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En Cienciorama sabemos que la pandemia de COVID-19 se puede entender desde puntos de vista muy diversos, que van desde la ecología hasta la política. Por eso, lanzamos esta serie de artículos titulados "Los muchos rostros de la pandemia", donde Laura Díaz y Jareth Tapia nos llevarán a dar un recorrido por los aspectos más sobresalientes de este fenómeno, todo de una manera muy dinámica y amigable.

En esta segunda entrega veremos la infodemia y la conspiranoia; y se abordarán temas como la desconfianza del público en los científicos, cómo la pandemia nos recuerda constantemente a la muerte y sus consecuencias, y las teorías conspiranóicas.

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Published by Cienciorama, 2020-07-17 12:27:00

647 - Los muchos rostros de la pandemia - Parte 2

En Cienciorama sabemos que la pandemia de COVID-19 se puede entender desde puntos de vista muy diversos, que van desde la ecología hasta la política. Por eso, lanzamos esta serie de artículos titulados "Los muchos rostros de la pandemia", donde Laura Díaz y Jareth Tapia nos llevarán a dar un recorrido por los aspectos más sobresalientes de este fenómeno, todo de una manera muy dinámica y amigable.

En esta segunda entrega veremos la infodemia y la conspiranoia; y se abordarán temas como la desconfianza del público en los científicos, cómo la pandemia nos recuerda constantemente a la muerte y sus consecuencias, y las teorías conspiranóicas.

Keywords: #SARS_CoV_2 #pandemia #coronavirus #psicología #infodemia #conspiranoia #México

Los muchos rostros de la pandemia, parte II:
infodemia y conspiranoia

Laura Díaz Alvarez y Jareth Sebastian Tapia Rodríguez

¿Por qué algunas personas no creen en los científicos?
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y
la Cultura (UNESCO) menciona en su sitio web que para hacer frente a la
pandemia actual es necesario actualizarse y educarse con respecto al
SARS-CoV-2 (el virus que causa la COVID-19) y que esto ayudará a que
se respeten las recomendaciones de salud pública.

Irónicamente, la información falsa y pseudocientífica también está
proliferando (Cienciorama amplía este tema en “El peligro de las noticias
falsas.”) Además, hay que tomar en cuenta que ciertos grupos de
personas están más abiertos a recibir y difundir aún más ese tipo de
mensajes; por ejemplo, los grupos antivacunas, que han aprovechado el
miedo y la confusión para colar sus mensajes entre la población ansiosa
de obtener respuestas. Tanto así que 26% de los franceses y 50% de los

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estadounidenses dicen que no se pondrían la vacuna contra COVID-19 si
esta estuviese disponible; estas cifras son tan serias que la Organización
Mundial de la Salud (OMS) ha puesto a las dudas sobre las vacunas en
su lista de las 10 mayores amenazas para la salud mundial.

Por si esto fuera poco, el equipo del Dr. Quattrociocchi de la universidad
veneciana Ca’Foscari, revela que existe tanta información acerca del
nuevo coronavirus que es muy fácil que cualquier persona encuentre
noticias o videos que confirmen sus propios prejuicios por más
disparatados que parezcan. En otras palabras, tengas la idea que
tengas, vas a encontrar información que te respalde. La Organización
Mundial de la Salud (OMS) se refiere a este fenómeno como infodemia,
la cual está propiciada por la capacidad de comunicación que brindan el
internet y las redes sociales (para saber más del tema puedes leer en
Cienciorama "La paradoja de la amistad").

Otro aspecto interesante de la infodemia es que, según expertos de las
universidades de Washington y California, EUA, al inicio de la pandemia
la información que circulaba no era falsa; sin embargo, el público hacía
preguntas para las cuales aún no había respuestas, por ejemplo, la
proporción de personas que fallecían después de infectarse (tasa de
letalidad) o qué tan probable era infectarse (capacidad infectiva del
virus). Esto, junto con la honestidad de los científicos al reconocer que
no se conocía esa información, creó un vacío de certidumbre; es decir,
había demasiadas preguntas y muy pocas respuestas, lo que permitió
que entraran a escena todo tipo de personas sin la experiencia ni los
conocimientos necesarios a opinar sobre medicina, epidemiología,
evolución y demás.

