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Published by snullbug20, 2018-11-17 19:16:23

Dimension De Milagros - Robert Sheckley

irreductibles de nuestros gustos y placeres. Sin embargo,

piensa un poco: ¿Qué son los desperdicios, sino un

testimonio de nuestras necesidades? Ni despilfarro ni


privación, ese era el antiguo consejo de la ansiedad anal.

Pero ese falso axioma ha cambiado ahora. No es necesario

hablar de derroche, por supuesto. Entonces, ¿para qué


hablar del sexo, de virtud o de cualquier otra cosa

importante?


—Si lo expresas de ese modo, bueno. Pero aún así...


—Veo conmigo, observa, aprende —dijo Marundi—. El

concepto crece dentro de ti, lo mismo que los


desperdicios.


Entraron en la Sala de Ruidos Externos, donde

Carmody pudo escuchar el sonido de un water del que

continuamente fluía agua, el desfile musical de ruidos del


tránsito, el emocionante crujido de un accidente, el rugido

ronco de una muchedumbre. A estos, se mezclaban

Sonidos Retrospectivos: el zumbido de un pistón de


avión, el parloteo de una ametralladora, el fuerte

retumbar de un mazo de madera. Después de ése estaba


el Salón Sónico del Boom, que Carmody salteó

rápidamente.


—Muy cierto —dijo Marundi—. Es peligroso. Pero


mucha gente viene aquí; algunos se quedan cinco o seis

horas...


—¿Eh? —dijo Carmody.

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—Quizá, justo aquí, está el sonido que es el principio

fundamental de nuestra exposición —dijo Marundi—: el

rugiente bramido de un camión de basura triturando


desperdicios. Lindo..., ¿no es cierto? Y por allí, derecho,

hay una exhibición de botellas de vino vacías de medio

litro. Más allá hay una réplica de un metropolitano; está


construido de manera que se repitan todos los sacudones

del verdadero. La Westinghouse se encargó de llenar de


humo el ambiente interior.


—¿Y qué son esos gritos? —preguntó Carmody.


—Una cinta grabada de voces heroicas —dijo

Marundi—. La primera es la de Ed Brun, un jugador de


béisbol del team de los Creen Bay Packers. El siguiente, un

gemido agudo, es un retrato de cómo hablaba el último

intendente de Nueva York. Y después, aquel...


—Vámonos de aquí —dijo Carmody.



(*)
—Por cierto. A la derecha está el ala del graffiti . A la
izquierda hay una reproducción exacta de un antiguo

conventillo (a mi parecer, una muestra apócrifa de


romanticismo). Derecho por allá podrás ver nuestra

colección de antenas de televisión. Este es un modelo


británico circo 1960. Aprecia su severidad, el rigor, y

compárala con ese producto de Camboya del año 1959.

¿Ves las líneas flotantes lujuriosas del modelo oriental?


Este es el arte popular expresado en formas viables.


* Palabra que designa la escritura en caracteres grandes sobre paredes en lugares públicos, generalmente obscena (N. de la T).
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Marundi se volvió hacia Carmody y le dijo

ansiosamente:


—Ve y créeme, amigo mío. Esta es la ola del futuro.

En tiempos pasados el hombre se resistía a lo que


implicaba el presente. Esa época ya no existe. Ahora

sabemos que el arte es la cosa en si, junto con sus


extensiones superfluas. No me refiero al arte pop, que

ridiculiza y exagera, sino al arte popular, que existe

simplemente. Esta es la época en que aceptamos


incondicionalmente lo inaceptable, y proclamamos de

esta manera la naturalidad de nuestra artificialidad.


—¡No me gusta! —exclamó Carmody—.


¡Seethwright! —¿Para qué estás gritando? —le preguntó

Marundi. —¡Seethwright! ¡Seethwright! ¡Sácame pronto

de aquí!


—Ha perdido el juicio —dijo Marundi—. ¿Habrá un


doctor por aquí?


De inmediato apareció un hombre bajo y moreno,

vestido con un enterizo. Llevaba un pequeño maletín


negro que tenía una placa de plata con la inscripción:

ʺPequeño Maletín Negroʺ.


—Soy médico —dijo el médico—. Dejen que lo vea.


—¡Seethwright! ¿Dónde demonios estás?


