The words you are searching are inside this book. To get more targeted content, please make full-text search by clicking here.
Discover the best professional documents and content resources in AnyFlip Document Base.
Search
Published by Libros digitales, 2019-10-15 15:54:22

XII CONCURSO DE CUENTOS 2019

XII CONCURSO DE CUENTOS 2019

2019

Tanto el Concurso como esta publicación, contaron con el apoyo de:

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

2019

Este libro es una iniciativa gestionada a través
del Sello Ediciones Universitarias de la UCN, del
Departamento de Extensión Cultural - Dirección
General de Vinculación con el Medio.
Registro de Propiedad Intelectual:
ISBN:

PRSENTACIÓN 5
8
PRÓLOGO
13
Cuentos ganadores 25
35
Los Canarios 47
Primer Lugar 59
Felipe Trigo 73

Actitud Positiva
Segundo Lugar
Tomás Piñones

El Otro Milagro
Tercer Lugar
Edwald Meyer

Laura
Primera Mención Honrosa
Arlette Ibarra

Williamson
Segunda Mención Honrosa
Jesús Perdomo

El Gato de la Esquina
Premio Revelación
Benjamín Zenteno Flores

3

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

4

PRESENTACIÓN

Cumplir 27 años otorgando espacio a la creatividad, es el principal logro de esta
iniciativa cultural que, a medida que crece en tiempo, suma participantes, agrega historias
y concita el interés de las mentes creadoras del norte del país, cuyas plumas alimentan
nuestra identidad literaria.
Desde la Universidad Católica del Norte, y gracias al apoyo de Antofagasta Minerals,
Biblioteca Regional de Antofagasta, Diario El Mercurio de Antofagasta y el Ministerio
de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, a través de la Ley de Donaciones Culturales,
podemos continuar con esta convocatoria abierta a la comunidad, desde donde nos llegan
cientos de propuestas de escritores con trayectoria, así como de nuevos valores en las
letras.
En esta versión crecimos en innovación y en aporte a la comunidad, ofreciendo
diez talleres de iniciación a la escritura bajo el objetivo de dejar capacidades instaladas,
principalmente en quienes quisieran contar con más herramientas a la hora de escribir
un cuento. La respuesta fue más que positiva, ya que los cupos se agotaron en medio del
interés por aprender y mejorar las técnicas de la escritura creativa que dictamos en el
Campus Universitario y en la Biblioteca Regional.
El camino recorrido nos complace en satisfacciones, por cuanto nos hemos
consolidado como el Concurso Literario más importante del área geográfica que
comprende, siendo cuna de ilustres escritores de la talla de Hernán Rivera Letelier, Patricio
Jara e Iván Ávila.
Nuestro compromiso crece en sociedad con estos actores que hacen suya la tarea
de incentivar y alentar el trabajo creador de los escritores nuevos y experimentados que
habitan este territorio, viendo nacer a nuevas generaciones en las letras y brindando una
oportunidad para compartirlas con el resto del mundo.

5

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo
Deseamos continuar ofreciendo esta oportunidad mediante esta publicación
que recoge los trabajos ganadores en esta versión, como el producto de una instancia
destacada en la agenda cultural de las regiones del norte de Chile. Y nuestro nuevo desafío
se enfocará en ampliar los talleres de escritura que tanta adherencia reflejaron, por lo
que instamos a los actores colaboradores a continuar en esta sociedad que nos permite
sostener esta iniciativa.
Es así que esta XXII versión no significa un libro más para el Sello Ediciones
Universitarias de la UCN, sino que constituye la certeza de haber contribuido al desarrollo
de la literatura, generando un medio válido y eficaz para canalizar las inquietudes de
tantos escritores que han visto en este certamen literario un espacio serio de creación y
desarrollo, por tanto, una inmejorable oportunidad de vinculación con la comunidad.

Sergio Alfaro Malatesta
Director General

Dirección General de Vinculación con el Medio
Universidad Católica del Norte

6

7

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

PRÓLOGO

La cita se ha cumplido; luego de una transición de tres años, desde la realización
de la edición pasada a ésta, la Universidad Católica del Norte, a través de su Departamento
de Extensión Cultura de la Dirección General de Vinculación con el Medio, convocó a
participar en la XXII versión del Concurso de Cuentos para Escritores entre las Regiones
de Arica y Parinacota y Coquimbo. Y la comunidad respondió, siempre atenta a esta
celebración de las letras que es ya una tradición en la macro zona norte de Chile, abriendo
de nuevo este espacio para la creación literaria, que es una de las posibilidades de contacto
entre lo que por dentro bulle y el entorno.
Por ello, es ya un motivo de celebración en sí mismo destacar que para esta XXII
edición, el número de cuentos recibidos aumentó. En cuanto a la procedencia, de los casi
150 textos recibidos, la mayoría corresponden a Antofagasta, La Serena y Coquimbo,
pero hubo una mayor participación que en versiones anteriores de lugares como Arica,
Tocopilla y Ovalle.
En este punto hay que destacar que, entre una versión y otra, la UCN realizó una
importante labor de continuidad por parte de los organizadores de este concurso, tanto
con una difusión más amplia e intensa, como con la implementación de talleres de creación
literaria dictados por las escritoras Ma. Constanza Castro y Leslie Prieto, y coordinados
por Pamela Ossa.
Luego de la selección de los cuentos recibidos que cumplen con las bases: entre
otros puntos, que sea un escrito original, inédito, que respete la extensión, edad del autor
(para Premio Revelación); se procedió a convocar al jurado que para esta edición estuvo
conformado por Patricia Bennett, profesora antofagastina y miembro de la Academia
Chilena de la Lengua; Víctor Toloza, periodista y director de El Mercurio de Antofagasta;
Rosa Salas, periodista y encargada de Relaciones Institucionales de Antofagasta Minerals;
Carlos Díaz, periodista y académico de la UCN; y, quien esto escribe, Ericka Castellanos,
filóloga clásica y académica UCN.

8

Para nosotros, como profesionales ligados por gusto y vocación a las letras, siempre
es grato acudir al llamado de experiencias como ésta, que son punto de encuentro para
colegas que interactúan en un clima de cordialidad y respeto recíproco, en una labor que,
por más dicho que esté no pierde su verdad, es compleja y que implica un proceso de atenta
lectura personal, por parte de cada integrante del jurado, posteriormente la preselección
y la discusión conjunta de los textos que nos son entregados; y, por último, la etapa de
selección en la que se da una intensa argumentación que llega a veces incluso al debate, y
más aún en la elección final de los cuentos ganadores.
Para ello, y debido a que hay más de una definición de cuento, punto de partida
esencial para la labor de quienes elegirán ganadores en un Concurso de Cuentos, desde la
primera reunión del jurado con la comisión organizadora, se tomó la decisión de plantear
como criterio definitorio del concurso (y de la selección de los cuentos ganadores) lo
expresado en “Algunos aspectos del cuento” por Julio Cortázar, ya que es ésta una definición
normalizada y aceptada ampliamente. (Asimismo, fue considerada la corrección en la
forma, aunque no como criterio excluyente.)
La temática de los cuentos recibidos para esta edición fue variada; no obstante,
destacaron historias ligadas a la región de origen o de residencia de los autores, con sus
entornos geográficos y de costumbres muy definidos (la pampa y el desierto, por ejemplo),
así como temas relativos a la Naturaleza, con presencia o alusión real o metafórica a la
flora (el roble, las flores azules, la flor…) o a la fauna (paloma, camarón, canario…), o,
más específico aún, a los insectos (polilla, cigarra, bicho, pulga…). Y, entre todo ello, lo
humano: personajes con nombre propio (Katherine, Laura, Miguel, Benjamín…), y los
que son también representativos de otros que coexisten con el anonimato.
En nuestra lectura, como jurado, pudimos adentrarnos en historias muy personales
que cuentan lo que es relevante desde la mirada de quien escribe. Textos que van más
allá, y no sólo cuentan también confiesan, delatan, denuncian.... En diversas historias
la esperanza busca un espacio entre las letras para que lo que dicen no se pierda en el
olvido. El valor catártico de la escritura queda de manifiesto una vez más, reiterando su
relevancia no sólo como ejercicio íntimo, individual, sino colectivo. Destacaron relatos
de este tipo pero que al no ser cuentos, en el sentido antes dicho, no fueron considerados
para ser premiados. Sin embargo, queremos hacer un reconocimiento a sus autores, y
una invitación a que sus historias no se silencien, pero que sean expresadas dentro de un
marco cuentístico, motivo y motor de este concurso.
De manera general, podemos decir que hay significativas muestras de talento y
escuela literaria en algunos de los cuentos recibidos, cuidados en la forma y trabajados
en el estilo, pero también es oportuno mencionar que hay otros en los que aparecen
deficiencias ortográficas y de redacción, y aspectos literarios que aún pueden pulirse más.