Los políticos también han contribuido a derribar la confianza del público
en los científicos. Basta recordar que el secretario de Estado
estadounidense, Mike Pompeo, dio cabida a la posibilidad de que el
SARS-CoV-2 hubiese sido creado en un laboratorio durante una
conferencia, mientras que su jefe, el presidente Donald Trump, en algún

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momento sugirió inyectar microdosis de detergentes comerciales para
prevenir y/o eliminar la COVID-19, lo que trajo como consecuencia
decenas de intoxicaciones a lo largo de su país.

En 2014 las Dras. Susane Fiske y Cydney Dupree mostraron que tanto el
respeto como la confianza son determinantes para la credibilidad de un
comunicador. Esto puede llegar a ser un problema cuando pensamos en
los científicos como comunicadores, ya que en ese mismo estudio se
observa que el público (al menos el estadounidense) respeta el
conocimiento y la experiencia de los y las científicas, pero los percibe
como personas frías y no confía en ellos. Esto trae como resultado que
su credibilidad disminuya.

La pandemia nos recuerda constantemente que la muerte existe
En 1986, los psicólogos sociales Jeff Greenberg y Sheldon Solomon
desarrollaron la teoría del manejo del terror; que se refiere a que la
idea de la propia muerte intensifica las creencias esenciales de las
personas. En otras palabras, cuando “nos cae el veinte” de que un día
vamos a morir, tanto nuestros valores positivos como los negativos se
ven aumentados.

En el escenario de la pandemia, los pensamientos sobre nuestra propia
muerte se combinan con el aislamiento de la cuarentena. Esto tiene
consecuencias positivas para algunas personas, por ejemplo, quienes
practican la caridad se vuelvan inmensamente dadivosos, y negativas
para otras pues aumentan las expresiones racistas, xenofóbicas y de
avaricia, y se incrementa el odio. Estos fenómenos se reflejan en
acciones como las compras masivas de papel de baño y gel
desinfectante, ataques raciales especialmente dirigidos a los asiáticos,
muestras exacerbadas de aprecio o desprecio a los políticos o al
personal de salud, aumento de la violencia doméstica…

Desde el punto de vista psicológico, la pandemia resulta ser un
fenómeno interesantísimo. La teoría del manejo del terror señala que
cualquier cosa que nos recuerde nuestra propia e inevitable muerte

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(aunque no sea en un futuro cercano) desatará una serie de ideas y
acciones que tienen como objetivo reconfortarnos con la idea de
trascendencia; es decir, la de no dejar de existir del todo después de la
muerte. Esta trascendencia es distinta para cada persona, para algunos
se alcanza a través de los hijos o de la idea de una vida después de la
muerte o del trabajo, etc. Otra manera de alejar los pensamientos
fatalistas de nuestra mente es desencadenar actos defensivos como
pedir castigos más duros para los criminales, proponer mayores
recompensas a quienes consideramos héroes (por ejemplo, médicas o
enfermeros), o sentir más prejuicios en contra de otras religiones o
países, o gran simpatía por los políticos carismáticos.

Los constantes recordatorios de la muerte, que inconscientemente nos
esforzamos por alejar, hacen que nuestros mecanismos de distracción
surjan una y otra vez. Esto quiere decir que en vez de hacer de una
buena o mala acción algo ocasional para sentirnos mejor, la hacemos
norma de nuestro comportamiento. Además, la gente optimista tiende a
seguir las recomendaciones de las autoridades, mientras que aquellos
que son en gran medida pesimistas se van al extremo de la
desobediencia, lo cual evidentemente incluye no seguir las medidas
higiénicas ni de distancia y dudar de o desestimar las declaraciones de
los expertos (ver, por ejemplo la Referencia 10).