—Aháaa..., ya veo —dijo el médico—. Este hombre


tiene todos los síntomas de una aguda carencia


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alucinatoria. ¡ Ah, sí! Al palparle la cabeza encuentro un

crecimiento macizo y duro. Eso es normal. Pero detrás de

eso..., hmmm, Es sorprendente. Este pobre hombre está


literalmente famélico de ilusiones...


—Doctor, ¿puede ayudarle? —preguntó Marundi.


—Me ha llamado justo a tiempo —dijo el médico—.

Su estado es aún reversible. Tengo aquí la panacea divina.



—¡Seethwright!


El doctor sacó una caja del Pequeño Maletín Negro y

armó una hipodérmica brillante.


—Este es el elevador standard de potencial —dijo a

Carmody—. No tiene porqué preocuparse, no le haría


daño a un niño. Contiene una agradable mezcla de LSD,

barbitúricos, anfetaminas, tranquilizadores, elevadores


psíquicos, estimulantes, y varias cosas más, todas ellas

beneficiosas. Y también un toque de arsénico, para darle

brillo al cabello. Y ahora, no se mueva...



—¡Maldito seas, Seethwright! ¡Sácame de esto! —Sólo

duele mientras dura el dolor —dijo el doctor para

tranquilizarle, apoyando la hipodérmica empujó el


émbolo. En ese mismo momento, o casi en ese instante,

Carmody desapareció.


Hubo una gran consternación y confusión en el

Castillo, que no quedó resuelta hasta que todos quedaron


inmóviles. Después se superó con una calma olímpica. En


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cuanto a Carmody, un cura entonó las palabras: ʺHombre

superfluo, vete ahora hacia el gran reino de lo Extraño en

el cielo, donde hay un lugar para todas las cosas


innecesariasʺ.


Pero mientras tanto Carmody, impulsado por el fiel

Seethwright, se precipitó hacia adelante a través de


mundos sin fin. Se trasladaba en una dirección que podría

calificarse como ʹhacia abajoʹ, a lo largo de miríadas de

potencialidades de la Tierra, dentro de las apiñadas


probabilidades..., y por último, hacia las atestadas

expansiones de las improbabilidades construidas.


El Premio le dijo, increpándole:


—Lo que acabas de abandonar es tu propio mundo,


Carmody. ¿Tienes conciencia de lo que has hecho?


—Sí, la tengo — dijo Carmody.


—Ahora, ya no es posible regresar.


—También tengo conciencia de eso.


—Me imagino que habrás pensado encontrar alguna


charra utopía en los mundos que quedan por delante —

dijo el Premio, con pronunciado desdén.


—No es exactamente así.


—¿Y entonces, qué?


Carmody meneó la cabeza, negándose a contestar.







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—Sea lo que sea, será mejor que te olvides de aquello

—dijo el Premio amargamente—. Tu devorador te

persigue implacablemente, eso significará tu muerte


infalible.


—No lo dudo —dijo Carmody, en un momento de

extraña calma—. Pero hablando en términos de largo


plazo, nunca esperé salir con vida de este Universo.


—Eso carece de sentido —dijo el Premio—. Lo cierto

es que lo has perdido todo...


—No estoy de acuerdo —replicó Carmody—. Deja


que te señale que todavía estoy vivo.


—De acuerdo, pero sólo por un momento.


—Siempre he estado vivo sólo por un momento —

afirmó Carmody—. Nunca he podido contar con nada


más. Si alguna vez cometí el error de esperar algo más

que eso, fui un tonto. Creo que esa es una verdad para

todas mis circunstancias; las posibles, y las potenciales.



—Entonces, ¿qué confías lograr con tu momento?


—Nada —contestó Carmody—. Todo.


—Ya no te entiendo —dijo el Premio—. Hay algo en

ti que ha cambiado, Carmody. ¿Qué es?


—Algo insignificante —le dijo Carmody—. He


renunciado simplemente a una longevidad que de todas

maneras no poseía. He dado la espalda al juego de




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convictos con que los dioses se entretienen en su

espectáculo celestial. Ya no me interesa bajo cuál cáscara

de nuez puede estar el germen de la inmortalidad. No lo


necesito. Tengo mi momento, que es suficiente.


—¡Santo Carmody! —dijo el Premio, en un tono del

más profundo sarcasmo—. Tan sólo el aliento de una


sombra te separa de la muerte. ¿Qué harás ahora con tu

lastimoso momento?


—Continuaré viviéndolo —dijo Carmody—. Para eso


son los momentos.



FIN


















































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