9

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

***
Como jurado, lo reiteramos, fue compleja labor la de decidir, sin duda. Toda elección implica
también lo que no se elige. Pero fue asimismo una gran oportunidad de acercamiento,
como lectores privilegiados, a las obras de quienes, noveles o de amplia experiencia en el
mundo literario, las (ex)ponen, no sólo a la lectura sino a la evaluación y a la posibilidad
de ser declarados ganadores.
Premio REVELACIÓN
Aunque el número de cuentos enviados para participar en la categoría Revelación
(que incluye a autores entre 13 y 18 años) fue menor que en versiones anteriores, hubo
merecedor de PRIMER LUGAR que corresponde al cuento “El gato de la esquina” de
Benjamín Zenteno, joven antofagastino de 15 años, que presentó una historia que se
percibe muy cercana a su autor, y que destacó entre las de su categoría, con buen estilo
narrativo que, sin duda, puede seguir mejorando, especialmente si cuida aspectos como
la excesiva adjetivación, la anticipación en la trama, que la llega a tornar predecible, y la
extensión innecesariamente larga.
El SEGUNDO PREMIO de la categoría Revelación fue declarado desierto.
Cuentos ganadores, XXII Concurso de Escritores
El PRIMER LUGAR de esta edición se otorgó al cuento titulado “Los canarios”
del escritor antofagastino Felipe Trigo. Este cuento, pulcra y cuidadosamente escrito, se
caracteriza por el buen manejo de la tensión narrativa y el rimo interior como elementos
estructuradores, los que van uniéndose gradualmente para alcanzar su máximo valor
significativo en el esperpéntico remate de la narración. La abundancia de guiños, junto
con la (re)creación la atmósfera requerida, cobra relevancia en la necesaria e interesante
relectura del cuento, cuyo cierre difícilmente deja indiferente al lector.
El SEGUNDO LUGAR lo obtuvo el autor coquimbano Tomás Piñones con su
cuento “Actitud positiva”, que se destaca por el buen manejo de una voz narrativa que entra
en el pensamiento de la protagonista para explorarlo. El narrador genera una fluctuación y
contrapunto entre los dos escenarios propuestos: el mundo interior de la protagonista y el
mundo exterior en que acciona. Especie de monólogo muy interesante con un ritmo bien
llevado que mantiene la atención constante hasta su inesperado cierre.
El TERCER LUGAR fue para Edwald Meyer, abogado, y su cuento “El otro
milagro” en el cual se nota un buen manejo del lenguaje. Se recurre a los metatextos y
la intertextualidad, a ratos excesiva, para crear un lenguaje que habla del cuento y sus
referencias, de la relación de la vida y la escritura. La inclusión de la banda sonora es uno

10

de los logros que le da frescura al relato y personaliza la aridez metalingüística. En ese
especial ambiente, los intertextos tienen más realidad que las personas, y la reescritura de
la obra es la reescritura de la vida, no exenta de reflexiones filosóficas.
En la categoría general, la decisión del jurado fue otorgar dos menciones honrosas.
MENCIÓN HONROSA, PRIMERA
La Primera Mención Honrosa fue para Arlette Ibarra, actriz y dramaturga, que en
su cuento “Laura” presenta, con una voz de intensidad femenina, un atractivo y poético
tratamiento para un antiguo tema local y su entorno nortino. En sus letras destaca la
especial profundidad y la calidad en el tratamiento del personaje y en los cortes narrativos
de la acción, que por momentos nos acercan al lenguaje escénico.
MENCIÓN HONROSA, SEGUNDA
Jesús Perdomo, joven colombiano residente en Antofagasta, se hizo acreedor a la
Segunda Mención Honrosa con su cuento “Williamson”, en el que destaca por su capacidad
para crear un lenguaje lleno de cadencias que acompañan la voz del narrador, y que, en
ocasiones, despierta imágenes visuales muy logradas. La ironía y el humor soterrado
van configurando la narración que da los indicios de la proximidad de un quiebre en el
relato. No obstante, la excesiva extensión de los pasajes conspira contra el cuento y le resta
significación al remate.

***
Con la misión cumplida, invitamos a los lectores a recorrer estas páginas que
lo llevarán a entornos diversos, en los que podrán encontrarse quizás de una y diversas
maneras. E invitamos también, como en la edición pasada, a que den vida a sus letras y
las transformen en una de las futuras historias que, surgidas entre las regiones de Arica
y Parinacota, y Coquimbo, sigan nutriendo este concurso de cuentos de tan larga data, y
profunda tradición. (¡Manos a la obra!)

Ericka Castellanos Moreno
Presidente del Jurado

11

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

LOS CANARIOS
Cuento Ganador

Primer Lugar
Felipe Trigo

13

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

Felipe Trigo, antofagastino. Ha obtenido el primer
lugar de poesía en el concurso artístico literario de
Antofagasta: Juventud Creativa (2014). Tercer lugar en
el concurso nacional de cuentos: Cuentos de la Pampa
(2014), Antofagasta. Fue semifinalista en el II Concurso
Internacional de Poesía Paralelo Cero, en el Ecuador
(2014). Al año siguiente gana el primer lugar de poesía en
el concurso literario regional Desértica-mente, Palabras de
Mar y Sol (2015).

14

LOS CANARIOS

El dueño me había dicho que la casa fue de su madre y que hace tiempo la había recibido
en herencia. También comentó que vivía en el último piso —que era el cuarto— junto
con los canarios que habían sido de ella, y que “naturalmente seguía cuidando” a manera
de conservar un recuerdo vivo. Por lo que con el tiempo se propuso arrendar los pisos
inferiores, que fue uno al de los cuales yo llegué a vivir. Antes me pidió como favor, que
en realidad era una condición, que precisamente yo no me fuera a molestar por aquello de
vivir con los canarios. De manera que acepté, no siendo para mí en absoluto molestia. In-
cluso quise comprometerle mi ayuda. A lo que él se negó tajantemente, sólo por no querer
aprovecharse de mi buena voluntad.

El dueño era un hombre pequeño de ojos redondos y vivos, que siempre vestía
un gran abrigo largo que le llegaba hasta los pies, cosa que le daba un aire esponjoso
y regordete. Y aunque se expresaba totalmente animoso, a mí me daba la impresión de
que se sentía nervioso y cansado. Pero quizá sólo eran sus mechas amarillentas y duras,
peinadas hacia atrás, las que me causaban algún tipo de impresión. De las veces que lo
había visto, tuve la idea de que su única dedicación, además de los canarios, era cuidar el
jardín que estaba en el patio de la casa, y que yo también podía ver desde mi habitación
en el primer piso.

Recuerdo que una tarde calurosa salí al jardín y prendí un cigarrillo —yo fumaba
bastante— porque me había dado ánimo de distraerme en algunos sucesos del día, y por
eso sentí que aquel ámbito de tranquilidad me ayudaría a resolver las ideas enmarañadas.
Entonces me puse a dar fumadas mientras paseaba por el jardín, que era luminoso, y fue
en eso cuando vi que unas enredaderas trepaban por todo el muro del edificio metiéndose
por las ventanas del último piso. Como quise entender que los pájaros no pueden vivir sin
plantas, dejó de parecerme extraño. De pronto apareció el dueño —siempre lo hacía de
pronto— y charlamos un momento. Traía una caja bajo el brazo, agujereada y sellada por
todos los bordes de la tapa. Entre otras cosas me contó por qué se vio en la necesidad de

15

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

negociar con los otros pisos. Me comentó también que yo era “el primer inquilino que ha
llegado en mucho tiempo”, y otras cosas más que no recuerdo. A pesar de todo yo terminé
entendiendo que, en contra de su gusto, los arriendos le permitían vivir sin desligarse del
asunto de los canarios.