Por otro lado, el Dr. Mark Schaller de la Universidad de British Columbia
en Vancouver, Canadá, señala que un estudio realizado por su grupo de
trabajo, apunta a que cuando las personas están preocupadas por
contraer una enfermedad, tienden a preferir la compañía de personas
que consideran convencionales o tradicionales y a sentir una menor
afinidad por personas creativas o artísticas según su propio concepto, lo
cual podría traducirse en prejuicios como la xenofobia (odio a los
extranjeros).

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LAS TEORÍAS CONSPIRATIVAS O CONSPIRANÓICAS
La época de la información, ¿fortuna o desgracia?
Los humanos necesitamos la sensación de seguridad sobre lo que ocurre
a nuestro alrededor y sobre lo que pasará en el futuro. Esto, aunado a la
disponibilidad de información no verificada, nos hace blancos fáciles de
explicaciones que, vistas con un ojo crítico, son absurdas.
En esta época de la información, Facebook, Twitter, Instagram (figura 1)
y otras redes sociales nos bombardean constantemente con notas,
audios y videos; tanto así que a veces resulta difícil saber qué es verdad
y qué no. Esto da oportunidad a que información no confiable ni
verificable pase como auténtica y todo empeora cuando compartimos
ese tipo de notas con nuestra familia y amigos creyendo que con eso les
estamos haciendo un bien.

Figura 1. Las redes sociales juegan un papel crucial en la actual infodemia

¿Qué es la conspiranoia?
El curioso buscador de dudas urgentes de Fundéu BBVA (apoyado por la
Real Academia Española) nos dice que fue el sociólogo Enrique de
Vicente quien acuñó el término conspiranoia en 1989 a partir de las
palabras “conspiración” y “paranoia”. Éste se refiere a “la tendencia a

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interpretar determinados acontecimientos como fruto de una
conspiración”.

¿Qué dice la psicología sobre la creencia en este tipo de
explicaciones?

En entrevista con el Dr. Edgar Díaz, psicoterapeuta del Colegio
Iberoamericano de Estudios Existenciales y Humanistas, nos comenta
que los seres humanos nos distinguimos por poseer una imaginación
aparentemente ilimitada. Es gracias a que la evolución nos dotó de un
maravilloso cerebro que se han podido realizar impresionantes obras de
arte como el clásico de la literatura hispana, Don Quijote de la Mancha o
2001: Odisea del espacio. No obstante, esa misma imaginación puede
jugar en nuestra en contra, al llevarnos a fabricar y creer verdaderas
explicaciones fantasiosas.

Las teorías conspirativas sobre la pandemia de COVID-19

Todos nosotros hemos leído o escuchado al menos una explicación de la
pandemia actual que parecería más el guión de una película de ciencia
ficción que algo proveniente de una investigación científica o
periodística seria. Los ejemplos sobran: la extracción de líquido sinovial
(“líquido de rodillas”, ver noticia #854 de Cienciorama "El valor de una
rodilla") por parte del personal médico con fines comerciales; la
instalación de antenas de internet 5G para dispersar el SARS-CoV-2 o la
creación del virus en un laboratorio de los gobiernos chino o
estadounidense con el objetivo de mermar el poder geopolítico de su
rival.

La psicología desenmascara las teorías conspirativas
Analicemos una de las declaraciones más ampliamente difundidas en los
últimos meses: “La vacuna contra la COVID-19 contendrá un microchip
que permitiría controlar a los seres humanos.”. Este es un ejemplo de
teoría conspirativa y su característica principal es que se fundamenta
en la paranoia al sostener que un ente poderoso (persona, organización
o grupo), por ejemplo, el gobierno, pretende perseguir a los ciudadanos
para tomar control de su comportamiento.

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Figura 2. La psicología lleva muchos años analizando el origen de las teorías
conspirativas y nos ofrece explicaciones sobre la mente de las personas que las crean.

