproximadamente.
Otra cabeza de margalliano rodó por el
suelo. El Almirante estaba dispuesto a seguir
con el resto de su comandancia cuando los
altavoces reclamaron su presencia de nuevo en
el puente.
‐Señor, vamos a pasar muy cerca del
planeta... seguramente entremos en su
668
atmósfera.
‐La espacio‐nave aguantará
‐Sí, señor... pero ...
‐Pero qué ‐ exigió el almirante
‐Posiblemente los módulos 5 y 6 colisionen
contra el planeta... eso nos provocará daños
fatales.
Zu‐ Sontag‐ Mei observó como el planeta
rojo iba agrandándose rápidamente en el gran
ventanal del puente. Apenas tenía atmósfera
apreciable, y sí, iban a pasar muy cerca de su
superficie. Si colisionaban uno o dos módulos
contra la misma la Thuadin‐Ar saldría muy
malparada... posiblemente se convirtiera en un
amasijo de hierros ingobernables destinado a
consumirse en el espacio... o a caer
irremisiblemente en aquel pequeño sol
amarillo.
Un estruendo atronador sacudió la
cosmonave. Todos salieron despedidos,
sacudidos como una bola en un cascabel. La
gigantesca mole de metal estaba cortando la
superficie de aquel planeta polvoriento como
un cuchillo corta el pan. Una inmensa nube de
669
fuego y calor emergía al paso de la nave
espacial, como si estuviera rasgando un arado
enorme una porción de un erial de tierra roja.
La nave a su vez empezaba a resquebrajarse
incapaz de soportar esa tensión. El almirante,
pasada la sacudida inicial, logró enderezarse.
Observó los paneles. Indicaban importantes
daños estructurales, que se propagaban por
toda la arquitectura de aquella inmensa
colmena en descomposición. Fugas de aire,
incendios, módulos que se desprendían... y
todo bajo unas sacudidas terribles y aullidos de
metal. Los margallianos se mantenían firmes en
sus posiciones como podían, sin siquiera emitir
un gemido, aguardando sus órdenes, que no
llegaban porque nada había que hacer.
El paso por el planeta finalizó. Lo que
quedaba de la cosmonave era su parte central,
quebrada en varios puntos y sin propulsión.
Navegaba a la deriva, acompañada por los
módulos, la mayoría de los cuales se habían
quebrado sobre sus ejes, convirtiendo a la nave
espacial en un borrón, una caricatura, de lo que
poco antes había sido una fulgurante estructura
de metal.
‐¿No es ese el módulo biológico?‐ preguntó
670
el almirante al observar que uno de los módulos
se había desprendido del resto de la nave e
iniciaba una singladura en solitario.
‐Sí, señor. ‐ corroboró el suboficial más
cercano.
El almirante la observó. Allí se encontraban
las simientes con las que esperaban colonizar el
planeta al que se dirigían para conquistarlo.
Ahora iban a perderse por el espacio.
‐¿Qué va a ser de nosotros? ‐ preguntó el
almirante en voz baja
El suboficial tardó en contestar.
‐Caemos hacia el sol, señor
Los sistemas eléctricos empezaban a fallar.
Se hizo la oscuridad en el puente. Sólo los
monitores permanecían encendidos.
‐Señor... por si le interesa saber... el módulo
biológico...
‐Siga ‐ ordenó el almirante mientras volvía
la cabeza hacia el inoportuno suboficial.
‐Sigue una trayectoria que... posiblemente
alcance el tercer planeta... ese al que nos
dirigíamos.
671
Un tenso silencio reinó en el puente.
Finalmente hasta los monitores se apagaron.
Sólo la lejana luz del sol iluminaba los rostros
de la aguerrida tripulación.
‐Sí, el tercer planeta ‐ dijo casi para sí Zu‐
Sontag‐ Mei, y acto seguido hizo la maniobra de
Jatsido, que consiste en un suicidio ceremonial
que en la cultura margalliana traduce como ʺel
no temor a la muerteʺ.
Y como es costumbre en esa raza, el resto de
la tripulación que aún permanecía con vida,
hizo otro tanto.
672