Creo haberle ofrecido otra vez mi ayuda, a lo que nuevamente él se negó con un
gesto casi de compasión y al final terminó preguntándome si es que todo iba bien. Yo sólo
le confesé —y éste fue uno de los pensamientos que me venía revolviendo las ideas—
haberme extrañado por no oír a los canarios en ningún momento, pensando en qué tipo
de molestias podrían causar si en realidad no se sentían. “No se preocupe”, me respondió,
porque “con el tiempo ya se han acostumbraron a la oscuridad y al silencio, razón por la
cual difícilmente usted pueda oírlos cantar o alborotarse”. Pude comprobar, sin embar-
go, que a causa de su actitud nerviosa de siempre, el dueño parecía modular con trabajo.
Como si masticara las palabras antes de soltarlas, acción que complicaba la gesticulación
de sus mejillas causando que unas pequeñas arrugas se fueran anudando sobre sus labios.
De todas formas me tranquilizó diciéndome que con la comida bastaba para que los ca-
narios estuvieran bien —dándole unos golpecitos a la caja— y que yo podía sentirme
definitivamente en paz.

Otra noche que yo me había hecho a la idea de que en realidad los canarios eran
un invento del dueño —quién sabe para hacerme creer qué cosa—, fue cuando pasó que
los escuché. Como era la primera vez que los oía, no pude adivinar si es que efectiva-
mente cantaban. O al menos esa fue mi impresión. Porque era una especie de silbido que
a momentos se iba confundiendo con un débil murmullo. Provenían de algún lugar de la
casa —claramente pude haber determinado que desde el piso del dueño— pero cuando
intenté saberlo, el dueño se aproximó a pasos difíciles por las escaleras, pasó frente a mi
puerta y siguió en dirección al patio.

Me extrañó haberlo escuchado hablar solo y alegar como para sí mismo. Entonces
por la ventana pude ver que en el jardín se había puesto a recoger ramas secas que comen-

16

zó a juntar bajo el brazo. Lo hacía hábilmente —contrario a su complexión física— y creo
que vi que logró hacer un par de saltitos a medida que se iba moviendo de un lado para
otro. Cuando tuvo un buen montón, volvió a meterse a la casa y subió de la misma forma
cansada como había bajado. Creo que quise hilar algunas impresiones que se me habían
vuelto confusas, pero terminé por apagar el cigarrillo y me dormí otra vez pensando en
los canarios y en aquella situación.

Desde esa noche en que había escuchado a los canarios, yo noté que el dueño an-
daba todavía más nervioso de lo común. Me lo había topado algunas veces, pero siempre
parecía apurado por hacer algo. Y quizá hasta había olvidado que yo le mencioné tener el
pago del primer mes de arriendo. Se notaba agitado y hasta había dejado de lado el jar-
dín, porque sólo se limitaba a visitarlo para juntar hojas y ramas que acarreaba de vuelta
a su piso. También sus saludos eran desinteresados, como si adivinara que yo lo fuera a
incomodar con mis preguntas. Mientras pensaba eso y otras cosas, yo me había apoyado
junto a mi puerta y ya había prendido el segundo cigarrillo. Entonces apareció el dueño.
Llegó desde la calle, entrando por el zaguán angosto y bien iluminado que dirigía a las
escaleras del edificio. Se veía igual que siempre, sólo que en esos días había estado usan-
do un sombrerito para cubrirse las mechas, que a mi parecer le habían crecido bastante
en poco tiempo. Traía otra vez la cajita bajo el brazo y al verme pareció incomodarse. Lo
saludé y quizá él se esforzó en contestarme sin parecer desconsiderado. A modo de saber
qué pudo haber sido —curiosidad innecesaria—, quise explicarle mi idea sobre lo que yo
escuché esa noche, le di mi punto de vista sobre lo del cuchicheo y le comenté largamente
mi impresión sobre lo extraño que me resultó que “los canarios cantaran de esta o aque-
lla forma”. En eso, ya visiblemente irritado y como queriendo recriminarme por algo, el
dueño pareció tomar bastante aire y pestañeó rápidamente.

—¿¡Podría usted hacer el favor de… apagar el cigarrillo!? —ordenó, redondeando
su boca.

Luego se oyó un débil silbido que lo hizo encoger sus labios, a la vez que sus

17

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

pupilas se dilataron hasta oscurecer completamente sus ojos. Como ya se notaba bastan-
te acalorado —hasta la exasperación—, llegué a sentirme nervioso. Entonces apagué el
cigarrillo contra una suela y casi sentí cómo aquel silbido parecía persistir dentro de su
pecho. Sin embargo, noté que luego se sintió profundamente irresponsable, porque me
miró con inocencia y sinceridad.

—Mire… disculpe —empezó cansado—, siéntase en su casa. Yo no quisiera mo-
lestarlo con mi actitud, pero los canarios se han estado inquietando y me estoy encar-
gando de ellos. Además —tosió— el humo de los cigarrillos no les agrada y… Bueno,
bueno… ¿Me entiende usted?

Luego, sin otro tipo de formalidad —pero más tranquilo e insistiendo que yo esta-
ba en mi casa—, se despidió perdiéndose escaleras arriba. Y recuerdo haber pensado que
de verdad los canarios hayan podido ser sensibles al humo de los cigarrillos.

Pero ahora, entre todos los hechos que después me fue posible clarificar, describi-
ré sólo los menos confusos. Acaso porque entre la maraña de mis recuerdos hay algunos
que pudieran caer en contradicciones.

A la noche siguiente ocurrió que yo me había dormido amargado por una extraña
desilusión o un sentimiento parecido. Por eso, como cualquier sobresalto me arrebataba
el sueño, me desperté al oír muy cerca de mi puerta el canto de un canario. De primera
—y presintiendo la actitud del dueño— no quise hacer nada. Pero como el silbido persis-
tía, tuve la necesidad de saber qué era. Cuando me abrigué para abrir la puerta, pasó que
encontré a un pequeño canario a mis pies. Tenía su plumaje amarillento y descuidado.
Al principio estaba quieto, pero al verme comenzó a dar saltos queriendo escapar. Quizá
llevaba algún tiempo allí, si mucho o no, tampoco tuve cómo saberlo. De todas formas no
recuerdo qué impresiones tuve.

18

Cuando lo tomé, su canto fue aún más débil y pude saber que estaba herido porque
una costra de sangre había inmovilizado una de sus alas. Terminé por imaginar que lo más
parecido a su herida podría ser algo como un mordisco. Entonces cuando lo protegí entre
mis manos sentí que era como un corazón vivo y caliente que se agitaba a cada suspiro,
mirándome con unos ojos redondos y húmedos que me hicieron pensar en los del dueño.
Giraba su cabeza como para encontrarme la vista, y cuando quise guardarlo en un bolsillo
—si acaso se sintiera protegido— se aferró a mi piel sin querer soltarla. Pensé que nunca
había sentido el miedo de un animal, o quizá nunca había imaginado que los animales
sintieran tal miedo.

Entonces me dispuse a entregárselo al dueño. Sentí que, aunque yo quería no
volver a molestarlo, de verdad tendría que hacerlo. Sin embargo, no quise llevarlo ense-
guida. Acaricié al canarito un momento y pareció tranquilizarse. Pero siempre que quería
guardarlo en mi chaqueta comenzaba a agitarse, y otra vez yo sentía aquel corazón vivo
latir. Por eso lo mantuve entre mis dos manos —a manera de nuez— y lo apoyé sobre mi
pecho.

Me pregunté si es que la ausencia del canario habría alterado todavía más al due-
ño. Y de pronto sentí el ánimo —muy sincero— de querer hablarle como a un amigo.
Porque también imaginé que llevar aquella vida —de soledad en un apartamento— po-
dría llegar a poner triste a cualquiera. Por eso se me dibujó gratamente en la cabeza lo
que pensaba decirle: “¡Querido señor, mire... no, por favor, no lo sienta! Se ha escapado
uno de sus canarios y... está bien, está bien, no se disculpe. Yo también me alegro mucho
y…”. Cosas que a momentos desestimaba. Porque cuando uno considera relacionarse con
alguien y los afectos de vuelta son confusos, las cosas se terminan por convertir nada más
que en amarguras.