El Dr. Díaz nos explica que la persona que imaginó esta teoría es alguien
que podría estar comportándose de manera ilegal o inmoral, dado que
siente que es perseguida y que alguien desea controlarla porque se está
“portando mal” o porque una o varias de sus ideas son contrarias a la
autoridad (figura 2). Esta autoridad podría ser el presidente de cualquier
país, los dirigentes de alguna compañía trasnacional, el representante
de alguna organización como la ONU o la OMS o los propios médicos. Por
lo tanto, la difusión de sus ideas tendría el objetivo de producir
desconfianza en alguna autoridad de una manera injustificada y por
ejemplo en el último caso da lugar a que alguien se negara a recibir un
tratameindo médico poniendo en peligro su salud y posiblemente su
vida.

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El que no conoce su pasado, está condenado a repetirlo
Si no conocemos la historia, es fácil pensar que esta pandemia es lo
peor que le ha pasado a la humanidad y, a partir de esta intuición,
desarrollar todo tipo de teorías conspirativas.

De acuerdo con la iniciativa “Coronavirus Dashbord”, uno de los sitios
con estadísticas mundiales más actualizadas y confiables sobre la
COVID-19, al día 13 de julio de 2020 habían 13.1 millones de casos
confirmados y más de 570,000 muertes causadas por esta enfermedad.
Ciertamente son cifras impresionantes; sin embargo, si volteamos a
mirar la gran pandemia de 1918 nos daremos cuenta de que estamos
muy lejos de sus proporciones. En esa ocasión el brote de gripe
comenzó en Estados Unidos y se extendió prácticamente al resto del
mundo. Algunos cálculos señalan que entre 1918 y 1920 murieron al
menos 50 millones de personas por esta causa. Para que la mortalidad
provocada por la presente pandemia resulte equiparable, habría de
cobrar la vida de alrededor de 210 millones de personas en dos años (el
equivalente a la población actual de Brasil), cifra que, por fortuna,
parece muy difícil de alcanzar. Hasta este punto las muertes
confirmadas por COVID-19 representan 6.5 casos por cada 100,000
miembros de la población mundial.

Es importante resaltar que durante la pandemia de 1918 los médicos no
estaban seguros de si el agente causal era una bacteria o un virus, baste
decir que apenas 3 años antes se supo de la existencia de los primeros
virus, los bacteriófagos (para saber un poco más de historia de los virus
puedes leer en Cienciorama “¡Científico! ¡Hay un virus en mi ciencia!”).
Mucho menos existían las herramientas moleculares para modificarlos,
pues la estructura del ADN no sería descubierta sino hasta más de 30
años después, en 1952, gracias a la famosa fotografía 51 de Rosalind
Franklin (Figura 3).

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Figura 3. La Dra. Rosalind Franklin, quien en 1952 capturó la imagen que está a su
derecha, la famosa fotografía 51, crucial para el descubrimiento de la estructura del

ADN. A pesar de la importancia del hallazgo, la Dra. Franklin no recibió en vida
reconocimiento por sus aportaciones a la ciencia y siempre fue relegada del trabajo de
sus colegas hombres, tanto así que Watson, Crick y Wilkins ganaron el premio Nobel en
1962 por esta aportación, mientras que ella murió cuatro años antes luchando por un

trato igualitario en su institución de adscripción, el Birkbeck College.

Si tomamos estos hechos en consideración, resulta claro que no es
necesaria una modificación artificial para que naturalmente surjan virus
con potencial pandémico. Además, el SARS-CoV-2 no está ni cerca de
ser el virus con la mayor letalidad conocida; mucho más arriba en la
escala están los virus de la viruela, el ébola y, por supuesto, el virus de
Marburgo, identificado por primera vez en 1967 luego de brotes en
Belgrado (Serbia), Frankfurt y Marburgo (Alemania); este virus puede ser
fatal hasta en el 80% de los casos.

De hecho, cada epidemia ha tenido sus propias teorías de conspiración.
En el caso de la peste bubónica de la década de 1340, se dijo que los

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judíos habían envenenado los pozos de agua como parte de su plan
diabólico de dominación mundial. Durante la gripe de 1918 se dieron
explicaciones que involucraban al Estado alemán y el diseño de un
veneno. El mismo VIH ha sido objeto de conspiranoia al difundirse un
supuesto plan de Estados Unidos para utilizarlo como arma biológica. En
fin, esto no es algo nuevo.