Creo que entonces, cuando empecé a subir las escaleras, me sentí seguro —acaso
por el desenlace que tendrían los acontecimientos— y quizá hasta estaba contento. Y aun-
que mis ideas no pudieron dar con el motivo por el que nunca me había dado por subir las

19

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

escaleras, ya había acomodado al pajarito contra mi pecho y él atinaba a mirarme como
con una actitud de agradecimiento. Al serpentear por el descanso del piso siguiente, mis
pasos provocaron que las tablas de los peldaños crujieran molestamente y, mientras más
seguía subiendo, más iba teniendo la idea de que los pisos superiores estaban en muy
mal estado; las paredes desteñidas por la mugre y el piso cubierto de una pátina espesa y
oscura. Me daba la impresión de que todo movimiento causaba algún eco que retumbaba
al llegar arriba. Creo que el canario hizo algún ruido y yo, como sintiéndome delatado,
intenté callarlo.

Cuando llegué al piso del dueño, tal fue mi impresión al ver que todo parecía en
completo abandono, que incluso sentí que el aire me llegaba como viciado por un hedor
a algo que no supe adivinar. Incluso creo haberme sobresaltado más de lo debido, porque
además las plantas se habían tomado gran parte del lugar y unas raíces oscuras y grasien-
tas—las que subían desde el jardín— corrían por los muros hasta entrar por la puerta del
apartamento, proviniendo desde dentro un murmullo similar al que había escuchado la
otra noche. Logré abrirla sólo a un impulso y sobre las repisas y muebles viejos, sillones
rotos y otros objetos desbaratados, se amontonaban cientos de nidos vacíos, quizá aban-
donados hace años atrás. De inmediato imaginé que eran de canarios y aunque estuve
seguro de cómo mis ideas fueron cuajando en una especie de temor, decidí contradecirlas.

Por alguna razón no me detuve. Seguí. Intentaba avanzar sin que mis pasos sona-
ran —el sudor me había comenzado a brotar desde la espalda—, y repentinamente desde
algún lugar aquel murmullo, antes indescifrable, se hizo de todas formas humano. “Se
irá… se irá pronto como los otros. Yo mismo me encargaré…”, recuerdo haber sostenido
la respiración mientras se me aclaraba en la mente la voz del dueño, “no se agite más,
tranquila… tranquila”. Entonces di un paso hacia el costado creyendo haber roto algo con
mis pies. Al mirar, estaba parado sobre una montonera de cascarones y restos de huesos;
pequeños y frágiles huesitos de canario. Tuve una sensación de náuseas, acentuada por
aquel hedor que se había vuelto más intenso. En eso tuve la decisión —luego me arrepentí
de aquel error— de llamar al dueño. Lo hice una o dos veces y mi voz se desvaneció al
llegar a las habitaciones del fondo. También, por un momento, dejó de oírse el ruido.

20

Seguí caminando. La mezcla de huesos y desechos de pájaro se extendía ahora por
todo el piso. El hedor a descomposición —en ese momento lo adiviné— provenía desde
allí, desde la última habitación, desde la que se colaba un resplandor de luz y en donde ha-
bía comenzado a oírse nuevamente la voz del dueño: “No es nada, ¿qué cosa? No se oyó
nada”, decía cuchicheando. Cuando finalmente me hallé frente al cuarto, sigilosamente
reaccioné a abrir la puerta. Entonces la náusea casi terminó por sofocarme.

El dueño estaba allí —el ámbito iluminado por una lámpara de débil luz— de pie
frente a una jaula de proporciones exageradas, oscura y sebosa. Dentro de ella, encorvado
sobre una cama de hojas y ramas secas, descansaba un ser con el aspecto de un canario;
unas protuberancias que le brotaban desde los brazos y el lomo le cubrían la piel a manera
de gruesas plumas. Sobre su rostro, que aún podía reconocerse humano, las arrugas que
se iban anudando hacia su boca acababan conformando una escara parecida a un pico.
El dueño acariciaba con especial cuidado al ser —ternura paradójica al morboso cuadro
total— mientras le iba dando en la boca los canarios, medio muertos, que alcanzaba desde
la caja y que el pájaro masticaba lentamente.

Creo haber hecho un quejido de espanto porque entonces aquel ser, lanzando un
chillido que se ahogó en la habitación, me buscó a espaldas del dueño, quien alertado,
pero también visiblemente sorprendido, apenas pudo articular unas palabras.

—¡Pero, usted…! ¿Cómo…? ¡¿Qué hace?! ¿¡Y eso!? —chilló el dueño, defor-
mando sus expresiones.

Entonces, seguramente paralizado por el horror, yo ignoré toda idea posible para
concebir aquella escena. De pronto, de una forma pesada y difícil, el dueño movió su
cuerpo —pude ver sus patas de canario— y avanzó hacia mí dando saltos por sobre un
charco de deshechos acumulados junto al ser. “¡Dámelo, es nuestro… Es nuestro canario!
¿¡Qué cree que hace!?… ¡Voy a…!”, siguió vociferando. Pero luego de un borboteo de

21

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo
saliva que le llenó la garganta, dejó escapar un silbido de canario, pero grave y estrepitoso
según su naturaleza repulsiva se lo permitió.

Creo que con mis últimas fuerzas salí de la habitación y mantuve un momento la
puerta firmemente entre mis manos. Lo volví a escuchar un par de veces silbando algo
inentendible. Entonces corrí tambaleándome hacia la entrada —distancia que me pareció
insalvable— y seguí como pude mientras el chillido, ahogándose en el fondo del lugar, se
convertía ahora en algo como un llanto doloroso y hasta casi amable.

—¡Regrese! ¡Por favor…! ¡Se lo suplico! —escuché que gritaba—. ¡Por favor, no
le cuente a nadie lo de mi madre!

Y, mientras corría, tropezando contra las escaleras y ahogándome en jadeos de
pánico, yo no supe si lo que sentía latir violentamente contra mi pecho, como un animal
vivo, era mi corazón o el pequeño canario todavía arrullado.

22

23

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

Actitud Positiva
Cuento Ganador

Segundo Lugar
Tomás Piñones

25

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

Tomás Piñones, nacido en 1990. Formalmente chileno,
profundamente coquimbano. Activista cola. Amplia expe-
riencia en el fracaso literario. Forma parte de Los Viaje-
ros del Mary Celeste, grupo de narrativa en La Serena y
Coquimbo que buscan potenciar este género a nivel local,
realizando talleres y publicaciones artesanales al alero del
Taller Editorial “Me Pego un Tiro”.

26

Actitud Positiva

Ves las llamas crecer y piensas que es surreal. Surreal. Te detienes en la palabra que tu
mente escogió para describir el momento, pero no en el hecho de que el fuego sigue cre-
ciendo. Ahí está, trepando por la pared que comparten con la casa vecina, asomándose
insolente por los rincones del cielo de la cocina, brillando entre las tablas viejas de esa
construcción endeble, arrastrándose por el entretecho hasta las habitaciones de tus com-
pañeros. Piensas que ahora sí, ahora sí que de ésta no te salvas, ahora sí que se pudrió
todo. Habría sido más fácil estar durmiendo, acurrucarse entre frazadas cada vez más
cálidas hasta que el monóxido de carbono entrara por tu nariz para mecerte en un sueño
sin retorno. No habrías tenido que asumir esta posición de sobreviviente, interpretar este
papel de heroína contra la adversidad. En lugar de esa pacífica salida, fue tu afán de co-
pucha lo que te levantó de tu procastinación al escuchar los gritos de niños. Los hijos del
imbécil de tu vecino chillan el nombre de su abuela, y tú piensas que verás un accidente
de auto, una caída en escalera, quizás un ataque cardíaco. Sales a tu patio, giras la cabeza
y la bodega del imbécil de tu vecino se vuelve una invitación para que tu cerebro busque
palabras que no usas nunca para ponerle un nombre a lo que ahora, sin preparación ni
aviso alguno, debes afrontar. Surreal.

Vives en un país que está marcado desde sus inicios por el signo de la fatalidad.
Creces repitiendo operaciones de emergencia en el colegio, con formaciones y roles de-
signados para huir de un edificio a punto de colapsar. Participas de simulacros masivos,
corriendo hacia zonas elevadas de una ciudad costera. A diferencia de otras infancias, que
se preparan para tiroteos en colegios o ataques de naciones enemigas, entiendes desde
pequeña que son los elementos de la naturaleza los que tienen más probabilidades de ma-
tarte. Después de cierta edad, añades a la lista de temblores y tsunamis, la de volcanes en
erupción. Luego te mudas a la capital y algunos ítems de esa lista se cambian por otros:
en lugar de lo avasallador de las olas, la velocidad de los virus extraños. La destrucción
exacerbada del volcán se cambia por la crueldad de una noche gélida sin refugio. Y de
pronto la lista vuelve a desplegarse como un papiro sórdido sobre tu vida, y te sientes
estúpida por no haber considerado nunca que morir quemada era una posibilidad real:

27

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

prendiste velas cuando tenías sexo con tu primer pololo, viviste dos años con una cocina
a gas defectuosa que a veces eructaba volutas de fuego bajo tu cara, te quedaste dormida
con cigarros en la mano después de carretear hasta el amanecer y hundirte en algún sillón.
Nunca el fuego pareció un peligro tan evidente como ahora, que observas con horror
cómo el humo se toma tranquilamente los espacios de la casa.

La ecuación completa es desesperanzadora: gritas preguntando al imbécil de tu
vecino si llamó a los bomberos, pero éste sólo atina a correr por su patio y responder
“¡Llámalos tú!”. Sostener el celular con una mano te impide sacar cosas grandes al patio,
y el constante tono de espera se te antoja como la banda sonora del fracaso. Estás sola en
una casa donde viven cinco personas y calculas que a la velocidad que te mueves nunca
sacarás las cosas de todos antes de que el fuego agarre todas las habitaciones. Piensas en
la manguera que tienen en el jardín, si acaso son suficientes o no los metros. Mientras
tomas una decisión, una voz interrumpe la banda sonora y te saluda con un “Bomberos,
buenas tardes”. No sabes qué decir en estas situaciones, así que te tragas el germen de
indignación y escándalo que estaba empezando a crecer en tu garganta por el tono des-
preocupado de la operadora y eliges gritar: “¡HAY UN INCENDIO, AYUDAAA!”. La
voz no modifica en lo más mínimo su tono y te pregunta por tu dirección y aunque pue-
des entender que es su trabajo, que debe ser mal pagado y que todas sus llamadas deben
empezar con gente gritando, te cuesta entender la falta de conmiseración en la entonación
que usa para lidiar con gente en emergencias. Conmiseración, piensas y ahí va tu cerebro
otra vez. Le gritas la dirección y ella te dice que van en camino. Los desastres naturales de
tu vida te enseñaron a no creer en llamadas a la calma. Cierras el celular y lo guardas en
tu bolsillo. Con ambas manos libres sacas un par de cosas más de la habitación que tiene
más humo: libros, una guitarra, ropa. Qué ridículo, piensas cuando ves las cosas tiradas en
el patio. Tu habitación está precisamente en el lado contrario de donde el fuego se trepa
por tu casa. Crees que tienes tiempo suficiente para sacar todas tus cosas, pero cuando en-
tras corriendo a buscarlas, te das cuenta que es tal el desorden que no puedes diferenciar
en pocos segundos las cosas esenciales de las que no lo son. La voz de tu madre te regaña,
aunque ella no esté allí.

28

Alguna vez quisiste ser una hippie viajera. Recuerdas haberlo dicho en voz alta,
haber revisado en internet el precio de una furgoneta como la de Scooby—Doo y tra-
zar mentalmente una ruta mirando mapas en Google. Pensabas que a cierta edad serías
así, una mujer trotamundos que viajaba con apenas lo suficiente para ser feliz, un novio
barbón y un perro. Tenías más claridad sobre el tipo de perro que sobre el tipo de novio.
Pero ahora esa edad había llegado y no tenías nada de eso. En su lugar, hay una multitud
de cosas apiladas en tu habitación que parecen esconderse cuando las buscas, cuando las
arrojas desesperada en una mochila de campamento que usaste apenas un par de veces.
No hay pelos de perro sobre ninguna prenda. No hay fotos con ningún novio para rescatar
del fuego. Te detienes. Te preguntas cómo llegaste a acumular tantas cosas en tan pocos
años. Te ríes nerviosa, y encuentras tranquilizador saber que al menos nadie te ve hacerlo.
Entonces tomas otra decisión y sales corriendo al patio.

Si esto tiene que suceder, que suceda. Te trepaste al techo por una pared y llevaste
la manguera agarrada con tu boca, chorreando agua por todas partes. Gateas por las te-
jas de esa casa en mal estado y cuando encuentras un punto seguro, te paras. Tienes una
manguera en tus manos. Eres una mujer adulta parada sobre un techo tratando de apagar
un incendio con una manguera de jardín. Desde esa altura, puedes ver perfectamente a la
gente acumularse frente a tu casa y gritar cosas ininteligibles. Supones que debes verte
muy ridícula. Distingues algunos chicos grabando con sus celulares: ahora estás a pasos
de convertirte en un meme, para bien o para mal. Tratas de enfocarte en el fuego. Lanzas
agua hacia el extremo de la casa que está pareada con los vecinos y casi puedes ver las
gotitas de agua bullir al contacto con esa fracción del techo. Ves al imbécil de tu vecino
agarrarse la cabeza en su patio y le gritas que insista con los bomberos. Él te grita de vuel-
ta: “¿Qué haces?”. Regar las flores del techo, piensas. No respondes. De pronto escuchas
las sirenas a lo lejos y ves las luces acercándose por la calle. El imbécil de tu vecino sale
corriendo hacia la calle y lo siguiente que ves es una llamarada particularmente grande
avanzar hacia tu posición: ahora sí. Ahora sí que sí.

Cuando alguien te pide monedas en la calle, lo normal es que no le des. Los igno-
ras. Te dices que al menos podrían hacer alguna gracia, como contar un chiste o hablar de

29

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

corrido. Te fastidian en especial las mujeres que piden dinero para comer con alguna frase
balbuceada de memoria. Te dan asco. No te consideras realmente mejor que ellas, pero te
sabes en una posición más ventajosa si llegara el caso. Tú jamás balbucearías estupideces,
ni entregarías calendarios de bolsillo con imágenes de dibujos animados a cambio de una
limosna. Para empezar, jamás necesitarías hacerlo. Tu capacidad de crédito es patética,
compartes gastos con otras cuatro personas porque no puedes costearte vivir sola, pero si
dejaras de trabajar un día, podrías soportar una temporada con el cinturón apretado. Cua-
tro meses sin sueldo te separan de vivir en la calle pero, así como estás equilibrada en un
techo, te has equilibrado toda tu vida independiente para no caer al precipicio económico.
Y, sin embargo, nunca previste la posibilidad de perder absolutamente todo. Un escenario
donde vivir al lado de un imbécil que conecta demasiadas cosas en su bodega, provoca
un incendio que quema tu casa y todo el desorden que te demoraste años en acumular, no
era la primera cosa que pasaba por tu cabeza cuando pensabas en el futuro. Pero ahora,
con el tejado crujiendo por todas partes, las vigas de tu entretecho convertidas en brasas
humeantes y las flamas asomándose por tus costados, piensas que sí, quizás ahora tengas
que vender calendarios con monitos en la calle. Quizás parches curitas. Piensas que eso
significa que algún día te encontrarás en la calle con los compañeros de una carrera que
nunca terminaste, y te preguntarán si eres tú y tú no sabrás qué responder. Ya no te van a
invitar a las fiestas familiares o si lo hacen, se asegurarán de esconder la comida para que
tu indigencia famélica no arrase con los platos de tus sobrinos. Vas a tener el bendito perro
de mascota, pero en verdad será una jauría, llenos de pulgas y pidiéndote un porcentaje
importante de cada pedazo de comida que llegue a tus manos. Quizás tengas un novio,
definitivamente barbón, pero con poco aseo en sus partes íntimas. Te resignarás a hacer
cucharita con él para no morir congelada en la noche invernal de esa ciudad. Y recordarás
la lista, deseando volver al número uno y que un terremoto haya derrumbado la casa de
tus padres sobre ti cuando eras pequeña.

Te sacan de tu ensoñación los gritos de los bomberos ante la estupidez supina de
tu vecino, incapaz de encontrar las llaves de la reja para dejarlos entrar. Cuando lo logra,
entiendes que no eres prioridad en el rescate: ya han dispuesto sus mangueras para apagar
la bodega incendiada, aislada en medio del patio del imbécil de tu vecino. Pero tú estás
sobre una casa en llamas sosteniendo una manguera de jardín y es una voluntaria muy

30

chiquita, en comparación a sus compañeros, la que lo nota. Le hace señas a su capitán y
apunta en tu dirección. Las cabezas de la compañía se vuelven hacia ti. Sus máscaras no
te dejan ver sus rostros, pero adivinas la expresión. Miras el fuego rodeándote a pesar de
que has estado regando el techo todo este tiempo. Qué inane, piensas.