¿Y qué hago para no caer en teorías conspirativas?
No necesitamos toda la sabiduría del mundo para protegernos de la
conspiranoia, sólo requerimos usar nuestro cerebro para pensar con
lógica y consultar información que venga de personas expertas y
confiables.

Para lograr lo primero, debemos plantearnos el tipo de preguntas que
nos hacíamos cuando éramos niños. En el ejemplo del microchip en la
vacuna, podemos preguntarnos: ¿un microchip cabe en la aguja de una
jeringa?, las vacunas son líquidos transparentes, ¿no se vería el
microchip?; suponiendo que el microchip se inyectara en la sangre,
¿cómo sabría donde instalarse y cómo llegaría hasta ahí?, y suponiendo
que lograra llegar, ¿de dónde tomaría la corriente eléctrica que necesita
para funcionar? Si la persona que nos comparte la teoría no puede
responder este tipo de preguntas, lo más probable es que esa
información no sea veraz y sólo sea producto de la imaginación de
alguien más.

En cuanto a consultar información confiable, hay muchos sitos que, sin
ser de carácter técnico, cuentan entre sus colaboradores a expertos y
expertas con formación en el tema del que hablan. Estas páginas usan
un lenguaje claro y fácil de entender, además de mostrar las fuentes
académicas y científicas que sustentan la información que presentan.
Por supuesto, Cienciorama es una de esas iniciativas, también la revista
¿Cómo ves?, aunque hay otros ejemplos como los sitios dirigidos al
público general de la OMS y de la UNESCO, canales de YouTube como
Curiosamente o ASAPscience. Ten en cuenta que estos proyectos nunca
te dirán cosas como “lo que el gobierno no quiere que sepas es…” ni

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mencionarán a supuestas sociedades secretas como los iluminati para
culparlos de los hechos.

¡Recordemos que la clave es reflexionar y hacer preguntas, preguntas y
más preguntas!

Referencias

1. “Acceso libre para facilitar la investigación e información sobre COVID-19”;
UNESCO; https://rb.gy/v6gixv

2. “Conspiranoia, término válido”; Fundéu BBVA; https://rb.gy/oscnj8
3. “Las malignas antenas 5G, el carísimo líquido de rodillas y la creación del SARS-

CoV-2…o… ¿Qué son las teorías de la conspiración y cómo podemos evitar caer en
ellas?; Díaz-Alvarez L y cols; La Pandemia de la Desinformación; https://rb.gy/pidrc1
4. “Coronavirus, sida y peste: enfermedades y teorías de conspiración”; Forbes
México; https://rb.gy/rhqopa
5. “The epic battle against coronavirus misinformation and conspiracy theories“; Ball P y
MaxmenA; Nature; https://rb.gy/spgk4x
6. Coronavirus Dashbord; https://ncov2019.live/data
7. “El caso de Rosalind Franklin”; Mujeres con ciencia; https://rb.gy/obnnwr
8. “Spanish flu: Nursing during history’s deadliest pandemic “; Florence Nightingale
Museum; https://rb.gy/nfflgy
9. “The 12 deadliest viruses on Earth“; Harding A y Lanese N ; Live Science;
https://rb.gy/dm2tgy
10. “Gaining audiences' trust and respect about science“; Fiske T Dupree C;
Proceedings of the National Academy of Sciences; https://rb.gy/vn47jm
11. “Coronavirus reminds you of death – and amplifies your core values. Both bad and
good“; Greenberg J y Solomon S; The Conversation; https://rb.gy/kutimh
12. “Just 50% of Americans plan to get a COVID-19 vaccine. Here’s how to win over the
rest”; Cornwall W; Science; https://rb.gy/9ijqkk
13. “The fear of coronavirus is changing our psychology”; Robson D; BBC Future;
https://rb.gy/riyke1
14. Figura 1 https://www.freepik.com/free-photos-vectors/technology

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