Te bajas del techo a toda velocidad, te hieres una mano en el proceso y corres em-
papada hacia la reja para abrirles la puerta. Por fin entran los bomberos y apenas atinan a
pedir permiso. Se trepan al techo con hachas y mangueras. Se gritan cosas mientras arran-
can partes del tejado y apuntan sus chorros por todas las brasas del entretecho. Solamente
la voluntaria se detiene a tu lado y te felicita por el intento de frenar las flamas con la man-
guera. Le preguntas qué va a pasar ahora y no sabe qué responderte. Le gritan para que
lleve otra escalera y su figura pequeña corre a los carros y vuelve con una escalera que la
sobrepasa en diez veces su tamaño. Entras a la casa y ves cómo el agua escurre por todas
las paredes, por todas las tablas, por cada grieta de esa casa podrida, empapando todas
las habitaciones, el living, la cocina. Sales al patio y te sientas. Los ves hacer su trabajo.

Pasa una cantidad de tiempo difícil de calcular en ese proceso y en algún momen-
to alguien te toca el hombro. Han llegado dos de tus compañeros, te abrazan y corren
adentro de la casa para intentar salvar sus cosas del agua. El capitán le explica a uno de
ellos algo sobre que no pudieron hacer más para salvar el techo, pero a ti no te importa
escuchar más porque ya has tenido suficiente. Te levantas, revisas tu bolsillo para corro-
borar que el par de billetes que tenías siguen ahí y sales a la calle. Entras al minimarket de
la esquina. Nadie te saluda porque en realidad nunca has sido muy sociable con los veci-
nos. La gente que espera en la fila le pregunta qué pasó a la cajera y ella sólo dice que se
quemó la casa vieja de la calle donde viven muchos chicos. Piensas en decir que no sean
tan prejuiciosos, que el incendio empezó por el imbécil de tu vecino y no en la casa llena
de tiros al aire sin trabajos estables, pero prefieres quedarte en silencio hasta que llegas
al principio de la fila. Pides una cajetilla de cigarros. Le extiendes los billetes a la cajera
y recién te das cuenta que estás completamente manchada con hollín y que tu mano está
sangrando. Giras la cabeza y todos en la fila te miran en silencio. Te dan el vuelto y antes
de salir del lugar, escuchas “¡Y justo ahora se quedan sin techo! ¡Pobrecitos!”. Vuelves

31

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo
a tu patio y te sientas. Ibas a prender el cigarro pero la imagen de cómo quedó tu casa
te quita el ánimo: donde había un techo ahora hay un forado humeante por donde entran
los últimos rayos de sol de un atardecer invernal que al calor del incendio no parecía tan
terrible. Al menos tendremos más luz en la cocina, piensas. Colocas el cigarro entre tus
labios y lo enciendes. Aspiras el humo y exhalas, agotada. Vas por la segunda calada, pero
una gota que cayó sobre el extremo lo apaga. Otra gota te cae sobre la nariz. Miras hacia
arriba y ves las nubes aproximarse. La reconchagrandesumadre, piensas.

32

33

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

El Otro Milagro
Cuento Ganador

Tercer Lugar
Edwald Meyer

35

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

Edwald Meyer estudió Derecho. Es Licenciado en Cien-
cias Jurídicas por la Universidad de Valparaíso, donde tam-
bién es profesor de Derecho Procesal. Es aficionado a la
Literatura y la Filosofía. Reside en La Serena. 

36

El Otro Milagro

Llevábamos bebiendo largamente en silencio. Nos reunimos en mi departamento
a escuchar la nueva discografía de los Red Hot Chili Peppers y platicar sobre la vida. Un
descanso del fatal plazo para entregar mi tesis en un par de días. En el roñoso altoparlante
sonaba The Getaway. Encima del desmantelado comedor se encontraba la quinta edición
de Los cuadernos azul y marrón de Wittgenstein. Cuando mi amigo Romero lo vio me
preguntó de qué se trataba; le expliqué que era un conjunto de notas, comentarios y re-
flexiones coordinadas en forma de lecciones, acerca de la naturaleza de nuestro lenguaje.
Escuché la típica risa desagradable de Aurora cuando le expuse a Romero, en breves pala-
bras, la tesis fundamental del Cuaderno azul, que se resume en el intento de Wittgenstein
de erradicar el prejuicio de que el pensamiento es una “actividad mental”, sustituyéndolo
por una actividad de operar con signos, y por lo tanto resulta claro que dicha actividad es
realizada por la mano cuando piensa escribiendo, o la laringe cuando pensamos hablando.
Romero no pareció comprenderme, es probable que ni yo me explicase muy bien, pero
no insistí en el punto. Con Romero (que se graduó en Física con mención en Astronomía)
compartíamos el interés filosófico hace años, cuando en nuestras conversaciones comen-
zamos a incorporar breves comentarios de algunas obras clásicas, con el fin de discutirlas
y aplicarlas a nuestra vida.

Hacía días que el pensamiento de Wittgenstein me tenía absorto. No podría ser de
otro modo cuando lo venía estudiando desde hace más de tres años gracias al trabajo de
mi tesis doctoral, casi al mismo tiempo en que conocí a Aurora, en un seminario de litera-
tura en México. Desde un inicio me sedujo su figura estricta y delatora, que tras su esbelto
retrato escondía una poderosa habilidad para expresar sentimientos e ideas, talento que se
traducía en importantes obras literarias, que lograron penetrar los círculos académicos y
literarios de Chile. Sus poemas figuran en diversas antologías de poesía chilena actual, y
han sido traducidos a diversas lenguas, desde el alemán al búlgaro. Aparte de esta labor
poética, también sus intereses estaban centrados en la traducción, la investigación y la
crítica literaria.

37

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

Tenía un cuerpo delgado y estricto, era voluptuosa y de tez muy blanca. Esos ojos
café marrón y esa sonrisa cómplice daban la impresión de penetrar el alma de las per-
sonas. Empezamos a salir, y al poco tiempo ya éramos pareja, aunque una bien extraña.
A los dos meses viajamos en autostop al sur de Chile; a los cuatro, al desértico Norte,
visitamos las fecundas praderas australes y los áridos cordones montañosos, ecuménicos
cañones y profundos valles nortinos, lo que sin duda fortaleció nuestro vínculo. Pronto
comencé a amarla, a verla como algo más, tal como dice uno de sus poemas, el cuerpo
amado nunca es solamente un cuerpo. Lo cierto es que hace un par de meses se la presenté
a mi amigo Romero, y desde entonces generalmente salíamos los tres.

Desde mi balcón el cielo capitalino iluminaba la pila de edificios del centro. No
era una noche común. Era la última vez que vería a Aurora, quien se marchaba a primera
hora de la mañana. Hace dos semanas le habían comunicado la obtención de una beca
para doctorarse en Literatura y Lenguas Hispánicas en la UNAM de México, la que no
tardó en aceptar. A partir de la bondadosa noticia (que no era tan bondadosa para nuestra
relación) nuestra vida dio un giro inesperado, ante el advenimiento del futuro desencuen-
tro. Romero me había aconsejado que no le diera tanta importancia, que uno nunca sabe
a cuánta distancia está el auténtico destino, consejo que probablemente ni él entendía
del todo. La verdad es que las mejores cosas pasan en momentos inesperados, y de ser
perfectos desconocidos pasamos con Aurora a tener un poderoso vínculo, que al cabo de
unas horas comenzaría a disolverse, al carecer de la capacidad económica para visitarla
regularmente en México. Las relaciones a larga distancia, por lo demás, siempre fracasan,
es un invento que nos introducen las películas románticas y que cualquier persona con un
poco de experiencia amorosa sabe que es una imagen falsa de la realidad.

En el departamento reinaba una curiosa mezcla de festividad y fatalidad. No sé
bien en qué momento me dio por coger los binoculares de mi escritorio para observar lo
que ocurría en el edificio de enfrente: en la azotea un conjunto de luces psicodélicas ilu-
minaba la sala de eventos, mientras la gente se agolpaba furiosa con vasos de champaña
en la mano, abrazándose unas con otras. Debe ser cosa bastante agradable realizar gran-
des celebraciones, cualquiera sea el motivo. Para cuando empezó a sonar Dark Necessi-

38

ties, los tres ya estábamos drogados. Me dejé llevar por la decadente melodía y el efecto
de la dulce flor de California dream que fumamos. Aurora recitó una melancólica poesía
de Hölderlin y luego Romero me habló de sus intrincadas investigaciones acerca de los
agujeros negros. Me dejé llevar por uno de los versos finales que recitó melódicamente
Aurora. También me dejé llevar por las explicaciones de Romero, al tiempo que sonaba
The Longest Wave.

Sólo la noche nos devela quiénes somos en realidad, el tiempo se detiene y nos
concede los más elevados goces. Pensé de inmediato en El milagro secreto de Borges, en
cuya trama Dios le concede al protagonista un año entero en el intervalo de un segundo,
antes de ser fusilado, con el propósito de que diera luz (en su mente) a la obra inconclusa
que venía fraguando hace años. De nuevo con Wittgenstein: ¿es más irreal un pensamien-
to por encontrarse impreso en la mente que escrito en papel? “Alguien hace un cálculo
matemático mental. ¿Es la representación del cálculo en algún sentido más irreal que
hacerlo sobre el papel?”. No conseguía recordar la explicación que venía a continuación,
por lo que raudamente corrí a buscar mi ejemplar de las Investigaciones filosóficas. ¿Es
acaso más irreal un acontecimiento ocurrido en la mente que afuera en el mundo empíri-
co? Cuando volví al comedor escuché que Aurora y Romero conversaban alegremente,
pero su cálido diálogo resonaba en mi mente como en una ventana secundaria.

De fondo continuaba sonando The Longest Wave y no daba la impresión que iba a
concluir. Aurora y Romero hablaban del futuro. Fue un gran desacierto seguir fumando,
era completamente innecesario, aunque la noche lo reclamara. Hay momentos de la vida
en que uno tiene la clara impresión de estar justo donde tiene que estar, mientras que en
otros simplemente siente que ha perdido la batalla, vagante en una carretera sin rumbo,
como Dante en el Canto Primero de la Divina Comedia (que había dejado entreabierto
encima de un compartimiento del comedor), perdido en una selva oscura por haberse
apartado del camino recto. En esos momentos yo sentía una confusa mezcolanza entre
ambas, una sensación de oscura ambigüedad.

39

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

Cuando Romero fue al inodoro, Aurora aprovechó de besarme en el balcón, frente
a las luces de la ciudad, el beso más largo de mi vida. Sentí su aliento tibio y fresco, la
humedad, el fulgor de sus párpados, sus brazos sujetando mi cuerpo en busca del tiempo
que perderíamos, un beso donde lo dulce y lo amargo se confunden. Existe una delgada
línea entre lo que estamos dispuestos a calificar como delirio y la visión momentánea
de algo que abruptamente interrumpe el orden de la realidad. Me empezó a parecer que
The Longest Wave sonaba en una especie de bucle aciago, una repetición incesante, una
trama inverosímil. Incluso tuve miedo de pronunciarlo en voz alta, porque de esa manera
le daría realidad; sentí que si lo pronunciaba caería atrapado en el laberinto del instante,
como si Hladík (el protagonista de El milagro secreto) no hubiese sobrepasado nunca ese
segundo anterior al fusilamiento, quedando atrapado en un punto intermedio de la rea-
lidad. No obstante, cosas sucedían; Aurora movida por la apetencia se encontraba en la
cocina preparándose una ensalada de lechuga, cebolla, orégano y atún; Romero fumaba
un cigarrillo en el balcón y yo a su lado contemplaba la incomparable bóveda estrellada,
mientras escapaba del humo de alquitrán que se escabullía en el frío aire de la madrugada.

Me negué a creer el absurdo mito idealista que todo era fabricación de mi mente;
occidente ya ha tenido suficientes quimeras filosóficas. En vez de ofuscarme en mis pa-
téticos temores, intenté buscar el problemático reproductor de música, un primitivo apa-
rato que se conectaba al parlante a distancia, pero el destino parecía interponerse. Lo vi
como una verdadera travesía. Mi departamento se compone de varios sectores: un cuarto
comedor, una cocina, un dormitorio matrimonial y una sala de estudio (que era posible
ambientar como segundo dormitorio). Busqué el reproductor en cada uno de ellos. No lo
encontré. Comencé por tranquilizarme: a veces sucedía que se apretaba azarosamente un
botón del reproductor y la canción se repetía sin cesar hasta desactivarlo. De pronto la
despedida de Aurora, la triste separación, el quiebre definitivo, pasó a un segundo plano.
Absurdamente, todo se transformó en la búsqueda del reproductor perdido. Me arrastré
penosamente por los pasillos oscuros de mi departamento, intentando aceptar poco a poco
la fastidiosa realidad, que estaba atrapado en un bucle, el torbellino de mi propia vida,
viajando al corazón de mis propias tinieblas, en busca del ánfora secreta que contuviera
el mítico reproductor de música perdido.

40

En cierto instante me encontré con Aurora en mi habitación. Me tomó del brazo,
conduciéndome hasta el balcón para contemplar una vez más la bóveda estrellada, en la
que ahora centelleaba la luminiscencia lunar, al tiempo que pareció dedicarme un verso,
me dijo que las estrellas son el envase hermético del tiempo que se hunde sobre nues-
tra existencia. Su sonrisa cómplice y mirada altiva prefiguraron lo que vendría después.
Olvidé la búsqueda del aparato cuando Aurora me condujo otra vez por la oscuridad del
pasillo hasta mi cama. Con furia apartó los libros que sobre el almohadón se hallaban
dispuestos y me arrojó encima. Aurora comenzó a desvestirse, quitándose la corta polera
negra que llevaba puesta, dejando al descubierto su blanquecino torso, sólo cubierto por
un sostén blanco, reluciente como su piel, trasluciendo el tatuaje de su hombro con forma
de flor mística, una rosa con puntos, que parecía una llave hacia otra dimensión.

Apagó la luz y nuestros cuerpos (o nuestras almas) fluyeron en la oscuridad al
ritmo de The Longest Wave.

Me perdí en la tibieza y gracia de su cuerpo, deteniéndome en la figura que forma-
ban sus caderas en la oscuridad; un compás de luz blanquecina y sombra que se asemeja-
ban mucho al contraste de la luna con la noche. La metáfora se hizo mucho más plausible
cuando el tragaluz de mi habitación permitió entrever la formidable luna llena. En un
momento de la madrugada el cuerpo traslúcido de Aurora se confundió con el cuerpo ce-
leste, que pasó a tener una forma curvilínea. Sentí una fuerte pasión por el porvenir y por
el pasado que iba a quedar atrás. Afuera se escuchaban gritos de celebración, al frente, en
la azotea del edificio vecino. Recordé un pasaje de Platón, donde el hombre tocado por
el eros tiende siempre a poseer más que el cuerpo bello, alcanzando el goce sublime y
secreto del universo.

Para el momento de la madrugada en que el astro lunar se esfumó del tragaluz me
encontré solo, contemplando el cielo raso de mi habitación, sin indicios de Aurora. Miré
mi reloj y descubrí que estaba descompuesto, porque se hallaba detenido horas atrás,
cuando empezamos a fumar. La corporeidad, en la vida del hombre, es un supuesto que

41

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

no es posible separar de su individualidad. No obstante, cuando intenté levantarme sentí
como si mi propio cuerpo se resistiera, separándose de mí, en busca de Aurora, aunque en
realidad buscaba otra cosa. Tuve la sensación de que sobre mi cuerpo inmóvil circulaban
los goznes del mundo. Kant decía que todos nuestros conocimientos se hallan sometidos a
una condición formal de nuestro sentido interno: el tiempo. En él han de ser todos ordena-
dos, ligados y relacionados. En ese momento reinaba sobre mí la posibilidad de toda ex-
periencia, la base de la sensibilidad, la condición originaria de lo que somos, eliminando
todo rastro de temporalidad, orden, ligazón. Todo era instante. Sentí tocar el techo con las
manos, traspasándolo. Como un espectro recorrí los pasillos del departamento, que ahora
se encontraba abandonado. No había nadie a quien hablar o extrañar, nadie a quien gritar
la hermosa agonía que sufría. El tragaluz de mi habitación reflejaba la luz de las estrellas,
pero no de la luna. Al igual que el héroe de Borges, enfrenté la posibilidad de realizar mi
propio milagro secreto.

Encontré el nudo cardinal que unía la tesis de Wittgenstein con el cuento de Bor-
ges. Repasé el postulado de Wittgenstein: que el pensamiento no es una actividad mental,
sino una actividad de operar con signos, y que el pensamiento impreso en nuestra mente
no es más irreal que el que se encuentra en el papel. Ahora sí creo que el pensamiento
impreso en la mente es más irreal que el que se encuentra en el papel, porque no alberga
la posibilidad de cambiar las cosas, desde que una obra se escribe puede ser leída y se
incorpora al acervo del mundo de contenidos objetivos del pensamiento. Por eso Hladík
escribió la obra en su mente; sabía que su fatal albur estaba prefigurado y la operación
intelectual era más un consuelo que un destino. Yo no acometería la misma empresa. Yo
le daría realidad plena, no sólo mental, y de esa forma cambiaría las cosas. Ensayaría una
obra que reescribiría mi vida, eliminando el desastre.

La obra no merecía muchos pormenores, de la misma forma que la vida, la gente
se queda con la imagen general y lo circunstancial lo olvida durante el sueño. Comprendí
la sensibilidad de Aurora respecto a la obra de arte. Entendí que el arte es más valioso que
la verdad, que la auténtica tarea de la vida es concebir una gran obra de arte. El arte como
actividad metafísica. La empresa cruzó el núcleo fundamental de mi tesis; una reinter-

42

pretación cabal de la historia de la filosofía. Ensayé diversos trazos, variadas imágenes,
con una vasta cronología e inmensas posibilidades. Escribí una historia en que Aurora
no existía, otra en la que nunca asistí al seminario literario de México y, por lo tanto, en
la que nunca pude conocerla. Escribí una obra en clave de Aurora, donde consagraba mi
vida a ella, en la que por supuesto nunca se iba a México. Escribí una obra en que yo era
el protagonista y Aurora la buscadora de sentido, una en que yo era el artista y ella, la
filósofa.

Al poco tiempo poblé la ficción de un mundo que correspondía a mis deseos, una
serie de artilugios y trampas semánticas destinadas a enlazar con el mundo verdadero
todo lo que sublimamos. Escribí la historia del mundo tal como lo encontré y tal como
quería que fuese. Descubrí que, en general, todo lo que podemos describir como expe-
riencia bien podría ser de otra manera, tal como la ficción. La empresa se volvió mayor, y
pronto me percaté de que escribí un libro que contenía todas las proposiciones posibles y
una vida (o varias) experiencial completa, un libro que es más un límite que un recipiente
semántico. Un mundo que Bolzano llamaba un universo de proposiciones y verdades en
sí mismas. Digamos que si la realidad empírica viene dada por la totalidad de los objetos,
entonces el mundo de los contenidos objetivos del pensamiento está compuesto por la
totalidad de las teorías científicas y obras de arte, donde mi obra ocupaba un lugar fun-
damental.

Los trazos se mezclaron de tal forma que perdí de vista la realidad. Al finalizar
la dudosa ejecución leí a Milton, Tasso, Virgilio y Plotino. Leí un pasaje de las Enéadas
que me detuvo. Mi tesis estaba completa. Busqué mi ejemplar de las Investigaciones fi-
losóficas, pero no lo encontré, también busqué el Tractatus, no hubo suerte. The Longest
Wave dejó de sonar. La implacable realidad sobrevino de golpe; la irremediable partida
de Aurora en un par de horas. Al escarbar entre mi vestimenta encontré el reproductor
en el fondo de uno de mis bolsillos; nunca se apartó de mí. Mis labios estaban secos; en
la cocina una botella de cerveza sació mi sed. En el balcón estaban Aurora y Romero,
contemplando las luces de la capital. Me preguntaron por qué tardé tanto en buscar el en-
cendedor para prender el porro de California dream. En la azotea del edificio del frente se

43

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

veía el conjunto de luces psicodélicas que recién daban inicio a la fiesta. En mi memoria
no se encontraban huellas de historia que dieran cuenta fidedigna de lo vivido, como en
un largo sueño, sólo el conjunto de impresiones que acabo de relatar. Volví a tumbarme en
mi cuarto y apagué las luces. Pronto me perdí en la dulce melodía de la oscuridad, frente
al laberinto de mi habitación. Hay cierta elocuencia en el silencio que penetra mucho más
de lo que cualquier lenguaje podría hacer. La tenue luz de mi lámpara reflejada en uno de
los rincones de la pared me hizo recordar al creador de la alegoría de la caverna, en que
la humanidad prisionera no es más que fantasma, ilusión y polvo.

Un sabor perdido a paraíso me atrajo nuevamente hacia la ventana, donde un
destello luminoso en la lejanía parecía querer iniciarme en otra inmensa travesía, para
desviarme de las vagas horas que dejaba atrás. Caía del firmamento una estrella al que le
puse el nombre de Aurora. Dentro de mi habitación habitan formas luminosas y vagas,
que palidecen en la penumbra. Debo a esas formas las horas más provechosas del día y
de mi existencia. No es menos el enigma de estas cuatro paredes que el del universo en-
tero. Pensé en Aurora y Romero, en los diversos acontecimientos del libro que contenía
la verdad sobre el mundo, una verdad que no se comunica con el mundo en que vivimos.
En cada espera queda un sedimento de esperanza que lo previsto se cumpla; una secreta
lealtad con el destino. La noche prodiga sus más oscuros secretos, dejando atrás el día,
que todas las cosas tuvo y que pronto la abandonaron.

A primera hora de la mañana sorteamos las herrumbrosas calles capitalinas. Cuan-
do el sol salió recordé los fugaces momentos con Aurora y las viejas palabras que Nietzs-
che puso en voz de su profeta, Zaratustra: qué sería de la felicidad del radiante sol si no
tuviese aquellos para los que brilla. A medida que avanzábamos, cada uno parecía intuir
que el destino estaba sellado, dejando atrás los años y recuerdos. Cada uno prosiguió su
camino, en silencio. Al cabo de un tiempo nuestras siluetas se perdieron entre las primeras
personas que empezaban a recorrer las calles capitalinas, bajo el cielo matutino, rayando
el alba. Quise volver a la realidad onírica, donde en una de muchas posibilidades, volvía a
encontrarme con Aurora, en un universo donde el destino no conspira contra los amantes.
Quise perderme en el libro que escribí en un fragmento olvidado del mundo, que contiene

44

el secreto del universo, un libro que usurpa la realidad, sólo que no la mía.
Cuando regresé al departamento, la quinta edición de Los cuadernos azul y ma-

rrón de Wittgenstein seguía encima del comedor y el altoparlante estaba desconectado.
Lo enchufé a la corriente y alcancé el reproductor. Para el momento en que la música
empezó a sonar, intenté perderme, una última vez, bajo la dulce melodía de The Longest
Wave.

45

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

LAURA
Mención Honrosa

Primera

Arlette Ibarra

47

XXII concurso de cuentos para escritores entre las regiones de Arica y Parinacota y Coquimbo

Arlette Ibarra es actriz, con estudios en la Universidad de
Chile, Escuela del Gesto y la Imagen La Mancha, y el Con-
servatorio Real de Liégé, Bélgica. Destaca su trabajo en la
capital con el Laboratorio de Investigación Escénica de la
Universidad de Chile, y hasta el presente año con la Com-
pañía Embrujo Flamenco.

Es docente de la carrera de Teatro de la Universidad
de Antofagasta, en donde imparte las asignaturas de Actua-
ción, Voz e Historia del Teatro Chileno. Es autora del libro
“Pedro de la Barra, Pasión por el Teatro”, que profundiza en
los movimientos teatrales del siglo XX en nuestro país. Ha
escrito varios artículos en la prestigiosa Revista de Arte y
Cultura Quinchamalí,  sobre figuras relevantes del teatro
chileno.

Es directora de la Compañía Teatral La Favorece-
dora, con la cual ha dirigido diez obras y creado el estilo
de Teatro Paisaje con las obras “La Tierra está Viva” y “El
Latido del Cosmos”, presentadas en la Corporación GEN.
Con esta institución, emplazada en plena pampa, firma un
convenio para desarrollar un espacio de Residencia Artísti-
ca en el Desierto + Árido del Mundo.

Ha sido galardonada con los premios Elena Caffare-
na y Linterna de Papel, por su aporte artístico a la Región. 

Ha incursionado en la dramaturgia haciendo adapta-
ciones, escribiendo obras pequeñas y cuatro obras más rele-
vantes. Esta es su primera incursión en la narrativa.

48


Click to View FlipBook Version